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Machismo, femicidios y la urgencia de un cambio cultural que los vuelva “pasado”

El machismo es un producto cultural, el resultado de miles de años de historia durante la cual la mitad de la humanidad ha vivido sometida, en distintos grados y de diferentes modos, a la otra mitad

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Otro femicidio ocurrió este fin de semana en la ciudad argentina de Mendoza, a escasos días de una nueva y magnífica expresión social de protesta y reclamo por el fin de esos crímenes. Esto demuestra la necesidad imperiosa de seguir profundizando y encarando el problema de fondo que los genera: el machismo, que no está en nuestro ADN, que no es una “condena” genética, y que dista mucho de ser inevitable.

El machismo es un producto cultural, el resultado de miles de años de historia durante la cual la mitad de la humanidad ha vivido sometida, en distintos grados y de diferentes modos, a la otra mitad

Las facetas más repulsivas del machismo nos horrorizan (¡al fin!) como sociedad

Los femicidios -palabra que tardamos siglos en encontrar y asumir-, las violaciones, las agresiones brutales, ya no se suavizan bajo el eufemismo de “crímenes pasionales”. Se definen, desde la propia letra de la Ley, como crímenes aberrantes, agravados por el abuso de la fuerza y de la posición dominante.

Contra ellos marchamos. Así surge esa intensa, bella, conmovedora reacción social del #NiUnaMenos que, aunque no los impide, definitivamente los pone en evidencia e instala el reclamo de un rol serio y concreto del Estado para combatirlos.

Es clave sumergirse hasta el fondo del asunto. Las raíces de los crímenes horrendos e indignantes son aún mucho más profundas.

La discriminación de la mujer se expresa en múltiples formas que, además de conducir muchas veces a la violencia física, también la postergan, la degradan y condicionan su proyecto de vida

En el mejor de los casos, luego de una larguísima evolución que costó sangre, sudor y lágrimas hasta alcanzar una aparente e incompleta igualdad de derechos, las mujeres deben hacer esfuerzos largamente mayores a los de los hombres para -con suerte y en casos excepcionales- llegar a posiciones similares. Tal situación suele ser aún peor en los estratos más pobres y excluidos, aunque atraviesa transversalmente la sociedad.

El machismo tampoco es patrimonio de una ideología ni es materia de controversia entre las principales corrientes de pensamiento que han determinado el debate político en el mundo en las últimas décadas. El machismo no es “de izquierda” ni “de derecha”.

Para comprender realmente esta cuestión que afecta a cada una de nuestras madres, hermanas, compañeras y amigas, hace falta una mirada distinta. Como bien lo expresa Elsa Drucaroff, hace falta “Otro logos”. Sus raíces están, en mayor o menor grado, presentes en cada uno de nosotros. 

El machismo empieza, lentamente, a ocupar el lugar histórico que le corresponde, como en su momento ocurrió con el esclavismo. Es una faceta siniestra e indefendible de lo humano que es preciso enfrentar y erradicar.

Mientras tanto, la lista de víctimas se incrementa. Algunas son públicas, como las de las asesinadas o violadas. Otras son tan numerosas que sería dudoso que la propia Internet fuera suficiente para publicarlas.

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