En “Viejos de colores”, una columna publicada en El País, de España, Martin Caparrós presenta a las correntadas de personas mayores, cada día más determinantes de nuestra vida, como un fantasma, una muestra de su propia derrota “vista como triunfo”, según sus propias palabras.
Por eso escribo… Apreciado Martín -me permito este acercamiento más que confianzudo, a modo docente-: los mayores hoy son efectivamente el determinante más significativo de lo que será nuestra sociedad de los próximos 30 años. Su presencia y actividad será tan relevante que son el gran game changer. Condicionarán toda nuestra vida. Negarlo es desconocer el mundo y sus grandes tendencias. Generalizar en una pareja de mayores hipster como los de New York es una burla al cosmopolitismo que te caracteriza. Además, la tontuna no es patrimonio de los mayores, en cierta y justa medida puede que nos afecte a todos en algún momento.
Viejos existieron siempre. Aristóteles vivió 62 años en su época, así como Platón 80, Sócrates 72 y Galileo 78. El fenómeno de hoy es que son mayoría los que llegan a esa edad. Están llegando los inaptos, los que antes perecían y hoy logran una calidad de vida satisfactoria. Son de alguna manera algo nuevo en el zoológico de la humanidad y que la sociedad aún no sabe cómo enfrentar. Ahora bien, de allí a que la mayoría se comporte como lo que no son, es similar a confundir hinchazón con gordura.
Lo que no se conoce suele asustar, así como lo que no se mide no existe. A los viejos ya se los mide pero no se los conoce. Gana el miedo y el temor. La amenaza ante la oportunidad. Algo para revisar.
Hoy la mayor parte de la expectativa de vida se explica por los propios estilos de vida y el entorno que nos brinda, en general, más oportunidades que amenazas vitales. No por la genética. Por eso, la nueva longevidad debe verse como un triunfo y una celebración.
La mayor parte de los viejos no se pintan el pelo, no están desubicados en tiempo y espacio y viven en sus propias comunidades con sus propios intereses.
Dos viejos con pantalones floreados, coletas y pelo pintado pueden dar lugar a confusión. Como aquellos que ven una nueva adolescencia en esta etapa vital. Error. El adolescente, entre otras cosas, no sabe qué quiere. Está a merced de algo que se viene por delante -su propia vida- y que no termina de entender. Las personas mayores ya están de vuelta en el buen sentido. Saben lo que desean y a qué apuntan. Pensarlos como adolescentes es -reitero- confundir hinchazón con gordura.
Infinidad de veces hemos escuchado “todos llevamos un niño en el interior”. Lo cierto es que también todos llevamos un viejo dentro de nosotros. Qué haremos y cómo conviviremos con ese viejo es –probablemente– el mayor desafío de nuestras vidas y tampoco estamos preparados para ello… Quizá hasta sea el propio miedo a la vejez el que dispare miradas y percepciones como las del texto que tantas emociones encontradas me genera. ¿Por qué no hablar de “nosotros, los viejos” cuando en unos meses el escritor cumplirá los 60?
En la “Guerra del cerdo”, la novela de Bioy que cita Caparrós, la guerra la ganaron los jóvenes; en nuestra realidad, aún no. Bastaría con preguntarles a los jóvenes británicos luego del Brexit que fue definido por el voto de los mayores. Bastaría preguntarle a Bioy Casares con su dandismo elegante y seductor, qué llevó casi intacto hasta el fin de sus 85 años, sin por ello pintarse el pelo o caer en la tontuna. Una vida vieja y colorida, pero diferente a las que describe Caparrós.
Diego Bernardini es médico, especialista en adultos mayores y envejecimiento. Es autor del espacio Mayores en Buena Vibra, y autor del libro “De Vuelta”. Su sitio.
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