Las consecuencias del cambio climático no dan tregua. Europa desespera agobiada por un calor insoportable. En Londres se anuncian máximas que superarán los 38,5º que marcaran un récord en 2003. En Estocolmo hay perplejidad por valores superiores a los 30º cuando la temperatura habitual esperable es del orden de los 23º. Los suecos no registran un julio tan caluroso desde… ¡1756!
Lo de Grecia es sencillamente una catástrofe. Los incendios ya causaron más de 100 muertes y destruyeron pueblos enteros.
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El cambio climático agobia al mundo
Todo el hemisferio Norte sufre la ola de calor. Japón considera la situación un desastre natural y su tan organizada como eficaz sociedad no da abasto para atender a miles de víctimas de tan altas temperaturas que superan los 40º en Tokio.
En esta región de Sudamérica, por nuestra parte, vivimos un invierno notablemente más crudo y con constantes cambios imprevisibles. Los pronósticos son válidos por cada vez menos tiempo. Los fenómenos que causan daños crecientes cada vez más esperables. Ciclones, tornados, inundaciones, sequías baten sucesivos records.
Acuerdos y protocolos
Hay una sensación generalizada que nos invade: nadie espera que esto mejore, por el contrario, se afianza la idea de que el clima no puede sino empeorar.
Hace años que la humanidad habla del cambio climático y el calentamiento global. Hace años que los principales científicos convocados por las Naciones Unidas establecieron, fuera de toda duda, la brutal influencia de la humanidad en este fenómeno que nos amenaza
En 1997 se firmó el Protocolo de Kioto, destinado a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Recién entró en vigencia en 2005 porque las ratificaciones de países necesarias para ello demoraron varios años. Sin embargo, en la década de 2000 a 2010 las emisiones no sólo no se redujeron sino que aumentaron a una tasa anual del 2,2 por ciento, muy superior a la de 1,3 por ciento registrada en los 30 años anteriores.
El principal contaminador del planeta, Estados Unidos, se negó a ratificarlo
A fines de 2015 se firmó otro acuerdo global, un importante avance en la materia que busca mantener controlado el aumento de la temperatura media global, aumentar la capacidad de adaptación humana a los efectos adversos del cambio climático y reducir las emisiones.
El Acuerdo de París es un proyecto serio, pero posterga hasta después de 2030 las medidas más importantes. Nuestros dirigentes actuales se proclaman como ecológicos pero trasladan el sacrificio a las generaciones por venir
Ese acuerdo entró en vigencia en noviembre de 2016, menos de un año después de su firma, con la ratificación de 96 países y de la Unión Europea, quienes producen el 55% de las emisiones del mundo. Parecía que empezábamos a encontrar el camino. Pero no fue así. En 2017 el Presidente Trump anunció que los Estados Unidos, nuevamente, el principal emisor de gases contaminantes del planeta, se retiraban del acuerdo.
Enfrentar el cambio climático con alguna chance de éxito implica, ante todo, convencernos de la magnitud del riesgo que implica. Se trata de una amenaza real, tangible y actual, que ya se cobra vidas y genera daños inmensos
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También conlleva adoptar medidas que permitan reducir de verdad y en forma rápida las emisiones contaminantes. Esas medidas no son compatibles con el actual nivel de consumo energético, en particular de los países más desarrollados.
El planeta no tiene recursos ilimitados y el modo en que los hemos empleado compromete gravemente el futuro pero ya genera brutales efectos en el presente
¿Podrá la ciencia evitar que el mundo hierva?
Los avances tecnológicos y científicos han sido extraordinarios pero, por un lado, no fueron hasta ahora dirigidos –al menos en medida suficiente- a resolver este gravísimo problema y, en paralelo, muchos de ellos han contribuido a acrecentar el nivel de las emisiones.
La idea de que los “milagros” de la ciencia y la tecnología evitarán la hecatombe es claramente insuficiente. Peor aún, ha sido a la vez un buen pretexto para evitar encarar el tema con la seriedad y urgencia que requiere.
En “Homo Deus”, Harari plantea –como suele hacerlo- preguntas profundas y punzantes: “…el éxito futuro no está garantizado por alguna ley de la naturaleza. ¿Quién sabe si la ciencia siempre podrá salvar simultáneamente a la economía de congelarse y a la ecología de hervir? Y puesto que el ritmo no hace más que acelerarse, los márgenes de error son cada vez más pequeños. Si antes bastaba con inventar algo sorprendente una vez cada siglo, en la actualidad necesitamos encontrar un milagro cada dos años”.
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Algunos párrafos más adelante dice: “Cuando se trata del cambio climático, muchos creyentes convencidos en el crecimiento no solo esperan milagros: dan por sentado que los milagros ocurrirán. ¿Cuán racional es arriesgar el futuro de la humanidad a partir de la suposición de que los científicos del mañana harán algunos descubrimientos desconocidos?”
Tratemos de responder estos interrogantes mientras aún podemos hacerlo, mientras todavía estamos en condiciones de afrontar las ya durísimas consecuencias del cambio climático, de esa locura del clima que tanto contribuimos a causar.
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