Familia

Francella, Prandi y la triste postal de un país habituado a la hipocresía

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Cuento el backstage de esta nota… Caía la tarde del viernes y me llega un audio de WhatsApp. Geo, amiga de Buena Vibra, me pregunta: “¿Ale, estás para una nota a corazón abierto?” Es nuestro código para disparar ideas que escribo desde el sentir, desde la pura vibra, apurando palabras que brotan casi sin pasar por la cabeza. Textos que salen desde el cuore.

Recojo el guante. Coincidimos en el valor de lo que surge desde allí. Geo me cuenta del “reencuentro” de Francella y Prandi en uno de los principales canales de aire en el viejo y lamentable sketch de “la nena y Arturo”. El jumper, un hombre mayor, una mujer vestida de nena, recreando -cual homenaje a no puedo imaginar qué- escenas que hoy a todas luces debemos repudiar…

Un canto a la pedofilia, anclado en uno de los cliches del porno barato que es la colegiala que seduce a un hombre mayor.

¿Qué nos pasa? Pregunto en voz alta y con la duda genuina en medio del pecho…

Mientras vuelco el corazón sobre el teclado. Ajena a mi pulsión, mi perra Gala, a quien amo como jamás pensé que podía amar a aun animal, vuelve a hacer “gala” de su cruel ensañamiento con mis plantas. Basta que deje la puerta del patio abierta para que vuelva con una de ellas colgando de su boca cual heroico trofeo. Ningún sentido tiene que me enoje con ella. Es una perra y por más doméstica que sea se mueve por instinto, no puedo pedirle más. Deberé ser más cuidadoso y problema terminado.

La miro y vuelvo al teclado. Y digo NO, nosotros no somos animales, y no es ingenuo el armado de un sketch en donde una adolescente excita a un hombre que podría ser su padre o abuelo. Y en un momento como este, en donde estamos tratando de sensibilizar sobre la violencia de género y queda claro -¡carajo que queda claro!- que ninguna “provocación” es suficiente para que un hombre no pueda manejar sus impulsos y respetar la privacidad del cuerpo del otro.

Ningún jumper, ninguna minifalda, ninguna exuberancia justifica la lisa y pura flagelación de los derechos de una mujer

Y si alguien se excita con menores, pues que se trate, y si alguien no puede manejar sus hormonas, pues que recurra a un especialista, o que lo resuelva en la intimidad de su aparato psíquico.

Vivimos como sociedad en esta doble moral que nos arruina, acostumbrados a coquetear con Dios y con el Diablo en la cornisa de la hipocresía

Y me acuerdo, en pleno ejercicio de mi asociación libre de Susanita, el genial personaje de Quino cuando decía: “A mí me parte el alma ver gente pobre. Cuando seamos señoras nos asociaremos a una asociación de ayuda al desvalido, y organizaremos banquetes para poder comprar a los pobres harina, sémola y todas esas porquerías que comen ellos”.

Pasan los años y nos estrellamos contra la misma doble moral que naturaliza, sin escándalo ni reflexión alguna, poner foto de perfil con “Ni una menos” y reírse con este canto a la perversión.

Bastante lío tenemos con nuestros chicos y su erotización temprana como para además tener que lidiar con el síndrome de Dorian Gray de aquellos que no entienden que el tiempo pasa y que 20 años sí es algo: zapatero a tus zapatos, por favor.

Pongamos nuestra dignidad donde debemos. Tenemos, como decía Victor Frankl, el derecho a la libertad como inamovible, y esa libertad incluye derechos y obligaciones, como adultos, como hombre, mujeres y sociedad.

Basta de mostrar a nuestros hijos que por izquierda las cosas salen más baratas; basta del alarde de poder; basta de discursos vacíos-

Por nuestros chicos, porque la colegiala puede ser tu hija, la mía, la de todos. Porque no somos animales ( con perdón de mi perra Gala), del vale todo y de la hipocresía, BASTA.

 

Por Alejandro Schujman, psicólogo especialista en adolescentes. Autor del libro Generación Ni Ni y coautor del libro Herramientas para padres. Autor del espacio Escuela para Padres en Buena Vibra. 

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