“Mi triunfo fue haberle puesto la banda a otro presidente constitucional”. Fueron las palabras de Raúl Alfonsín en julio de 1989, tras entregar la banda presidencial a Carlos Menem. La había recibido de un dictador, que después él mismo mandó a prisión.
A pesar de las presiones económicas que hicieron adelantar las elecciones y el cambio de gobierno, al terminar su mandato, Alfonsín entregó la banda y el bastón a Carlos Menem, aún cuando este había sido parte de las conspiraciones para que se vaya antes de concluir constitucionalmente su gobierno.
Aún así, dijo que su triunfo era darle el mandato a un presidente constitucional. Un verdadero demócrata.
Con tristeza, con enorme amargura, los argentinos vimos hace un año con indescriptible asombro cómo una presidenta, encaprichada, infantil, negó a su pueblo sus derechos. El derecho básico a una institucionalidad sana y una democracia que revele a su pueblo fortaleza y madurez.
Lamentablemente, 32 años después, hace ya un año, asistimos no sólo a un papelón mundial sino, y sobre todo, al dolor enorme de no honrar la historia y el presente democrático que supimos conseguir.
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