La tapa de la Revista Noticias de hoy tiene el mérito indudable de llamar la atención.
En una sociedad donde las imágenes superan cada día más a las palabras y los razonamientos se suelen limitar a 140 caracteres, los títulos definen –por desgracia- los debates. Más aún, difícilmente trascienda el subtítulo puesto en la misma portada:
“El fascista que una preocupante mayoría de argentinos lleva dentro”
La frase escrita en rojo y ocupando tres cuartos de la tapa (con la palabra “MATE” en tamaño aún mayor) remite a un extenso artículo de Beatriz Sarlo que ojalá sea leído por al menos una ínfima parte de los que se enterarán y comentarán el encabezamiento.
La prestigiosa pensadora y ensayista convoca, justamente, a pensar. A comprender cómo es posible que tantas personas sean empujadas “a pensar lo contrario de lo que sostendríamos en situaciones más propicias al razonamiento”.
Habla de lo fácil que es explicar el hartazgo que producen la ausencia del Estado o la connivencia de autoridades con el delito pero, al mismo tiempo, destaca que “el ensañamiento con un indefenso es la forma más repudiable de la venganza”
Se pregunta “porqué hombres trabajadores y buenos vecinos se convierten en homicidas” y a la vez busca una explicación en las causas sociales de una situación que dista de ser un problema argentino y tiene alcances globales.
Nos plantea el alto riesgo de caer definitivamente en manos del racismo y la violencia, de actuar con la lógica de la venganza y el escarmiento, como si –a más de destruirnos así nosotros mismos como personas- eso sirviera para solucionar algo.
Alerta sobre los efectos de esas tendencias sobre las cuales se construyen los movimientos de extrema derecha europeos. Sugiere que, por fortuna, en la Argentina aún no adquieren auge, quizás porque el terrorismo de estado sostuvo que los desaparecidos y torturados no tenían derechos ni eran humanos y aún persiste la lección del Nunca Más.
Como bien dice Sarlo, son comparativamente pocos los que postulan “matar a todos” los delincuentes pero algo se ha desintegrado en la ética colectiva.
Sin intentar en absoluto justificar a quienes delinquen, sostiene que no puede desconocerse que muchos millones de personas “viven en la exclusión, duermen al lado de arroyos inmundos, les falta comida, nunca vieron a su padre salir a trabajar regularmente o no lo conocen, fueron a escuelas ineficientes, salen de madrugada a hospitales donde a veces llegan demasiado tarde (…o) los acosa una cultura de la violencia que genera el narcotráfico”. Resalta que son comparativamente pocos, entre esos millones que incluyen al 30% de los chicos argentinos, los que salen a matar.
Su conclusión impacta:
“La pobreza no es una justificación moral. Es simplemente una condición que prepara para el desprecio a valores que tendrían que defenderse de mejor manera tanto por otros sectores sociales como por el Estado”.
Desde esta columna señalamos hace pocos días la necesidad imperiosa de proscribir el uso de una expresión totalmente contradictoria, en sí misma y con relación al Estado de Derecho: la muy mal llamada “justicia por mano propia”. Esa frase es una muestra clara de la desintegración ética de la que habla Sarlo pero el riesgo va mucho más allá.
La “mano propia”, además de convertirnos en delincuentes, no tiene la más mínima chance de aportar soluciones. Sí en cambio puede arrojarnos de regreso a la selva, allá donde la palabra ley simplemente no existe y se impone quien, en cada momento y circunstancia, tenga más fuerza.
El problema que enfrentamos es demasiado complejo y profundo como para encontrar atajos fáciles. Sin duda es urgente encararlo en sus múltiples facetas, empezando por asegurar el rol estatal para garantizar la seguridad de todos sus habitantes, porque sólo así funciona un Estado de Derecho y porque no conocemos ninguna alternativa mejor.