¿Es posible vivir sin celular, sin tecnología y sin conexión a Internet durante 48 horas? ¿Te animarías? Ese fue el desafío que propusieron a tres personas de diferentes edades -50, 30 y 21 años- y de distintos países (México, Argentina y Brasil) Motorola y Discovery.
Lo llamaron “The Disconnected Challenge” (el desafío de desconectar) y sus resultados fueron recogidos en un documental de 22 minutos de duración que vale la pena disfrutar para “mirarse al espejo” y reflexionar sobre el uso saludable de la tecnología.
El documental refleja cómo vivieron, o “sobrevivieron”, a un reto difícil de cumplir en el siglo XXI. Basta recorrer sus minutos para sentir una rápida identificación con lo que tuvieron que pasar los tres protagonistas. Una identificación incómoda, que invita a salir de la zona de confort y animarse a desconectar un rato para conectar con otras cosas.
“Desde el inicio, quedan claras las sensaciones que compartirán los tres por la ausencia del celular: frustración, mal humor, tensión, enojo, estrés e incluso insomnio. Los participantes comparten también un mismo sentimiento cuando, después de dos días, recuperen su teléfono móvil: ansiedad, nervios e incluso emoción”, repasa Roxana Morduchowicz, doctora en Comunicación de la Universidad de Paris y consultora de la UNESCO en temas de educación y tecnologías.
Todos sienten la misma frustración cuando pierden el acceso a su celular. Sin embargo, ¿lo extrañan por los mismos motivos? ¿Qué es lo que perdió cada uno sin su teléfono?
Dos generaciones, dos experiencias
La experiencia permite comprender el significado de las tecnologías para los jóvenes y para los adultos. Gema tiene 50 años y trabaja como “wedding planner” (organiza la logística de bodas). Para ella, el principal uso que tiene el móvil es laboral, porque trabaja con él: “paso fotos a las novias, organizo citas, preparo cotizaciones, armo presupuestos. No puedo salir sin el celular” –dice. Las imágenes que acompañan sus palabras muestran la presencia del móvil en su trabajo.
Víctor tiene 21 años y también trabaja. Pero, para él, su celular tiene un significado diferente: “es una parte de mi vida y de mi relación con las personas. Con él vivo todos mis momentos, registrando lo que hago y quién soy”, dice. Las imágenes lo muestran mandando mensajes, comunicándose a través de las redes sociales, registrando mediante “selfies” su día y enviándolas a sus contactos.
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A partir de esta presentación y a lo largo de la experiencia, Gema, con sus 50 años, buscará reemplazar su herramienta laboral con medios tradicionales: construirá una libreta de contactos en papel, utilizará una vieja cámara de fotos e intentará armar un presupuesto con una máquina de escribir. De igual modo, la frustración que irá sintiendo en estos dos días sin vida digital se deberá a las dificultades que vive para cumplir con su trabajo.
Víctor, en cambio, con sus 21 años, tiene preocupaciones muy distintas. Antes de la veda, su primer impulso no es pensar en la herramienta que pierde para su trabajo, sino en lo que perderá para su vida social. Lo primero que hace es despedirse de sus amigos, avisarles que estará desconectado por dos días. A partir de aquí su vida social cambiará: tendrá que organizar una salida con amigos con mucha anticipación, no podrá enterarse si llegan tarde o cambian de idea, deberá contactar a las chicas en persona ya que no puede hacerlo en las redes sociales. Y quedará excluido de las charlas con sus amigos cuando entre ellos compartan e intercambien fotos en Internet que él –por el desafío- no puede ver. La preocupación laboral ocupará un espacio muy pequeño frente a la limitación en su vida social que le plantea la ausencia de su teléfono.
En suma, el celular es fundamental para todos. La diferencia es que para los más jóvenes es mucho más que una herramienta. Los adultos la necesitan para su vida laboral, los jóvenes para su vida social
“Los adultos no pueden ir a trabajar sin su móvil. Los jóvenes no pueden pensar su vida sin él. Las tecnologías han transformado la sociabilidad juvenil. Los jóvenes viven sus vínculos de una manera muy diferente a la de los adolescentes del siglo XX, que hoy son sus padres”, precisa Roxana Morduchowicz.
Quizás por eso, al finalizar la experiencia, Gema concluye que “el celular es una herramienta muy importante para mi trabajo”. Víctor, en cambio, solo graba un breve mensaje a sus amigos: “estoy de vuelta. Listo para salir.” Misma tecnología, diferentes maneras de vivirla.
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