Cuidar es una gran palabra. Entre el simbolismo que transmite están la emoción, la salud, la calidad, el detenimiento y la exhaustividad en la atención al otro, entre muchas otras cuestiones. Todos ellos son determinantes a la hora de la evolución de la persona que cuidamos. Los médicos, por definición, somos cuidadores. Pero hay otro ejército de “cuidadores” sin la formalidad que implica una bata blanca o un consultorio. Son mujeres en su mayoría, y familiares directos, personas que cuidan sin recibir paga a cambio.
El cuidador hace una labor tan importante como la propia del equipo de salud. El cuidador no solo merece todo nuestro respeto sino que debe ser valorado y reconocido
El trabajo de cuidar no es fácil. Si te toca ser una de las personas que hoy es cuidador, comparto algunos consejos para que tu labor sea aún mejor y más reconfortante para quien es cuidado y para vos mismo.
Muchas veces la persona enferma toca temas que pueden hacernos sentir incómodos. Como mecanismo de defensa, solemos intentar cambiar de tema rápido o desviar la conversación. Sin embargo, y a pesar de lo dificultoso, es muy importante escuchar y no dar respuestas de compromiso o que menosprecien, al estilo “podemos hablar de algo realmente importante” o “hablemos algo que sea de ayuda y no de estas cuestiones…”
Suele ser frecuente que los pacientes pregunten sobre aspectos espirituales, de medicación o temas médicos que los cuidadores no siempre están preparados para contestar. Es preferible decir “no se” que dar una respuesta que cree confusión o pueda tener un efecto adverso para el paciente.
Aunque no todas las personas sean creyentes, la enfermedad suele acercarnos a la fe. En ello van preguntas o pensamientos vinculados al futuro, al después o porqué a mí. Por eso, solicitar ayuda espiritual no es algo desubicado o alocado. Acudir a un especialista puede resultar de mucha ayuda.
A ninguno de nosotros nos gusta el padecimiento que supone la enfermedad. Lo mismo sucede con el llanto ajeno o el propio. Se suele vivir con cierta vergüenza o incomodidad. Una mano sobre el hombro, un abrazo y un comentario compasivo pueden ser de mucha más ayuda que un “no llores, no es para tanto” o un “”tranquila, ya va a pasar”. El llanto es una respuesta natural y emocional. No hay que negarla, su efecto terapéutico puede resultar de mucha ayuda (para ambos, cuidador y cuidado).
La angustia es una emoción natural de la condición humana. Es diferente a la depresión, y es importante reconocerla como una parte del proceso de las personas en su pérdida de salud o vitalidad. En el vínculo de quien cuida a un semejante, la angustia suele aflorar y es importante aceptarla y gestionarla, sabiendo que es parte del proceso y no una cuestión personal.
Diego Bernardini es médico, especialista en adultos mayores y envejecimiento. Es autor del espacio Mayores en Buena Vibra, y autor del libro “De Vuelta”. Su sitio.
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