Era la quinta final que jugaba la Argentina.
Desde aquel 1981 en que Guillermo Vilas y José Luis Clerc estuvieron a punto de dar la sorpresa jugando de visitantes ante Estados Unidos pasaron 35 años.
Ganar la histórica Ensaladera de Plata, el máximo trofeo mundial por equipos del tenis, era un sueño para todo un país donde, gracias a Vilas, ese deporte se convirtió en una de las pasiones nacionales, practicada por millones de chicos y grandes.
Ningún país había jugado tantas finales sin haber obtenido el título. Hubo razones deportivas y de las otras que llevaron a derrotas con y sin gloria, que postergaron muchas veces la alegría de triunfar en la final.
Este año se presentaba difícil como pocos. Todas las series se debieron jugar de visitantes, en el lugar y sobre la superficie elegida por el rival. La Argentina no tenía ningún jugador entre los primeros del ranking mundial y su estrella, Juan Martín Del Potro venía de una larga lesión que lo había puesto al borde del retiro.
Curiosamente fue en esas circunstancias que apareció lo más importante: un EQUIPO, un grupo amplio y variado de tenistas que estuvieron a disposición de un cuerpo técnico serio, concentrado y capaz. Un conjunto de voluntades comprometidas con un objetivo que volvieron a demostrar lo que un compromiso así puede lograr.
En las instancias decisivas volvió el “as de espadas”. Del Potro protagonizó el regreso más espectacular de la historia del tenis.
Primero obtuvo la medalla plateada en las Olimpíadas de Río derrotando a grandes como Djokovic (entonces Nº1 del mundo) y Nadal. Después logró las victorias decisivas en la semifinal, ante el actual Nº1, Murray, en su propio terreno escocés y en la final, ante Marin Cilic, uno de los grandes jugadores del momento, en la final frente a Croacia.
Más allá de destacadas actuaciones individuales, el protagonista siguió siendo el EQUIPO, en la cancha y afuera de ella.
Hoy le tocó a Federico Delbonis cerrar la serie con su victoria en el quinto punto con la mejor actuación de su vida.
Un párrafo para los cuatro mil argentinos que cruzaron el océano y vistieron de celeste y blanco las tribunas de Zagreb, a más de 11.000 km de Buenos Aires. El equipo les agradeció el apoyo fervoroso que no cesó durante los tres días, ni siquiera cuando Croacia estuvo a solo dos puntos de ganar la final.
La Argentina ganó la Davis, el título que un país soñó durante 35 años hasta hacerlo realidad.