Siento, ante todo, la necesidad de asumir que nunca me sentí discriminado por razones de género, jamás pensé que ser hombre me pudiera perjudicar en mi educación, mi vida social, familiar o en mi trabajo.
Nunca percibí ser objeto sexual en un sentido invasivo, agresivo o violento. No me manosearon en un transporte público y nadie que no conociera me dijo frases que me molestaran con referencia a mi ropa o a mi apariencia.
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No sentí que debía esforzarme más que una mujer para lograr algo, ni tampoco que, por ser hombre, alguien pudiera despreciarme o dudar de mi inteligencia o mi capacidad. No tuve miedo –vale repetirlo una y otra vez- de que por el mero hecho de ser hombre me pegaran, violaran o, incluso, mataran.
Aclaro todo ésto porque siento que para las mujeres el recorrido ha sido diferente al nuestro. Diferente y muchísimo más difícil.
El Día Internacional de la Mujer celebra la lucha por la igualdad de derechos y oportunidades de la mitad de la humanidad, una lucha dolorosa, larga y difícil que continúa cada día, más allá de los importantes avances logrados. Sin embargo mi comprensión, como hombre que siente estar comprometido en esa lucha, es sólo intelectual
Sobre el machismo nuestro de cada día
Hace algunas semanas conversábamos en una reunión familiar sobre el tema y cada una de las mujeres presentes podía contar decenas de situaciones de abuso, discriminación, agresión y maltrato que había sufrido sólo por ser mujer. Por mencionar un solo ejemplo como anécdota, una de ellas contó que era preferible evitar ir al baño en un boliche bailable para no padecer toqueteos o intentos de quienes se sentían con derecho a avanzar sobre cualquier mujer.
Quizás lo positivo sea que esas situaciones, naturalizadas durante largos años, hoy nos parezcan intolerables y estemos dispuestos a denunciarlas para lograr que no se sigan repitiendo.
Agradezco a mi madre haberme transmitido un fuerte mensaje de repudio al machismo dominante.
Desde la cuna, aprendí que hombres y mujeres deben tener los mismos derechos y posibilidades y que, a lo largo de casi toda la historia, la mitad de la humanidad ha sido privada de ello por el sólo hecho de ser mujer
También me enseñaron que había que luchar contra esa injusticia, la más extendida del mundo y, por lo tanto, la más grave.
En buena medida ese mensaje funcionó. Lo recibí, lo procesé, lo asimilé y traté de ser coherente con lo que creía –y creo- a lo largo de mis 65 años de vida.
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Las profundas huellas de la cultura patriarcal
En mi vida profesional y en la familiar, en actividades públicas, sociales y políticas, intenté siempre –o eso creo, al menos- alejarme del machismo y combatirlo. De allí surgieron muchos de mis mayores momentos de felicidad, como disfrutar de una paternidad plena y de una vida de pareja basada en una relación igualitaria, amorosa, respetuosa e intensa –quienes me conocen podrán agregar, con cariño y humor, sobre todo intensa-, que cumplirá en pocas semanas veintiséis años.
A pesar de todo subyace en mí algo –o bastante- de la cultura patriarcal que define nuestra historia y cuya modificación profunda será tarea de muchas generaciones venideras
Una sola anécdota basta para reflejarlo. Hace un par de días, conversando con Hebe le dije con total naturalidad que conmigo era muy fácil resolver qué comer cada día porque todo me venía bien. Ella sonrió, divertida, y me señaló la carga de machismo del comentario, la simpleza con la que cualquier hombre –aún quienes suponemos estar convencidos de la igualdad de derechos de todos los seres humanos- asigna a la mujer las tareas domésticas o la considera –aunque sea en mínima medida- a su servicio.
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Es un ejemplo menor pero significativo de una estructura muy antigua, arraigada en lo más profundo de las personas.
La mujer recién ha logrado el reconocimiento formal de sus derechos en las últimas décadas. Es bueno recordar que el voto femenino recién se hizo efectivo en 1951, la patria potestad compartida en 1985 y que, durante la mayor parte de la historia, la mujer no pudo disponer de sus bienes sin la tutela de su padre o su marido
Aún hoy, a pesar de los grandes avances logrados en muchos países –pues en tantos otros la privación de derechos de las mujeres es escandalosa y brutal- la igualdad de derechos y, sobre todo, de oportunidades, sigue siendo una consigna, basada en la Ley y los Tratados Internacionales pero muy lejana en los hechos.
Podemos –y debemos hacerlo- hablar del Ni Una Menos, del horror de los femicidios, de los tantos derechos pendientes de reconocimiento y, sobre todo, de vigencia efectiva.
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Sin embargo, es probable que sea mejor, siguiendo el sentido de esta fecha tan importante, que los hombres hagamos un esfuerzo por imaginar lo que han sufrido y sufren, sólo por ser mujeres, aquellas a quienes amamos y nos aman, para luego actuar en consecuencia. Ese sería un buen homenaje a una de las fechas más significativas del año, la que celebra una lucha inconclusa e indispensable que debe seguir adelante.
- Alejandro Drucaroff Aguiar es abogado, especialista en ética pública. Escribe columnas en Derecho & Revés, en Buena Vibra y en otro medios.
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