“Macri gato”, “no soy gato”, “salí gato” y demás. Desde hace muchas décadas, la palabra gato fue sumando significados que exceden ampliamente al adorable animal. Con un largo pasado en el lunfardo y un fuerte desembarco en el contexto tumbero, en los últimos dos años escaló posiciones en la jerga cotidiana argentina y hoy no sólo se usa para insultar sino que es la palabra que la oposición y los críticos del gobierno usan para descalificar al presidente de la Argentina.
Es tan fuerte el auge de la frase “Macri Gato” que hasta hay una página web dedicada al tema y se ha convertido en un chiste de moda. Tanto, que hasta el propio Cambiemos logró resignificar el tema y reparte en la Casa Rosada sus “Macri gatos de la suerte”, realizados en 3D.
Parece nuevo pero la historia tiene unos cuantos años. Durante la década del 30, en Buenos Aires, era común ver en la puerta de los teatros de revista a señores ataviados con sus mejores galas y cargados de regalos, que buscaban la compañía de las actrices, cantantes o bailarinas. En la versión más ingenua, si la dama en cuestión aceptaba el trato, empezaba una larga expedición por bares, restaurantes y locales nocturnos, que configuraba una relación ganador-ganador para ambas partes; ella se hacía pagar los copetines y él se mostraba en público con una mujer deseada, generando la codicia de sus pares.
A estos señores se los empezó a llamar “gatos”. Para decirlo en buen lunfardo, es el que “gatilla”, el que paga. Con los años, el término fue pasando de quienes pagaban a quienes eran pagados y así llegó su consecuente asociación a la prostitución.
En el lenguaje carcelario, que se nutre del lunfardo, por la necesidad inicial de cifrar los mensajes se adoptó el término “gato” rápidamente, adecuándolo a las necesidades y las particularidades del contexto.
En la “tumba”, el “gato” es el “mulo” del “poronga” de la “ranchada”: es decir, es el sirviente del jefe del pabellón
El “gato” ejerce una autoridad prestada ante los demás, que paga con su servilismo ante el jefe, que a su vez deja en claro todo el tiempo y frente a todos quién es el jefe y que el respeto requerido para con el “gato” es, en realidad, para con él. El “gato” es el que recauda para el jefe y su bienestar recae en la eficacia de su acción, por lo tanto, es muy celoso e impiadoso en su trabajo.
El “gato”, por sobre todas las cosas, desprecia al que está en inferioridad de condiciones y admira a quien lo utiliza.
El “gato” no es un esclavo que quiere ser libre, es un esclavo que anhela ser esclavista. Lo más ajeno a un “gato” es la solidaridad
La frase “Macri gato” está de moda y ya se usa hasta para el chiste. Encierra muchos significados: a primera vista, es un insulto al Presidente, pero también se usa como chiste, latiguillo, protesta, festejo, piropo e incluso inspiró varias canciones.
Ya más que enojo causa chiste, y hasta el propio Macri se ríe del asunto y en la Casa Rosada se reparte un divertido e insólito “Macri gato de la suerte”, que es una impresión 3D que es furor entre empleados y funcionarios del macrismo.
Pero tan lejos llegó la frase que hasta tiene una página web. Su creador, Ey Pacha, contó al diario Perfil: “Gato, como insulto, tiene varias acepciones. Se le decía, en las cárceles, al mulo del jefe del pabellón, que ejercía autoridad no para él sino para el que está más arriba. En este caso, Macri sería el gato de alguien más: de Trump o de las empresas, según a quien se le pregunte. Hay otra que viene de mucho más atrás: “gato” viene de “gatillar”, que era el hombre que pagaba y que regenteaba mujeres. En los barrios bajos le dicen “gato” al que tiene plata. Gato también es autoridad: “¿Qué te hacés el gato?”, es algo que se escucha desde hace muchos años. En el norte del país “gato” significa ladrón, directamente. En todos los casos es con tono descalificativo y en todos trasciende al animal”.
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