Nos levantamos y lo primero que hacemos es abalanzarnos sobre el móvil. Parece que toda nuestra vida dependiera de esa lectura. Si lo pensamos detenidamente, sabemos que ante una urgencia real, recibiremos un llamado y no un mensaje. Parece que nuestras cabezas han sido dominadas.
David Macián pertenece a una nueva tribu urbana, exótica pero cada vez más numerosa: la de los desconectados:
Personas que han decidido poner freno a la vorágine de internet y dejar de estar hiperconectados. Unos marcianos que han resuelto detener la vida virtual para dedicarse a vivir la vida real
Lo que le ha llevado a Macián a desconectarse de las redes sociales es que no le gusta el tipo de relación que imponen.
“Cuando paso por una terraza y veo a dos personas sentadas la una frente a la otra mirando cada uno su móvil me pongo malo. Estamos perdiendo las conversaciones, las relaciones cara a cara, lo auténtico, lo natural”
Cada vez son más los que, como él, optan por mandar al diablo a internet y a las redes sociales. Y no hablamos de místicos o ermitaños que deciden aislarse del mundo, nos referimos a gente de ciudad, a nativos digitales que han crecido al amparo de la red, que han decidido pasar de ella y que están demostrando que es perfectamente posible vivir sin internet, sin renunciar por ello a su actividad profesional o a sus vínculos sociales.
“Mis amigos saben que no tengo redes sociales ni Whatsapp, así que cuando quieren contactar conmigo me llaman. No es tan difícil”
Una encuesta realizada hace cuatro años en Francia por Havas Media, una de las agencias líderes en comunicaciones, reveló que casi el 20% de la población del país galo vive desconectada y que la mayoría de quienes le dan la espalda a internet lo hacen de manera voluntaria por dos motivos: o bien porque no les apetece que el Gran Hermano fisgonee en su privacidad, o porque querían dejar de lado el mundo virtual para volver a la vida real.
Ese último grupo de personas representaba ya en 2012 el 3,4% de los franceses y, si habían decidido decir adiós a internet, era porque sentían que estaban perdiéndose la vida de verdad y que los tentáculos de la web y de las redes sociales les estaban arrastrando a la adicción.
Hablamos de gente de entre 25 y 49 años, de la clase alta, universitarios, que se movían como pez en el agua por la web y que un buen día decidieron salir de Facebook y de Twitter y limitar su uso de internet al mínimo y a aspectos muy concretos, como presentar la declaración de la renta, echar un vistazo al correo o comprobar la cuenta del banco.
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