Esos raros y tristes rituales nuevos: en qué se ha convertido hoy egresar del secundario

No voy en esta nota a decir nada demasiado diferente a cosas que ya he escrito y dicho, quiero advertirlo en un acto de honestidad y ética profesional. Pero necesito decirlo, una y otra vez, porque nuestros chicos están en peligro, y quiero ponerlo sobre la mesa de cada familia.

En estos tiempos que vivimos, la conciencia de nuestros jóvenes, su capacidad de enfrentar los verdaderos problemas de la vida, está en riesgo. Estamos educando pichones de canallas, con lo que de canalla tiene el desoír las leyes necesarias para que podamos convivir en forma armoniosa en este mundo.

Hemos hablado de excesos, de alcohol, de drogas, de erotización temprana, de viajes descontrolados, de picadas que se cobran vidas. Hemos hablado de chicos desenfrenados, a la espera de algún límite que proteja. Pero muchos adultos no reaccionan y la realidad vuelve con postales de época que preocupan: avanza el año y llega el turno de los rituales de los “chicos” que egresan del secundario, cada vez más zarpados, más violentos y más riesgosos. Prácticas vandálicas legitimadas, el mundo al revés, el mundo del disparate.

Festejan (¿festejan?) el UPD (último primer día) de clases, yendo al inicio del ciclo lectivo en estado límite, borde, merodeando el coma alcohólico… Entran enmascarados a los colegios y rompen y asustan y desafían… Destruyen una plaza para taparse de barro. Organizan “vueltas olímpicas” que habilitan el destrozo y la agresión con la complicidad de un “guiño” que lo llama “travesura”. Raros, tristes y raros rituales nuevos.

Y dónde, me pregunto yo, una vez más, ¿dónde están los padres?

En un aula de un colegio privado de Capital, de varios miles de pesos de cuota, un grupo de alumnos arma (impunes, descarados, provocadores) cigarrillos de marihuana frente a la mirada incrédula del docente. El profesor, impávido, interviene y denuncia; intenta, solo intenta advertir, sancionar, limitar. Pero no: no lo logra. Está maniatado por un sistema que se está enfermando, porque nos sobran compinches, porque nos faltan valientes. Intenta, pero no puede porque una autoridad del colegio le explica que los chicos solo estaban armando el porro, que no estaban fumando, y que eso estaba dentro de lo admisible. Porque lo había acordado con ellos…

Mi capacidad de sorpresa, a mis 51 años y a mis casi 30 de profesión, sigue intacta, tristemente intacta.

Hace un tiempo atrás, surgió a la palestra el debate sobre la baja de imputabilidad en los menores. Decía entonces y digo hoy que no es la solución hacerlos punibles desde pequeños, claro que no, no penalmente hablando. Pero sí decía, y repito hoy, unos meses después, que es tan peligroso un chico de una villa que sale a punta de pistola a delinquir, como el hijo de un empresario que sale a punta de prepotencia y vandalismo a destrozar el colegio donde es educado.

Es tan peligroso el que vende droga con la zapatilla colgada del cable eléctrico como señuelo como el que distribuye pastillas de éxtasis en un boliche top de zona norte, o el que monta el auto importado del padre alcoholizado y sale a punta de tren delantero a embestir inocentes y correr picadas.

Hablo una vez más de la posición de algunos cuantos padres en los tiempos que corren. Yo puedo equivocarme y mucho en la crianza de mis hijos, pero no soy ni seré un “padre tibio”.

Freud, creador del psicoanálisis, explicaba que los niños en su nacimiento eran puro principio de placer. Todo es satisfacción inmediata: no hay tiempos de espera, todo es ahora, hambre-teta, sueño-cuna. Y está bien que así sea porque es un momento evolutivo y fundante. Pero, con el tiempo, los chicos tienen que aprender que lo que hacemos tiene consecuencias, y que el principio de placer se atraviesa por el de realidad.

Y los encargados de instruirlos, de educarlos, somos los adultos, padres, educadores, profesionales de salud. Si habilitamos el vale todo y la transgresión sin consecuencia, los dañamos profundamente.

Necesitamos chicos imputables (y no hablo de cárceles, por favor, que se entienda). Necesitamos adultos que habiliten la ley, que no maniaten las sanciones que un colegio necesita aplicar

Es muy riesgoso encontrar, todos los días, directivos y docentes entrampados en el juego del todo vale. Estamos criando canallas señores… Estamos negociando con lo innegociable, estamos legitimando el disparate.

En mi obra de teatro “Maestros a la obra” un alumno increpa a la docente cuando lo saca del aula luego de romper todos los límites. La mira fijo, desenfunda la impunidad prestada como traje siniestro que le queda grande (porque todavía es el chico), la mira fijo y dice: “¿Vos sabes quién soy yo?”, desafía, haciendo alusión a su padre poderoso, que en la escena siguiente llama a la docente ubicándola en el lugar de la nada misma.

No me resigno, y no me callo, aunque diga lo mismo las veces que haga falta, sumando granitos de arena, sumando decires en el mundo donde la palabra es amordazada por la triste resignación nuestra de cada día…

Si este es el poder que le damos a nuestros hijos, triste poder les gestionamos. Procurémosle el poder de elegir, el poder disfrutar, el poder armar un proyecto de vida.

Eduquemos hijos poderosos, libres y no esclavos de la soberbia de pensar que, de lo que hacemos, nada pasa. Que por portación de cuentas bancarias son capaces de descuidar lo que los alberga

Digo, una vez más… Que no se crean nuestros chicos que se llevan el mundo por delante porque alguna vez serán ellos los atropellados, y entonces, en aquel momento, será demasiado tarde para lamentos.

 

Por Alejandro Schujman, psicólogo especialista en adolescentes. Autor del libro Generación Ni Ni y coautor del libro Herramientas para padres.