Mundial 2018: la derrota que duele pero no sorprende

Duele.

Porque el fútbol no sólo es el deporte nacional de los argentinos sino también algo que de vez en cuando nos congrega, nos reúne, nos hace compartir, disfrutar alegrías o sufrir tristezas.

Porque nos lastima ver impotente a un genio del deporte como Lionel Messi, uno de los más grandes jugadores de todos los tiempos a quien le pedimos todo y un poquito más sin siquiera pensar en las circunstancias dentro de las cuales viene –porque siempre viene- a ponerse la camiseta de la Selección.

Duele pero, es hora de que lo digamos todos juntos, no nos sorprende en lo más mínimo

Podemos ser exitistas, fanáticos desmesurados, tapar la realidad con las manos por un rato pero, en el fondo, todos sabíamos, todos sabemos que hace años nuestro fútbol camina al borde del precipicio. Que si no caímos antes en un abismo como el de hoy fue porque de estas tierras siguen saliendo talentos futboleros, herederos de una tradición ya centenaria.

El fútbol argentino no tiene –otra vez, hace demasiados años- una organización mínimamente razonable, mínimamente decente, mínimamente eficiente.

En realidad podemos decir todo lo contrario. Podemos sin ningún temor utilizar palabras que crucifican a una dirigencia corrupta y patética, torpe, ignorante y exclusivamente concentrada en privilegios o negocios. El “38 a 38” de una votación de 75 miembros de la Asamblea de la AFA no es una triste anécdota sino la genuina expresión de la esencia de esos dirigentes.

Los gobiernos sucesivos –nuevamente, por décadas y todos ellos- nada hicieron para recuperar ese piso de orden, decencia y eficiencia sin el cual ninguna organización puede funcionar.

Si el ocupante circunstancial del arco de la Selección no hubiera cometido el grosero error de hoy pudimos haber empatado y quizás hasta ganado. Si el técnico hubiera sido otro también. Eso no hubiera modificado en nada los problemas de fondo, los que en la inmensa mayoría de los casos deben conducir a resultados como el de hoy.

Tampoco los cambiará una eventual milagrosa clasificación a la próxima ronda y ni siquiera lo haría un -más milagroso todavía- éxito posterior en este torneo.

Hay algo aún más doloroso y preocupante.

La AFA no es un cuerpo extraño en la sociedad argentina; no la dirigen seres de otro planeta y ni siquiera de otro país

Es un producto –extremadamente nefasto, eso sí- de un país muy complicado con una dirigencia que acumula sin cesar méritos para que estas cosas pasen.

Quizás este dolor sirva para que decidamos dejar de convivir con tanta inmundicia. Para que comprendamos que los logros son –casi siempre- consecuencia del trabajo, del esfuerzo conjunto, de la constancia y de sostener todo eso en el tiempo.

Messi seguirá siendo –ojalá que por muchos años- el mejor jugador del mundo, aún a pesar de la inmensa carga que le ponemos en la espalda. Deberíamos pensar que eso ocurrió, posiblemente, porque nunca tuvo que jugar en la Argentina.