Tras algo más de 20 años, algunas discográficas tomaron la decisión de volver a fabricar discos de vinilo, un ícono que volvió fuerte el año pasado en Estados Unidos y que ya se pueden conseguir en diversos comercios de Argentina y la región. La cantidad artistas editados no para de crecer: The Beatles, ABBA, Led Zeppelín, Madonna, Red Hot Chili Peppers, Prince, Sumo, Sui Generis, Charly García, Soda Stereo, Calamaro y muchos más. Piezas que parecían de museo se afianzan como anzuelo en las vidrieras de las principales cadenas de venta, al punto de convertirse en uno de los regalos más vendidos en esos comercios para el último Día del Padre.
El fenómeno es interesante. En un contexto de marcada caída en las ventas de música digital, la comercialización de vinilos (y de cassettes) empezó a crecer en varios países del mundo, disparando a la par la demanda de bandejas tocadiscos con diseños que van desde líneas “retro” hasta versiones súper modernas.
La propuesta, más allá del acercamiento a lo vintage, tiene su argumento “musical”: el vinilo, hoy en día, permite una experiencia distinta a la escucha convencional. La discusión sobre calidad y preferencia entre los audiófilos sobre cd versus vinilo es compleja, pero se podría resumir en un punto: los entendidos aseguran que con el vinilo es posible escuchar a artistas actuales con la vieja textura retro del hiss y la aguja, y permite apreciar los álbumes como conceptos circulares, anulando el efecto shuffle.
Un golpe a la emoción
Para quienes superamos los 40, volver a ver el vinilo en vidrieras y hogares es el inicio de un recorrido emocional que nos lleva lejos y nos llena de recuerdos. ¿Cómo no rememorar los primeros años de nuestra infancia, pubertad y juventud? ¿Cómo no asociar a ellos rostros, lugares, momentos? Los discos nos transportan con dulzura allá lejos, a rincones donde la música acunó nuestros primeros sueños.
“Disco es Cultura” rezaba la tapa de algunos long play que compraba en la disquería de mi “pueblo”
Por esos tiempos, de la mano de los vinilos miles de niños y niñas soñaron con ser Tino o Yolanda de “Los Parchis”, algunos mayores se emocionaron con Nino Bravo o Leonardo Favio, e infinidad de jóvenes sintieron el palpitar de la rebeldía al compás de El Oso de Moris o las canciones de Bob Dylan, o les llegó el amor con letra y música de Barbra Streisand.
La emoción de llevar el disco a casa
Finalizando los años 70 y en los albores de los 80, cuando todavía íbamos con portafolio al colegio y nuestros días se sucedían entre el club, la plaza, la pelota y las escondidas en la vereda, el fin de semana imponía un objetivo bastante más difícil: conseguir el dinero suficiente para dejar de ser espectadores desde afuera de la disquería y cumplir el deseo de llevar a casa esa música que habíamos escuchado en alguna radio o lo de un amigo y que, desde ese primer contacto, se instalaba como meta a cumplir a corto plazo.
Una vez logrado el propósito, con la ayuda de padres, tíos y abuelos y con los billetes bien apretados en la mano, entrábamos a ese mundo increíble de bateas repletas de vinilos, exhibidores de cassettes, posters y una bandeja que giraba del otro lado del mostrador, quizás sonando con Sandro, Seru Giran, The Beatles o Queen.
Todo era atrapante y nos sorprendíamos con la creatividad de las tapas de los discos, martirizando al vendedor para que nos “picara” tema por tema de algún long play antes de decidirnos
Las dos o tres horas del sábado que nos llevaba elegir la música quedaban reducidas a cinco minutos, se pasaban volando, y el regreso a casa con la gran conquista era eterno: inmensa la ansiedad de poner el disco en el combinado familiar o el cassette en el radio grabador y/o el walkman. Tener el disco te hacía sentir un poco más mayor y ponerlo en el equipo de nuestros padres era una cuidada aventura.
Apenas tocarlo, con delicadeza, protegiéndolo de hermanos menores, intentar no dejar las huellas… El viaje hasta el “tocadiscos” giradiscos era toda una ceremonia, un rito.
Más tarde, llegaba el momento de compartir la música con amigos y cada uno aportaba sus conquistas. Nada sabíamos, o muy poco, de la vida personal de los artistas, y tampoco nos importaba. Solo soñábamos en esos cuartos encerrados hasta que amanecía ser segunda guitarra de Van Halen o coros de Jon Anderson o Fred Mercury.
El long play o el cassette se esperaba, se deseaba y, cuando llegaba, nos llenaba de felicidad. Era toda una conquista
Con la reaparición del disco vinilo mejorado, la industria de la música crecerá un poco, seguirá renovando clientes y diversificando su oferta. Los músicos y artistas creativos tienen una nueva expectativa de mejorar las ventas de sus trabajos y nosotros, los más grandes, tenemos no sólo la posibilidad de contar con obras renovadas sino, y sobre todo, el regalo de desempolvar aquellos recuerdos que acunaron una época muy especial en nuestras vidas.
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