Familia

#ArgentinaCampeón: el tenis, mi padre, mis hijos, y una pasión a corazón abierto

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Algunas cosas tardan en llegar, pero al final hay recompensa… Todavía no lo puedo creer pero las teclas se mueven. No las impulsan mis dedos: las mueve el corazón, el cuero, los lagrimales, la garganta estrujada. Así escribo: con el alma. ¡Ganamos la Davis, Argentina es campeón! ¡Increíble Del Potro, asombroso Del Bonis, gracias muchachos, gracias!

Pura emoción. Las lágrimas de los jugadores, y las mías mirándolos frente a la pantalla, y qué lindo, qué lindo… Algo me recorre, me habita, y es la pasión: hay herencia emocional en mi caso

Hay herencia… De ojos brillantes de padre a mirada asombrada de niño. “Word Champion Aryentina” (SIC), dice el locutor, y se me pone la piel de gallina. Y escucho “Dale campeón, dale campeón”, y los jugadores miran y gozan como niños… Debe ser increíble estar allí, y agradezco estar acá…

Ellos se abrazan y son uno, y somos todos, porque el deporte se sufre, se vive, se siente, y estos monstruos le dieron a Argentina el regalo más lindo en la historia del tenis.

Catarata de imágenes se atropellan en mi cabeza. De padres e hijos, decía, es el tenis en mi vida (y de tantos otros tenistas que seguro me entienden).

A los 6 años, una raqueta más grande de lo que mis manos podían, mi viejo esperando en el barcito de del anexo de Ferrocarril Oeste, y ahí empecé a sentir el tenis… Nunca pude llegar más que algún interclubes pero amé el deporte.

Era la época de Vilas y Clerc, en Argentina. Connors, Mc Enroe y Borg, en el mundo… Era difícil no enamorarse del tenis.

El Buenos Aires Lawn Tenis era un lugar familiar. Foto y abrazo con Vilas en el vestuario, esquivando a Ion Tiriac (su entrenador) que lo custodiaba, y mi viejo ahí esperando y vibrando conmigo…

Y se agolpan imágenes: Vilas–Mc Enroe en el Buenos Aires Lawn Tenis en 1980. Y la final con España, que tampoco pudo ser. Era el cumpleaños de mi hijo Santiago, año 2008, y con la radio en el salón cantaba “que los cumpla feliz” y sufría porque se iba otra chance más…

Los recuerdos se acercan pero la tele los aleja a pura alegría: en Zagreb, Croacia, sigue la fiesta y los cinco levantan las copas, y lloran ellos y lloro yo… Y suena el himno, y cantamos todos. Es la felicidad mismo, esos momentos para guardar en cajita.

La Davis es de Argentina. Y Del Potro, que casi deja de jugar, volvió y dio el alma, cuando lo criticábamos porque -nos atrevíamos, insolentes- diciendo que no sentía la camiseta porque un año decidió no jugar. Perdón en nombre de todos Juan, Martín (algún día también le pediremos perdón a Messi pero ese es otro tema).

Y la foto más soñada, la ensaladera, se mira y se toca. Es tu mérito, Juan Martín. Y el de todo el equipo. Somos tantos afuera de la cancha… Pero adentro hay uno solo, o dos, y admiro cómo el pulso no tiembla y la cabeza responde. Yo acá, con taquicardia, y ellos allá, con tanto aplomo.

Unos amigos, entrañables, que trabajan en neurociencia, me enseñaron del DAS:
Dopamina, adrenalina, serotonina, las hormonas que construyen el circuito de recompensa y satisfacción en el ser humano. Atención, enfoque, adversidad, luego la adrenalina y sigue el proceso. Esta fue una tarde a puro DAS, y lo bien que se siente…

Mis hermanos, amigos, Leo y Sandra, están en Croacia, en la cancha, me mandan un audio que dice: “Ale esto es increíble, no podemos gritar más y no nos quedan más lágrimas”, gritan, y los abrazo desde acá.

Hoy a la tarde, temprano, se acercan mis hijos. Del Potro empataba en dos sets el 4to punto de la serie. Hoy tocaba fútbol los tres (mis hijos y yo) en el Nuevo Gasómetro: juega San Lorenzo y es encuentro obligado de padre e hijos. Me miran, serios, y me dicen: “Si hay quinto punto vos te quedás a verlo, San Lorenzo–Boca hay muchos, pero a la Davis la estás esperando desde que naciste”.

Mis hijos, que saben de pasiones transmitidas por la sangre, me conocen y entienden, y aquí estoy… Con las pulsaciones a todo vapor, y el alma plena de toda plenitud. Viendo el fútbol por tv, con la felicidad en todo mi ser…

Siento el olor del polvo de ladrillo, y las zapatillas anaranjadas vuelven a mis retinas, y mi piel se eriza

Y cuando lo que pasa adentro de la cancha es tan maravilloso como lo que paso hoy, en Zagreb, la fiesta es completa. Tarda en llegar, años, muchos años, y al final, hay recompensa, vaya que la hay…

Amo el tenis por mi padre, y mis hijos aman el fútbol porque así lo transmití. Los ojos brillantes se contagian y la pasión se transmite, y hoy es un día que no voy a olvidar, nunca, jamás. Gracias a mi padre, gracias a mis hijos, gracias al equipo argentino de la Davis. Soy muy feliz…

 

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Por Alejandro Schujman, psicólogo especialista en adolescentes. Autor del libro Generación Ni Ni y coautor del libro Herramientas para padres. Autor del espacio Escuela para Padres en Buena Vibra.

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