El deporte olímpico refleja los mejores rasgos del ser humano. La competencia leal, la solidaridad, la confraternidad a través del deporte, nos llegan como mensaje desde sus orígenes, varios siglos antes de Cristo, cuando los griegos postergaban enfrentamientos, desencuentros y hasta guerras para celebrar los juegos en la ciudad de Olimpia.
La extraordinaria victoria de Juan Martín Del Potro contra el genial Nole Djokovic, el indiscutido número 1 del ranking mundial, uno de los mejores tenistas de todos los tiempos, se convierte en símbolo del espíritu olímpico por diversos motivos.
Fue una absoluta sorpresa, no por que el argentino carezca de grandes virtudes como tenista, sobre las cuales nadie duda, sino porque venía de serias lesiones que amenazaron con terminar con su carrera y sin el ritmo de competencia indispensable para afrontar semejante desafío. Y, claro está, porque del otro lado de la red estaba el máximo favorito, el mejor lejos de la actualidad.
Fue un partido de un nivel superlativo. Ambos jugaron de manera espectacular, se vieron tantos inolvidables y el resultado fue por completo incierto hasta el último instante.
Los dos disfrutaron y sufrieron el espectáculo único que estaban dando. Se dieron espacio para aplaudir al otro, para disculparse por la ayuda de la suerte, entregaron lo mejor de sí y comprendieron que el otro hacia lo mismo.
El público gozó y sufrió, según sus preferencias, en medida paralela a los deportistas. Ninguno de los espectadores olvidará haber sido testigo de un encuentro pleno de emoción y belleza estética.
Pero todo eso se vio superado por el largo abrazo del final
Por el reconocimiento y la felicitación sincera del serbio, en el momento de padecer la que él calificó de la peor derrota de su vida, la que lo privó del único título que no logró alcanzar en su carrera y ante quien le ganara la medalla de bronce hace cuatro años en Londres.
Fue una de las expresiones cumbre de Nole Djokovic como ser humano; en ese instante de dolor logró sobreponerse para, entre lágrimas, alegrarse por el retorno de otro grande de su deporte.
Por el cálido consuelo de Juan Martín quien sin duda le transmitió al número uno su admiración y su comprensión por los difíciles sentimientos que provoca una derrota semejante, postergando su propio festejo para compartir la emoción con quien era su rival hasta unos segundos antes.
Millones de personas desde todos los rincones del planeta vieron tamaño espectáculo. Ojalá podamos asumir la enorme profundidad del mensaje que esos dos grandes deportistas sintetizan en un final que siempre recordaremos.