Francisco: mensaje urgente y ejemplo para un mundo en riesgo

No soy católico, no profeso ninguna religión. Creo en el respeto por las creencias de todas las personas como pauta básica de convivencia. No creo en personas providenciales ni en líderes iluminados.

Dicho esto, declaro mi profunda admiración por el Papa Francisco, por su conducta y su mensaje, por su compromiso con las personas y sus derechos, en especial por los más débiles, por los miles de millones de excluidos que ha generado –y diariamente genera- una sociedad global que gira en torno al individualismo extremo y el dinero y en la que priman los intereses de un porcentaje minúsculo de los seres humanos, el mismo que acapara en proporciones obscenas y absurdas la mayor parte de la riqueza del planeta.

No soy católico, no profeso ninguna religión. Dicho ésto, declaro mi profunda admiración por el Papa Francisco

Si algo asombra en Francisco, es la coherencia entre forma y contenido, entre lo que dice, el modo en que lo dice y lo que hace. Su forma de vida sencilla, el alejamiento de todo lujo o pompa, su constante acercamiento a los que menos tienen, van de la mano con su convocatoria a todos, a los dirigentes, a los poderosos y a los sufrientes, en términos que aún no han sido suficientemente comprendidos.

Ante el Congreso estadounidense y ante las Naciones Unidas, su voz se alzó para reclamar:

* La paz como pauta irrenunciable y esencial de la convivencia humana.

* La participación real y equitativa de todos los países en las decisiones importantes del planeta, en especial en el Consejo de Seguridad y los organismos financieros, los verdaderos resortes de poder concentrados siempre en muy pocas manos.

* La limitación de todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de desarrollo y los organismos financieros internacionales velen por el desarrollo, evitando “la sumisión asfixiante a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso someten a los poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia”.

* La justicia como requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. Recordó la antigua máxima romana “dar a cada uno lo suyo” como concepto esencial del derecho y remarcó “que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y los derechos de otras personas singulares”.

Si algo asombra en Francisco, es la coherencia entre forma y contenido

* La defensa del medio ambiente como bien fundamental de todos. Denunció el abuso de los recursos y la exclusión como “una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente”. A su juicio, los pobres sufren por la exclusión por un triple motivo: “Son descartados por la sociedad, son obligados a vivir de descarte y deben injustamente sufrir las consecuencias de los abusos del ambiente”. Concluyó que “la crisis ecológica junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad puede poner en peligro la existencia misma de la especie. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición del lucro y el poder debe ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre”.

* El cese del tráfico de armas: “¿Por qué venden armas letales aquellos que planean generar sentimientos indescriptibles a personas? Tristemente la respuesta la sabemos: es por el dinero. Es dinero que está empapado en sangre. Ante este silencio vergonzoso es nuestro deber enfrentar el problema y detener el tráfico de armas”.

* Que los gobiernos del mundo garanticen a su sociedad “el acceso efectivo, práctico e inmediato a una vivienda propia, un trabajo digno y una alimentación adecuada y agua potable, libertad religiosa, y libertad de espiritual y educación”.

El coraje, la entrega y la claridad de su mensaje no son novedosos. La magnífica exhortación Evangelio Gaudium (noviembre 2013) y su impactante encíclica Laudato Si (mayo de 2015) desarrollan en profundidad un pensamiento de inmenso valor para una humanidad en grave riesgo.

De nosotros depende leerlo, debatirlo, comprenderlo y actuar, junto a nuestros hermanos de cada rincón de la Tierra, para enfrentar entre todos y con la urgencia del caso, los grandes desafíos que nos impone esta era.