La astrología revela el mapa de nuestra vida y nos facilita una mayor comprensión de los desafíos y oportunidades de cada momento. Cada una de nuestras edades sugiere retos y aprendizajes determinados. Entre los ciclos del tiempo que percibe, destaca tres edades de particular alquimia entre obligaciones y creatividad, tres períodos de especial articulación entre el compromiso responsable y la manifestación creativa.
- El desafío de los 28 años: ser en la sociedad
Lo desarrollado hasta los 28 años fue lo heredado -emocional y mentalmente- de nuestra matriz familiar de origen. Será recién a partir de los esta edad cuando asumiremos la responsabilidad de nuestros propios dones y talentos para decidir de qué manera desplegarlos en el mundo, creando nuevas formas. Cumplir 28 significa reconocerse como un “fruto maduro” y conlleva una prueba de fuego: la madurez, junto con la angustia que nos puede generar ese salto a una nueva vida. Si intentamos permanecer adheridos a la estructura de personalidad de los años precedentes, entonces no avanzaremos hacia el futuro; en cambio, si nos animáramos a superarla, esta nueva etapa nos dará la posibilidad de forjar una vida distinta, más singular, auténtica y genuina.
Las personalidades de temperamento obediente demostrarán su crecimiento aceptando riesgos, dejando de lado los planes previstos para apostar a su propia intuición. Por su parte, las personalidades donde predominó el carácter rebelde tendrán la oportunidad de responder con madurez, animándose a sostener procesos constructivos y a comprometerse con la realización de proyectos. Si la personalidad se mantiene rígida –en un caso o en otro– los desafíos que pide este momento pueden generarles crisis (o colapsos) psicológicos. Es tiempo de descubrir cuan flexible es la propia estructura de personalidad para permitir que florezca un compromiso genuinamente creativo en nuestras vidas.
- Los 42 años: crisis de la mitad de la vida y replanteo existencial
Los 42 años marca un tiempo de replanteos excepcionales sobre el nivel de compromiso con lo genuino de la propia vida. Este inédito momento ofrece una “compleja claridad” acerca de uno mismo, que invita a realizar un giro de 180 grados para ser fieles a nuestros deseos más legítimos y desarrollar aquellas “asignaturas pendientes”.
Es tiempo de liberarnos de prejuicios para desplegar lo que intuimos más auténtico y creativo. Podemos asustarnos y reaccionar defensivamente adoptando una postura aún más rígida y exigente, generando, por lo tanto, manifestaciones de imprevistos por destino: situaciones de exilio, rebeldía o abandono. O también podemos polarizarnos identificándonos de un modo excesivo con el rebelde – en un burdo intento de recuperar “la juventud perdida”- y propiciando que el destino presente mucho límite o censura.
La crisis de mitad de la vida representa el tiempo de encuentro con la magnitud de la propia sombra (según palabras de Carl G. Jung), por lo que será crucial tomarla como una gran oportunidad de “despertar”, de tomar conciencia sobre qué arquetipo gobernó hasta ahora la propia vida. Y darnos la chance de elegir actividades y relaciones más genuinas y menos predecibles o rutinarias.
- Los 56 años: ser en el misterio
Con los 56 años se anuncia el inicio de una nueva estructura de personalidad que pide confiar en la cosecha creativa de nuestra vida y entregarnos a una identidad trascendente.
Podremos emprender un camino de retorno a nuestros orígenes. Esto no significará un desandar sobre los mismos pasos (lo que significaría una regresión) sino una nueva posibilidad de expansión: después de todo el camino que recorrimos, ahora es el momento de responder a quiénes somos más allá de los roles familiares y sociales asumidos en el pasado. En un futuro, más o menos cercano, deberemos renunciar a nuestras actividades profesionales o dejar de lado el rol de sostenedores de la familia, lo cual podrá generarnos la sensación de inutilidad o desasosiego. No obstante, si a los 56 años prevalece la aceptación de lo realizado y nos mostramos dispuestos hacia la nueva vida que se inicia, entonces comenzaremos a transitar la paradoja de, sintiéndonos sólidos y firmes en la personalidad desarrollada desde los 28 años, sentir que ya no podemos (ni queremos) seguir reproduciéndola hacia el futuro.
A los 28 años respondimos al tiempo de construcción de un espacio social propio y visible en el mundo, priorizando la productividad y la generación de un hogar. A los 56 años, en cambio, nos mostraremos listos para liberarnos de este mandato (o bien sentiremos que nos obligan a hacerlo). Será tiempo para confiar en abrirnos a una nueva cualidad en la experiencia de nuestra vida. A los 28 años comenzamos a desarrollarnos en la sociedad, y ahora, superados los 56 años, será el momento de sentirnos preparados para devolver a la comunidad los frutos de nuestra experiencia. Será probable, entonces, que afloren la confianza y la libertad para expresarnos sin la necesidad de ser aprobados por los demás. Ha llegado el momento de trascender a la persona en la que nos hemos convertido y entregarnos al descubrimiento de una nueva dimensión de nosotros mismos.
Esta etapa es una oferta de libertad, pues sucede un hecho trascedente: nuestros hijos parten del hogar y los padres ya no estarán con nosotros o cederán su protagonismo en nuestra vida. Nos sobrará el tiempo para dedicarnos a nosotros mismos. Tendremos a nuestra disposición una cantidad de energía que antes ocupábamos en cumplir con (o rebelarnos a) mandatos o deberes. Será un período de misteriosos descubrimientos, a partir de sentirnos liberados de roles y obligaciones. La oportunidad de ir más allá de las expectativas sociales estimula el permiso para ser fieles a aquella misteriosa voz que siempre nos susurró desde el centro profundo del alma.
Por: Beatriz Leveratto. Astróloga y tarotista. Autora, con Alejandro Lodi, del libro “Cada siete años”, de Editorial Aguilar.
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