Un rasgo que caracteriza a las personas mayores cuando las percibimos, especialmente en situaciones o reuniones públicas, es verlas más humanas, más vulnerables. Esos rasgos son parte de lo que llamo “estar de vuelta”, expresión que usé como título de mi primer libro, “De vuelta. Diálogos con personas que vivieron mucho y lo cuentan bien” (Aguilar, 2015).
Viniendo de un médico de familia, la primera duda que asaltó a quienes me conocen fue si se trataba de un libro con perspectiva médica o técnica, a lo cual respondía que no sería así. Seguidamente, y sabiendo de mi gusto e interés por la escucha, la curiosidad guiaba a mis interlocutores a saber si había encontrado algún punto en común en esos veintidós diálogos que conforman el libro. “A envejecer se aprende”, fue y es mi respuesta.
En una sociedad que entroniza la juventud y etiqueta a sus mayores según parámetros administrativos y no funcionales, es importante recordar que no solo se ha ganado en años de vida sino en calidad. Dos perspectivas distintas -cuanti y cualitativa– para un mismo fenómeno: una nueva longevidad.
En este marco, sentí que valía la pena volver a una inquietud que siguen resonando con fuerza en el imaginario colectivo. ¿Todo tiempo pasado fue mejor? Repensar esta frase, tan repetida, puede resultar inusual pero tiene, creo, una gran relevancia a la luz de tantos cambios.
¿Por qué a envejecer se debe aprender? En primer lugar, porque uno se debe esforzar en ello. Así como aprendemos a andar en bicicleta, a expresarnos en otro idioma o a cocinar un plato determinado, el devenir del tiempo debe ser visto como adaptación al cambio. Hoy le llaman “capacidad de resiliencia”. Una combinación de resistencia y flexibilidad (y sobre todo flexibilidad) para superar adversidades.
¿Por qué decimos que “debemos” aprender a envejecer? Porque uno se debe esforzar en ello. El devenir del tiempo debe ser visto como adaptación al cambio. tiene que ver con la resiliencia: la resistencia y flexibilidad para superar adversidades
Se trata de aceptar y de adaptarnos de una manera positiva y optimista a las nuevas, frecuentes e inesperadas situaciones de la vida.
Sin embargo, debemos asumir que la vejez toma distintas formas, muchas veces condicionada por una plenitud en salud o su carencia. Las lenguas primitivas suelen utilizar una única palabra para describir dos ideas opuestas. Respecto del paso del tiempo bien podríamos utilizar la dicotomía oportunidad/crisis. De eso se trata -creo yo- el envejecer, y, frente a ello, el confrontarse con nosotros mismos en medio de una cultura occidental que se encarga de diluir entre otras cosas a la vejez.
Según el biólogo chileno Humberto Maturana, el proceso de vivir es un proceso de cognición, y para aprender es necesario utilizar esas propiedades cognitivas. Mantener en activa la inteligencia, especialmente la inteligencia crítica frente a la emergencia de lo nuevo, es indispensable. Paniker lo expresa de esta forma “el día que no descubro algo nuevo –intelectual o emocional– es para mí un día perdido”. La persistencia en la sensación que algo nuevo se puede aprender, la ilusión, un proyecto. De eso se trata.
La persistencia en la sensación que algo nuevo se puede aprender, la ilusión, un proyecto. De eso se trata
Es todo lo contrario a las realidades que asociamos al paso del tiempo. No significa pérdida. Bukowski afirmaba que a medida que acumulaba años su escritura mejoraba; Juan Sebreli afirma “ahora puedo escribir libros de 500 páginas, algo que de joven no lograba por mi dispersión”.
Nos enseñan que la vida es algo lineal, una línea recta entre dos puntos. La vida misma se encarga de mostrarnos lo opuesto. ¿Por qué el envejecer debería ser lineal y escapar a esos designios?
¿Por qué el transcurrir debería ser igual para todos? ¿Acaso la realidad se encarga de mostrarnos que no hay dos personas mayores iguales? Estar en cada edad con arreglo a cada edad es perentorio como vía para llenar de vida los años que nos regala la nueva longevidad.
La curiosidad puede ser algo innato en cada uno, la ilusión, y con ella el proyecto de vida. Por ello, la resignificación del devenir como momento de aprendizaje, y el aprender a aprender como un estado de ánimo sobre el que podemos intervenir… Propongo la pregunta como motor para el cambio: ¿Qué vejez nos gustaría vivir?
Ya el pintor Luis Felipe Noé, en “De vuelta”, se muestra contundente: “Para mi envejecer es cuando te quedas sin interrogantes”.
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