La práctica es confidencial, pero no ha causado apenas debate en un país loco por las nuevas tecnologías y quizá menos temeroso que el resto a la violación de datos personales, donde los beneficiarios de la seguridad social aceptan desde hace tiempo que su información sea compartida entre las administraciones públicas.
Sus promotores aseguran que el chip es totalmente pasivo, un accesorio que simplifica la vida diaria y que solo emite datos cuando se pone la mano sobre un lector de tarjetas NFC (Near Field Communication).
Ulrika Celsing, de 28 años, es una de los 3.000 adeptos en Suecia, un país de 10 millones de habitantes. Para ella, se acabó la interminable búsqueda de las llaves en su bolso: para entrar en la oficina, simplemente pasa su mano sobre un pequeño detector, marca su código y la puerta se abre.
Desde hace un año, está equipada con un chip subcutáneo que sustituye a su tarjeta de acceso y también le permite entrar en su gimnasio o tomar el tren
Como una suerte de monedero electrónico, el chip también puede incorporar billetes de tren de la empresa de ferrocarriles nacional SJ. El servicio, que lleva un año en funcionamiento, ha convencido a unos 130 usuarios, que pueden reservar el billete en línea y grabarlo en su chip.
Por una vida más cómoda
Cuando su empresa organizó un evento en la que los empleados podían hacerse implantar el chip en la mano, Ulrika “siguió el movimiento”. “Fue genial probar algo nuevo. Y, en el futuro, ver cómo podemos utilizarlo para facilitarnos la vida”, afirma.
A parte del dolor causado por la jeringuilla al insertar el chip en la mano izquierda, Ulrika no sintió nada y utiliza su implante casi a diario, sin temer que pirateen sus datos ni que, eventualmente, la vigilen.
“La tecnología todavía no ha llegado al punto en el que pueden piratearte tu chip”, asegura. Pero “en el futuro, quizá habrá que pensar en ello. Siempre puedo quitármelo”.
Para Ben Libberton, microbiólogo, los peligros son sin embargo muy reales. La implantación del chip puede causar “infecciones y […] reacciones del sistema inmunitario”, explica.
“El riesgo más importante concierne a los datos: en este momento, los datos recabados y compartidos por los implantes no son muy numerosos pero eso aumentará, probablemente”, asegura el investigador.
“Si un día un implante puede detectar un problema médico en la persona que lo porta, ¿quién será avisado y cuándo? ¿Acaso las compañías de seguros obtendrán información sobre nuestra salud?”, se pregunta.
“Cuantos más datos haya en un solo lugar, como sería el caso de un implante, mayor es el riesgo de que este sea utilizado en nuestra contra”
Un temor que Jowan Österlund, especialista en piercings y campeón autoproclamado de implantación de chips, descarta. Al contrario, defiende, si uno lleva consigo todos sus datos personales, puede controlar mejor su utilización, puesto que un usuario es libre o no de utilizar su chip.
Pese a todas las dudas que plantea la novedad, esta resulta atractiva. “En Suecia, la gente no tiene miedo a la tecnología y diría que hay menos resistencia a las nuevas tecnologías aquí que en la mayoría de los países”, afirma Ben Libberton, el microbiólgo.
Durante una “implant party” organizada por Jowan Österlund en Estocolmo, Anders Brännfors, de 59 años y cabello cano, desentona un poco entre la mayoría de curiosos, casi todos en la treintena y con aspecto hipster. Pese a declararse feliz de haberse convertido en la versión 2.0 de sí mismo, todavía no ha utilizado su chip, que tiene implantado desde hace varias semanas.
AFP