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El autismo y la vergüenza: cuando la mirada ajena te aleja del amor

“Si me detengo mucho en lo que piensan a mi alrededor, me pierdo. Si miro a mi hijo, me encuentro”. Cintia Fritz es mamá de Lautaro, un niño diagnosticado con TEA. Escribe un blog que ayuda a muchos.

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Crecí en un barrio del conurbano que no tenía nada de extraordinario: un par de escuelas, panadería, kiosko, casas chiquitas viejas y bajas. Mucha gente grande. Pocos autos por la calle; una avenida cerca pero ni siquiera nos llegaba el ruido.

Sin embargo había algo extraño, que me perturbaba, que me daba curiosidad y, por sobre todas las cosas, miedo. En el barrio había un chico discapacitado.

Yo ni siquiera sabía qué tenía. Le decían El Tonto. Casi no salía de su casa. Sólo sabíamos cosas de él por lo que se comentaba entre las vecinas, lo que a veces contaba su madre.

El Tonto tenía autismo. Eso lo sé hoy, 40 años después.

El Tonto se llama Juan y su mamá se llamaba Luci.

Su madre tenía vergüenza. Eso también lo sé hoy. Y entiendo por qué.

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Cuando lo diagnosticaron a Lautaro en lo primero que pensé fue en ese chico de mi infancia. Encerrado, oculto, malogrado por la incapacidad de su familia de poder acceder a tratamientos que los ayudasen y, también, atrapados en la ignorancia de la época, que era mucha. Asumo que también a nivel profesional.

Pensé tanto en Juan y lo ví a Lautaro ahí.

Y la imaginé a su mamá. Sola. Sola contra todo y contra todos. Viviendo en una casa con un niño imposible, sin herramientas que la ayudaran a poder vivir mejor. Ni a ella ni a él.

Los ví y nos ví.

Agradecí el recuerdo porque ese recuerdo es el que me impulsa a luchar por otra vida posible. Por otra manera de sostener esta realidad. Tenemos hoy tantas herramientas a la mano para mejorar nuestro destino y el de nuestros hijos.

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Me abrazo a ese recuerdo porque ese recuerdo me mantiene alerta.

Yo algunas veces sentí vergüenza. Vergüenza de cómo nos miran a Lautaro y a mí por la calle. Vergüenza porque la gente pregunta por qué es tan grandote y no habla. Vergüenza porque de pronto estalla en gritos, patadas y lágrimas en medio de la calle y no sé ni qué le pasa ni qué me pasa

Y me vuelvo a acordar de ella y de él. Y ellos sí que la tuvieron fea.

Entonces vuelvo a mirar a Lautaro y se me va la vergüenza. Lautaro me enseñó que la única forma de quitarse la vergüenza de encima es enfocarse en cada uno. Que si me detengo mucho en lo que piensan a mi alrededor me pierdo. Que si lo miro a él me encuentro.

Como escribí aquella primera vez en mi blog, “mi niño me ha venido a decir que es tiempo de poner en hechos las palabras. Que no hay más lugar para el encierro, que no hay más sostén para la mentira, que no hay más benevolencia para la crueldad.

No quiero ningún niño en el mundo encerrado en su casa por ser diferente. No quiero ninguna persona encerrada por no encajar

No quiero caer en la trampa.

Vergüenza deben sentir los que son capaces de mal. Los que dañan. Los que destruyen. Los que no pueden querer a nadie.

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No Lautaro. No Juan. No Luci. No yo.

Tenemos una vida compleja pero somos capaces de amar. No nos vamos a esconder.

Nos tenemos el uno al otro.

Entonces, lo tenemos todo.

 

  • Cinta Fritz es mamá de Lautaro, de 4 años. Lautaro fue diagnosticado con TEA (Trastorno del Espectro Autista). Abrió una blog para contar parte de su historia. Se llama https://laaventuradiferente.blogspot.com.ar/

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