Sabemos que el pueblo venezolano vive una situación política, económica y social dramática, con serio riesgo de convertirse en una crisis humanitaria de grandes proporciones.
Los datos objetivos indican la gravedad de esa situación y, más aún, de sus posibles derivaciones inmediatas. No se trata sólo de que hayan sido asesinadas mucho más de un centenar de personas a causa de las masivas protestas callejeras, o de que el conflicto político se acelere en un clima de brutal violencia, sino de un altísimo porcentaje de la población que se encuentra bajo la línea de pobreza con grandes dificultades para el acceso a alimentos y medicamentos.
En un artículo recientemente publicado en el diario La Nación, Norma Morandini destaca la reticencia de determinados sectores partidarios a denunciar la represión desatada en Venezuela –cuyas víctimas superan largamente el centenar en pocas semanas- y atribuye su silencio a mordazas ideológicas. Se refiere concretamente al argumento de “no hacerle el juego a la derecha”.
La expresión parece acertada.
Son verdaderas mordazas ideológicas las que silencian a muchos ante violaciones grotescas y siniestras de los derechos humanos
No es algo nuevo ni que se plantee sólo a quienes profesan –o simpatizan con- una ideología determinada.
La penosa concepción de las cosas en “blanco y negro” es inherente a la condición humana. La vida es más fácil si creemos que de un lado está el “bien” y del otro el “mal”
Sobre esa base es casi forzoso “tragar sapos”, elegir “males menores” o cuidarse de “no darle de comer” al “enemigo. Lo hicieron todas las corrientes ideológicas a lo largo de la historia. Lo utilizaron todos los que, en su nombre, ejercieron el poder que, como se sabe, dista de ser demasiado fiel a los postulados que en la teoría enuncia.
Tomemos un ejemplo claro y sencillo.
La idea de dictadura –que, en teoría, todos repudiamos- puede minimizarse ante regímenes más “simpáticos” por las ideas que proclaman o en función de la conveniencia
Desde el gobierno, incluso de los países considerados más democráticos de la Tierra, tanto los sectores “de derecha” como los “de centro” y los “de izquierda” han instaurado o sostenido dictaduras feroces según sus conveniencias.
En la “derecha” es difícil encontrar condenas serias y comprometidas a los crímenes de las dictaduras latinoamericanas pero también a tantas otras como Arabia Saudita o las monarquías del Golfo Pérsico.
En la “izquierda” se tardó décadas en asumir genocidios como los de Stalin o Pol Pot y se buscan pretextos para justificar el actual horror en Venezuela mientras a Macri se lo asimila con la dictadura con una liviandad e irresponsabilidad incomprensibles.
El doble estándar es evidente, se podrían escribir libros sobre eso y serían necesarios varios para enumerar los ejemplos que brinda la historia.
Dice el artículo de Morandini y es tristemente así:
“Con nuestros muertos se hacen discursos, se levantan monumentos, se ponen placas recordatorias. Los otros, los que no nos pertenecen, son tan sólo un número o una desconfianza”
Lo más desgraciado es que las víctimas son la inmensa mayoría de las personas, sobre todo las que menos tienen, las que más necesitan que sus derechos tengan vigencia efectiva.
El doble estándar, la incoherencia, la apropiación de los derechos humanos como si fueran patrimonio de un sector o la negación de los derechos humanos “de los otros” terminan afectando el Estado de Derecho democrático, lo más avanzado (o si se quiere, lo menos malo) que la humanidad ha logrado construir como sistema institucional.
Como sucede con la corrupción, no se trata de cuestiones que deban ser utilizadas para la política partidaria
Es factible y necesario que la división allí no pase por la “izquierda” o la “derecha” sino por estar a favor –o en contra- de la vigencia de la democracia y los derechos consagrados en los Tratados Internacionales y las Constituciones en todos los casos, sea quien sea el que circunstancialmente gobierna (por el voto popular, claro está) y sea quien sea el responsable de las violaciones de esos derechos.
Lo de Venezuela es una tragedia, una terrible tragedia que puede empeorar a niveles inimaginables si no se consensúa una salida que sólo puede ser democrática y respetuosa de la voluntad de su gente.
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