Las cifras impactan. A pesar de las valiosas y multitudinarias manifestaciones que reclaman bajo la consigna #NiUnaMenos, a pesar de algunos avances institucionales y medidas tomadas, a pesar del aparente consenso amplio de la dirigencia, la violencia contra las mujeres sigue creciendo.
En 2015 los ataques sexuales aumentaron un 26% respecto del año anterior, y fueron alrededor de 50 por día.
Los casos denunciados incluyen alrededor de 10 violaciones diarias, lo que arroja una tasa de 8,7 cada 100.000 habitantes, superior a la de los homicidios que llega a 6,6 sobre la misma cantidad.
Si miramos unos años atrás el resultado es aún peor. Los ataques se incrementaron en un 78% desde 2008.
Los femicidios, la expresión extrema de la violencia contra las mujeres, también se incrementaron en 2015; fueron 9 más que el año precedente, lo que ratifica que cada 30 horas una mujer es asesinada básicamente por serlo. En 2016 la estadística no muestra ninguna mejoría.
Estos datos tan dolorosos deben exponerse en público una y otra vez. Necesitamos asumir la magnitud del problema y comprender que sólo un gran cambio cultural puede empezar a modificarlo.
No alcanza con un par de grandes manifestaciones ni con declaraciones de ocasión. Ni siquiera son suficientes algunas medidas concretas si no van acompañadas de una asunción colectiva de la naturaleza profunda de la cuestión. El cambio requiere un compromiso profundo y un trabajo diario.
El machismo brutal permanece vivo en la sociedad y es la base de la violencia contra la mujer que sigue siendo para muchos algo “natural”.
Existe una tendencia a justificar o, cuando menos, minimizar, los crímenes perpetrados en el ámbito familiar de los cuales son víctimas las mujeres.
Allí subyace el origen del problema cultural, esa concepción machista y siniestra es la que impide reducir seriamente la cantidad y extensión a todos los niveles sociales de delitos repugnantes, símbolos de un atraso que nuestro Estado de Derecho democrático no puede tolerar.
No es casual que dos de cada diez mujeres asesinadas hayan presentado denuncias previas por violencia contra sus parejas ni que casi 6 de cada 10 de los homicidas hayan sido parejas o ex parejas de las víctimas.
En total 7 de cada 10 de las víctimas fueron asesinadas por personas de su círculo íntimo lo que agrava las dificultades para enfrentar el drama con éxito.
Hablamos de cambio cultural y eso significa modificar todo lo que contribuye a la degradación del género femenino. Las publicidades sexistas o los patéticos chistes machistas, por citar dos ejemplos habituales, dan sustento a esa degradación y, al cabo, ayudan a mantener una situación de inferioridad que fomenta la violencia.
No hay más espacio para ignorar un fenómeno criminal muy grave que no sólo no ha disminuido sino que continúa creciendo.
Comprometamos nuestro esfuerzo para que #NiUnaMenos no sea un grito tan desgarrado como inútil.