Jerónimo Weich, el hijo de Julián, hace malabares en la esquinas porteñas. Es una de sus actividades tras su regreso del viaje que hizo por Sudamérica, a donde partió dejando todo. Lo curioso fue que, recientemente, uno de sus espectadores fue su propio padre, quien se cruzó con el malabarista cuando iba en su auto y filmó todo el momento.
“¡Mi hijo en su oficina, jajaja!”, escribió el conductor en su cuenta de Twitter. En el video, se ve cómo Jerónimo maneja de forma excelente unos enormes cuchillos y cómo Julián lo alienta.
Mi hijo en su oficina jajaja!!! #BuenJueves pic.twitter.com/gn1UcnYFsL
— Julián weich (@Julyweich) 31 de agosto de 2017
“A los 19 años, Jerónimo decidió irse de mochilero con rumbo desconocido. Dejó el trabajo, sus estudios de cine, el gimnasio, el rugby. Al padre, a la madre, la familia… Dejó todo”, contó Julián Weich. “De acá se fue haciendo bombones, pulseritas, pintaba casas, era mozo, cualquier cosa. Se fue rebuscándosela. Aprendió a hacer malabares y se profesionalizó con otros malabaristas”.
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“Mi hijo hippie”
Julián Weich cuenta la historia con mucho orgullo. Jerónimo, uno de sus tres hijos varones, es hippie y se fue de la casa familiar a los 19 años, decidido a vivir de una forma alternativa, sin ataduras.
Hoy el joven tiene 23 y ya recorrió muchos países de Sudamérica con su mochila – y nada más. Los padres le cortaron la tarjeta al poco tiempo de su partida, y se mantiene con lo que gana en sus malabares callejeros.
“No me dio mucho tiempo de regañarlo porque casi que se fue al día siguiente de que nos contó. Lo apoyé, siempre le dije ‘sí, dale’. Después me di cuenta de que tendría que haberle hecho algunas preguntas antes. A los tres días de mochilero estaba en Bolivia, y todo a dedo o en micro. Al principio él tenía algo de plata propia, hasta que en un momento le dije basta a la tarjeta porque no daba para más”, confió Julián Weich.
Luego, contó que para su cumpleaños número 50 viajó a Panamá para encontrarse con su hijo y experimentar su estilo de vida. Pero de forma literal. “Vivió en la calle, hizo malabares, durmió en la playa y esa experiencia lo llevó a una gran reflexión sobre las cosas materiales y la felicidad plena”.
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“Cuando el año pasado cumplí los 50, la idea era ir a visitarlo. Le dije que iba a visitarlo con mochila para vivir su vida. Me fui a vivir una semana a Panamá, a hacer malabares y vivir con él. Fue una experiencia increíble. Dormimos en la calle, en la playa, y mientras él hacía malabares y yo pasaba la gorra”, recordó.
“En Panamá, que el clima es cálido, es fácil dormir en la calle. No como un homeless, pero nos colamos en un parque nacional y armamos la carpita ahí, otro día fuimos a una playa. Así tres o cuatro días. Después, dormimos en un hostel, porque nos teníamos que volver. Fue una experiencia alucinante. Me hubiera quedado a vivir, porque uno se da cuenta no se necesita nada para vivir, que es más fácil vivir de lo que uno vive porque no teníamos celular ni las comodidades y éramos felices”, concluyó.
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