El hijo de la periodista y legisladora Débora Perez Volpin escribió un extenso posteo en las redes sociales recordando a su madre.
“Te voy a amar por siempre, mamá”
“Cuando cumpliste 50 años (hace poco más de un mes) nos pedíste que te escribamos una carta. Una carta que sintetizara cuánto te queríamos, qué cosas nos gustaban de vos y hasta incluso si había algo que querríamos que cambiaras.
Aunque me cueste admitirlo hoy, no hay una razón específica por la cual no la haya escrito en su momento. Estábamos de vacaciones (siendo tan felices sin saberlo) y no me preocupé demasiado en encontrar un momento para sentarme a hacerlo. Pensaba que siempre podría posponerlo para un poquito más adelante.
Pasaron los días y se me acercaba un viaje que ansiaba hacer desde hacía casi un año con uno de mis mejores amigos de toda la vida. Mi mente, ansiosa a más no poder, se concentraba más y más en eso provocando una sobresalto en mi cabeza cada vez que me acordaba de la aún pendiente carta.
Llegué a pensar en escribirte algo justo antes de irme y dejártela a modo de sorpresa en tu cama, o en la mesita de luz, para que la descubrieras cuando vuelvas de acompañarme al aeropuerto. Pero desistí. Desistí porque me pareció que iba a ser demasiado triste o demasiado emotivo. Pensé que ibas a querer abrazarme después de leerla y no ibas a poder porque yo iba a estar lejos. Y que te ibas a poner mal.
Que irónica que puede ser la vida.
Ahora no tengo siquiera la posibilidad de abrazarte yo a vos, porque te fuiste en un abrir y cerrar de ojos. Estaba yendo a saludarte a la clínica porque pensabas que no ibas a llegar a despedirme personalmente en Ezeiza antes de irme. Pero nunca más te vi. Y nunca más te voy a volver a ver.
Y es con respecto a esto quiero dejar algo en muy en claro. Creo que los que más sufren por esta situación no somos nosotros. Nosotros estamos con papá, con los tíos, con los primos y con toda la familia, y estamos bien. Vamos a estar bien.
Temo que la que más haya sufrido seas vos. Porque siempre nos hiciste saber que Luna y yo éramos lo más importante de tu vida. Siempre. Y te desviviste por tratar de que tengamos la mejor infancia y la mejor adolescencia, incluso resignando cosas para vos misma. Y sé (sí, lo afirmo) que si existe vida después de la muerte en lo primero que pensaste fue en nosotros y en cómo los azares del destino nos estaban dejando sin nuestra amada mamá
Tranquila mami. Todos estamos bien y te extrañamos muchísimo. Quiero que sepas que te recordamos a cada segundo y nos convencemos cada vez más de que fuiste la mejor madre que pudimos haber tenido en la vida. Tenemos también la mejor familia, y tenemos, junto a Luna, los mejores amigos del mundo, que están siempre a nuestro lado.
Si supieras la cantidad de gente que te vino a ver a la Legislatura hasta vos te asombrarías. Te juro que cada vez que veía a alguien que reconocía, o que vos hubieras estado contenta por recibir, tenía ganas de ir corriendo a decirte “¡mirá mamá!, ¡mirá quién vino!” Gente de todos lados, de toda condición social, gente que te lloró casi tanto como nosotros. Y eso da cuenta de la maravillosa persona que fuiste y de como supiste transmitir tu esencia pura a través de la pantalla de una televisión, del parlante de una radio, o incluso yendo a visitar por unas horas un barrio de emergencia.
Y eso me lo repite todo el tiempo todo el mundo. Pero claro, hay un pequeño detalle oculto: yo ya lo sabía. Yo te tuve en casa todos los días de mis 20 años de vida. Yo sabía que tenías tus ideas claras. Yo sabía que querías cambiar el país con la educación. Yo sabía que vos querías lo mejor para la gente, lo mejor para los que menos tenían. Yo sabía que vos querías un mundo mejor.
Por eso festejamos cada vez que te premiaron como periodista, te apoyamos cuando optaste por dedicarte a la política, te votamos con convicción y orgullo cuando te presentaste en las elecciones y se nos infló el pecho de emoción cuando juraste como legisladora porteña.
Lamentablemente uno dimensiona todo eso cuando pasan estas cosas. Cuando uno se va y deja todo atrás. Solo ahí es cuando las aguas se calman y se cierran las grietas dando paso a la humanidad. A los actos humanitarios. A la empatía
Espero algún día alcanzar a ser la mitad de lo que vos fuiste. Estoy y siempre estuve orgullosísimo de vos, como lo voy a estar por el resto de la eternidad.
Espero que esta carta ayude aunque sea un poco a rellenar ese vacío gigante que me dejaste en el pecho. En el mío, en el de cada integrante de nuestra hermosa y gran familia y en el de miles de remolones que también te van a extrañar casi como si hubieras sido parte de las suyas también.
Quizá escribir sea de las mejores formas de exteriorizar pensamientos y sentimientos. En este caso tengo que admitir que coincido más que nunca. Muchas veces me dijeron que tenía un estilo de escritura parecido al tuyo, y siempre me pareció un halago. Hoy me parece una responsabilidad. Prometo llevarte siempre conmigo en mis palabras, en mis ideas y en lo que sea que me dedique en el futuro.
Espero que estés bien donde estés, y que te hayas encontrado con el abuelo, tu papá, tu ídolo, allá arriba.
Te amo mamá, y siempre te voy a amar.
Tu hijo y futuro colega, Agustin”.
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