Desde la distancia el planeta es azul según los astronautas, y no se ven los mapas. Los bordes están difuminados y no es más bella Brasil que Dinamarca. Es mejor, pienso, no soy muy de las patrias.
Quiero a esta tierra como quiero a todas las tierras de la tierra. Mi patria es el planeta y pertenezco a la única raza que conozco: la humana. Después jugamos, si alguien quiere, al color de la piel, a los dioses distintos, tal vez a la política.
Si hoy tuviera en la mano una vacuna y dos personas delante de mí se la daría a la que más la necesita, tal vez un viejo, tal vez un niño enfermo, pero no me fijaría si nació dentro o fuera de ese borde inventado de los mapas
Mapas que tampoco son fijos, quedan más grandes o más chicos según el resultado de las guerras o de los acuerdos de unos cuantos sentados en auditorios con intérpretes reglamentarios.
¿Traducen siempre fielmente los intérpretes de los delegados? Cuentan que la Malinche, intérprete y amante de Hernán Cortés, le contó al español la historia de su pueblo como quiso y entre las sábanas. ¿Usaban sábanas los conquistadores? Me gana la costumbre de irme de tema, tengo que controlarla, perdón pido una vez más y sigo.
Si por arte de magia se hiciera realidad mi teoría ilusoria del planeta patria de todos los humanos desaparecería el concepto de extranjero
Porque, ¿quienes son los extranjeros?
¿Los que nacieron por azar en otra parte?
Si el mundo fuera de todos nadie sería de otra parte.
P/D 1: He vivido en otras patrias. En todas hay gente que ama, que llora, que goza, que canta, que ora.
P/D 2: También hay sufrimiento y carencias que pueden ser paliados.
P/D 3: Los extranjeros viven aquí. Están siempre a mi lado.
Seguí leyendo
- Los argentinos y la importancia de volver a ser nosotros, por Leonor Benedetto
- Sobre el arte, los dioses y la vieja costumbre de enfrentar el fin del mundo, por Leonor Benedetto