La noticia corrió rauda por las primeras planas de los medios al estilo líquido que caracteriza la vida moderna. Aunque involucra nada menos que el destino y uso de nuestros datos personales, no logró sostenerse ni dio lugar al debate que merece.
Ni siquiera una multa record de 4.343 millones de euros como la impuesta por la Comisión Europea a Google es tema central por mucho tiempo
Es interesante resaltar los motivos de la sanción.
Se le imputan a Google prácticas monopólicas ilegales en la comercialización del sistema operativo Android para celulares, como forzar a los fabricantes de celulares y tabletas a instalar su buscador y navegador o pagarles para que no incluyan buscadores de la competencia. En suma, establecer un sistema cerrado cuya consecuencia es que la compañía logre un control de las búsquedas superior al 90% en el ámbito europeo.
El éxito de esas políticas del gigante de internet es rotundo; según la Comisión, que las define como un “comportamiento ilegal muy grave” apenas un 1% de los usuarios de Android llega a descargar otro buscador y sólo el 10% elige otro navegador.
A las autoridades de la Unión Europea les preocupa el nivel de concentración monopólica de los datos porque ponen en serio riesgo las posibilidades de competencia. Ese es el fundamento principal de una sanción que equivale al 4,5% de la facturación anual de Google en el territorio de la Unión y viene acompañada de la amenaza de mayores sanciones si no se corrigen las prácticas en el plazo de 90 días.
La compañía, por su parte, rechaza la sanción y anuncia que la apelará. Defiende su modelo de negocio sosteniendo que le ha permitido no cargar los costos de los fabricantes pues provee buscador y navegador en forma gratuita y que ello ha creado más opciones para los consumidores.
Sin duda el monopolio de los datos afecta la competencia pero es posible –y necesario- pensar el problema desde otra óptica mucho más preocupante. La concentración cada vez mayor del manejo de nuestros datos personales genera riesgos y consecuencias que exceden largamente los resultados económicos de las compañías de internet.
Como dijo la comisaria europea de Competencia, Margrethe Vestager, los usuarios pagan con porciones cada vez mayores de información propia por servicios que creen recibir gratis
Esa entrega de datos sensibles tiene consecuencias. Quien cuenta con los datos adquiere un enorme poder de incidencia –o lisa y llana manipulación- de las personas, de sus deseos y decisiones en distintos campos. Es evidente que la concentración de semejante poder puede causar grandes efectos que comprometen incluso las pautas básicas de un Estado de Derecho Democrático.
Nada de esto es demasiado novedoso. Las fuertes denuncias sobre manipulación a través de las redes sociales en procesos electorales de distintos países, por ejemplo, demuestran que no se trata de un riesgo eventual o futuro sino de un grave problema actual.
Quizás lo extraño sea que, a pesar de la magnitud de las implicancias y del modo en que ellas ya afectan nuestra vida, no logremos debatirlas como prioritarias.
En su apasionante libro “Homo Deus”, Yuval Harari –el brillante autor de “De animales a dioses”- describe varios ejemplos que vale la pena considerar:
“En la actualidad, la mayoría de los negocios de la Bolsa los gestionan algoritmos informáticos, que pueden procesar en un segundo más datos de los que un humano procesaría en un año y reaccionar a los datos mucho más deprisa de lo que tarda en parpadear un humano.”
“Una IA (inteligencia artificial) tiene enormes ventajas potenciales sobre los médicos humanos… está familiarizada… no solo con todo mi genoma y mi historial médico, sino también con los genomas y los historiales médicos de mis padres, hermanos, primos, vecinos y amigos… sabrá de inmediato si en fechas recientes visité un país tropical, si sufro infecciones estomacales recurrentes, si ha habido casos de cáncer intestinal en mi familia o si esta mañana personas de toda la ciudad están acusando diarrea… Mediante el análisis de nuestro ADN, nuestra tensión arterial y un sinfín de otros datos biométricos… podría saber exactamente cómo nos sentimos… Al no tener emociones propias, siempre ofrecerá la mejor reacción a nuestro estado emocional.”
Y este concepto tan sencillo y claro como angustiante:
“A medida que los algoritmos expulsen a los humanos del mercado laboral, la riqueza podría acabar concentrada en manos de la minúscula élite que posea los todopoderosos algoritmos, generando así una desigualdad social y política sin precedentes. Alternativamente, los algoritmos podrían no solo dirigir empresas, sino también ser sus propietarios”
La defensa de la competencia contra las prácticas monopólicas es sin duda algo importante para el adecuado funcionamiento de la economía y también de las instituciones.
Sin embargo cuando hablamos de la gran concentración de los datos, del poder que de ello deriva y de sus innumerables implicancias, debemos comprender la magnitud de un problema que Harari resume en la pregunta con la cual cierra su libro:
¿Qué le ocurrirá a la sociedad, a la política y a la vida cotidiana cuando algoritmos no conscientes pero muy inteligentes nos conozcan mejor que nosotros mismos?
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