La semana pasada me tocó -por desgracia- comprobar en forma personal el lamentable estado del sistema de salud y la durísima situación que afrontan, cada día, sus integrantes: medic@s, enfermer@s, camiller@s, personal de limpieza, administrativos y un montón de personas más que se ocupan de cuidar y atender a quienes ven jaqueada su salud por distintos motivos.
Mi esposa tuvo una neumonía -¡afortunadamente no Covid!- y tuvo que estar tres días internada, lo que nos hizo experimentar en carne propia el nivel de deterioro del sistema de salud, gravemente acentuado por la pandemia.
Tenemos total conciencia de ser privilegiados porque nos atendemos en establecimientos privados de CABA y contamos con una muy buena prepaga, por lo cual no podemos ni imaginar los efectos del deterioro en el sistema público y en la mayoría de las provincias del país.
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El notable esfuerzo de los integrantes del equipo de salud es admirable y conmovedor. Agotados y estresados, nos dieron lo mejor de sí, sin excepciones. Pero eso no logra compensar la escasez de medios y el estrellarse más de una vez con estructuras sanitarias superadas, no sólo por los enfermos de Covid sino también por el desborde de todas las afecciones no atendidas durante el pasado año a causa de la pandemia.
Se advierte a `primera vista el enorme cansancio de las personas que ponen el cuerpo cada día para cumplir su tarea, a la que no dudo en calificar de heroica, más aún considerando las pésimas remuneraciones que reciben.
Pudimos comprobar que varios de los que nos atendían aún no habían sido vacunados, confesiones que llegaban los mismos días que los medios sumaban páginas a la indignante lista de vacunados “VIP”
Personas jóvenes, “amigos o parientes de”, “privilegiados cercanos al poder de turno”… Todos alejados por completo de la primera línea en la que vive el personal de salud y ajenos en general a cualquiera de los grupos de riesgo que, por empatía, por las normas vigentes y por la más elemental de las lógicas, deben ser los primeros en acceder a la vacuna.
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Las miles de vacunas aplicadas de esa forma ilegal y canallesca, reñida con la ley, la ética y cualquier noción de solidaridad, significan privar a miles de trabajadores de la salud de la protección que la sociedad les debe. Muchos de ellos han fallecido o enfermado gravemente, en proporción notablemente mayor a la del resto de la población…
Algo que seguirá ocurriendo si no los priorizamos como merecen, y si el Estado y la sociedad no les reconoce todos los días, sin excepción, la importancia que les atribuimos cuando nos toca estar en una camilla esperando su palabra, su empatía y sus conocimientos para recuperar eso que muchas valoramos solo cuando lo perdemos: la salud. Nuestra o de los seres queridos.
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Se trata de una cuestión que todos deberíamos plantear más allá de cualquier especulación política. El miedo y la búsqueda desesperada de la salvación individual están en la esencia del ser humano pero si algo hemos logrado en miles de años de evolución es moderarlos y encauzarlos dentro de una sociedad basada en reglas, para evitar la sanguinaria y despiadada ley de la selva. La ley que habilita que el poderoso se cuele impunemente en la fila y que los respetuosos paguemos con el cuerpo, con la salud y la desesperanza el sentir que hacer las cosas bien o mal da lo mismo.
Hoy más que nunca necesitamos recordar que no debemos valorar al equipo de salud recién cuando una enfermedad nos pisa las talones. No es justo, no es ético, no está bien. Que la pandemia sirva para ordenar las prioridades en cada uno, en cada hogar y en esta lastimada sociedad.
PD: Gracias Alejandro Risso Vázquez y todo el personal del Sanatorio Otamendi por aliviar la angustia, por sanar el cuerpo y, sobre todo, por cuidar al ser humano más allá del paciente.
- Por Alejandro Drucaroff Aguiar.
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