Es un día de elecciones. Es un día para celebrar. Pasan los años y esa sensación no cambia, por el contrario, se afirma y resurge la necesidad de decirlo, de compartirlo.
El tiempo acompaña, es un día realmente hermoso. El sol suave que entibia, la temperatura ideal para muchos, el cielo despejado y la caminata de cada uno a su lugar de votación.
Ejercemos un derecho esencial: el de participar de las decisiones colectivas de la sociedad en la que vivimos; el de elegir a nuestros representantes para que gobiernen, para que legislen, para que ejerzan en nombre de los electores y siguiendo su mandato cargos fundamentales para la democracia.
Votar no es un derecho que hayamos tenido siempre ni algo que nos hayan concedido mágicamente; no tiene origen divino ni nos llega por algún liderazgo iluminado
El camino de la humanidad hasta las urnas fue largo, penoso y doloroso. La mayor parte de la historia de la civilización se compone de dictaduras, tiranías, poderes concentrados en pocas personas cuando no directamente en una sola.
La Argentina vivió dictaduras brutales, asesinas, canallescas, capaces de los peores horrores. Las urnas estaban “bien guardadas”, los que decidían nuestra suerte basaban su poder en las armas y el terror.
Quienes vivimos largos años sin poder ejercer el derecho a votar no sólo lo valoramos en su justa medida, tenemos la necesidad -y, porqué no, la obligación- de recordar que también podemos perderlo
Por supuesto el voto no implica por sí mismo que podamos resolver nuestros problemas. Desde ya que las necesidades insatisfechas son grandes y hay amplísimos sectores que no acceden, en la práctica, a derechos esenciales consagrados por la Constitución y las leyes. Hay sin duda una profunda crisis de la sociedad y de la dirigencia y son demasiados los dirigentes que nos han defraudado. Hay grietas y hay quienes la aprovechan, hay incertidumbres profundas y temores fundados.
También podríamos hablar de estas extrañas PASO, de las “internas” donde no hay internas, de una suerte de “encuesta obligatoria” y de sus efectos distorsivos. Nada de eso minimiza la importancia de cada elección.
Ninguno de nuestros muchos y serios problemas sin resolver le quita importancia ni valor al voto, a ese momento donde cada miembro de la comunidad tiene el derecho y la obligación de expresarse, de elegir
Por eso los días de elección deben ser siempre una fiesta, porque lo que celebramos no se vincula con los elegidos o con “ganar” o “perder” según cual sea el resultado sino con el modo en que decidimos convivir.
Lo fundamental es ratificar, una vez más, que las decisiones las tomamos entre todos y cada voto tiene el mismo valor. Que la voluntad de la mayoría es determinante y el respeto a las minorías obligado. Que los electos son simples representantes cuya misión es servir al conjunto social y rendir cuentas.
Por sobre todo que nunca debemos permitir que nos quiten el derecho a elegir y ser elegidos, punto de partida indispensable para construir una sociedad mejor.