“El Maestro que apenas horas atrás nos enseñaba a darle nuevos sentidos a la palabra, hoy nos deja sin habla ni explicación. Huérfanos del decir. Edgardo Antoñana, ¡qué tipo cabrón! Figura siempre, áspero y tierno a un tiempo; bravo y repentino hasta para irse. Debo contarte algo, y si te vas a enojar, avanti, porque vos decías que “hay que decir la verdad, salga pato o gallareta”.
Edgardo, traté de aplicar varias cosas tuyas a la hora de conducir “el noti”. Esas pausas con gestos tienen tu sello. Saqué de vos eso de parar la bocha al aire cuando algo no se entiende. ¿Te estás poniendo chinchudo? Bien, mejor “Edgard”, porque no terminé. Tengo más para decirte, ¿Sabés? Imité de vos la manera de apoyar el codo izquierdo ladeando levemente el cuerpo. “Eso da aplomo, pibe”, me decías. Y seguro que vos lo aprendiste en algún académico bar o alguna húmeda universidad. En rueda de amigos o profesores, con una sabiduría discepoliana de esas que ya no quedan. Te veo acodado, comentando jugadas guerreras del griego Temístocles o filosofando sobre el arte profundo de Bochini. Porque también nos enseñaste a mezclar la fina alquimia de la calle y el libro. Lo que te contaba de Discépolo.
Hoy, al aire, pensaba que la silla 3 del estudio queda muy vacía. ¿Quién la puede ocupar? Tu ausencia nos deja sin referente. Sin el capitán del equipo, ese que miramos para que nos calme y nos guíe cuando el partido está chivo.
Nos dejás sin el fin de semana en el que encendíamos la tele para aprender cómo se presenta mejor una noticia o para aprender ese dato que no está en los libros ni el Google
Las anécdotas que nos contabas y nos dejaban con cara de nene escuchando el mágico “había una vez”. Conocías todo y sabías todo, pero lo que no podés imaginarte es cuánto, cuánto, cuánto te extrañamos, cuánto te queremos.
Renegabas (gruñón) de Twitter, Facebook y esas cosas fugaces. Bueno, no sabés la cantidad de mensajes preciosos, llenos de amor que dejan por todas las redes sociales.
Te sentían como alguien de la familia… Como un tío, un padrino o aquel querido amigo del barrio. Algunos reprochan esta última cabronada tuya y recuerdan que además de un gran silencio, dejás sin consuelo a tu preciosa familia. Quedan esperándote decenas de perritos, esos que rescatabas vos … aunque siempre decías que eran ellos los que terminaron de salvarte muchas veces.
Gruñón querido, recién empezamos a extrañarte. Apenas van segundos de los que serán años. Edgardo, nuestro Maestro sólido entra tanta liquidez. El Tío de los ademanes exagerados para apoyar la palabra Justa. Nuestro amigo con enojos de algodón.
Por: Guillermo Lobo, periodista. Su espacio en Twitter.