A todas nos pasa… Hay días que sentimos que nos vaciaron. Que se agotó la energía, que somos una máquina de dar y dar y dar, y que nunca acaba. Entregamos todas nuestras horas, le ponemos el cuerpo, nos postergamos enteras y, por supuesto, luego somos “la mala de la película” o “la loca de la casa” porque un grito aturde hasta el vecino… ¿Qué madre no ha tenido nunca uno de esos días?
Esos días en que las obligaciones nos sobrepasan, en que los niños están especialmente insoportables, en que nos faltan las fuerzas para poder con todo y nos sentimos… SOLAS. A una mamá estadounidense, Kate Douglas, le ocurrió hace unos días. Pero le pasó algo que no sólo la emocionó hasta las lágrimas sino que conmovió al mundo entero.
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Kate y Scott Douglas son padres de dos hijos. El mayor, Spencer, de cinco años, tiene una enfermedad crónica y requiere cuidados especiales. El pequeño, Fraser, tiene dos. Kate se dedica al cuidado de ambos y del hogar todo el día, y su marido trabaja afuera. Una mañana, mientras Spencer no sentía bien salud y pedía mimos sin pausa, el pequeño pintó las paredes con un marcador rojo de esos “permanentes” (que no se borran), luego tiró toda su bebida azucarada en la alfombra, tiró pintura en la pecera y se negó a vestirse para salir.
Cuando logró vestirlo, ya en el médico, los niños se portaron fatal. Saltaron sobre las sillas, corrieron por la sala de espera, Kate tuvo que enfrentarse a la mirada juiciosa y descalificadora de todos otros adultos por no frenar a sus hijos, y salió del médico con varias recetas y tareas para hacer con el niño. Llegó a su casa derrotada, sin probar bocado, sin haberse siquiera mirado al espejo en todo el día, sumergida en un coctel de cansancio y enojo indescifrable. Ya no sabía si era un día complicado o su vida se había convertido en el tren fantasma.
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Cuando habló con su marido y le contó el día que estaba pasando, Scott le dedicó una carta en Facebook que llevó esta historia tan mínima como frecuente a pasear por todo el mundo. La compartimos:
“Después de un mal día en el trabajo, no hay nada mejor que fichar a la salida. Algunos días llego a casa y me encuentro a mi mujer cansada, exhausta, frustrada y sobrepasada por los retos de ser madre. Ella no tiene una hora de salida ni le compensan las horas extras ni consigue un bonus por el esfuerzo que pone en el día a día. No tiene bajas por enfermedad, vacaciones remuneradas, ni fines de semana, ni puentes ni está deseando que haya un festivo para acortar la semana.
El 5 de marzo de 2011 ella fichó en su trabajo como madre. El 8 de junio de 2014 empezó un turno extra. Dos niños que nunca paran, que suponen un reto como madre. Ella nunca ha pedido un aumento de sueldo o ha buscado otro trabajo. Así que, aunque hoy ha sido duro y te has sentido despreciada e insegura, has supuesto una gran diferencia en sus vidas… Mi amor, así ha sido realmente tu día:
Tus hijos se despertaron en sus cálidas camas, lavadas y hechas con amor por ti. Comieron el desayuno que fue planificado por vos hace una semana cuando escribiste la lista de la compra. Preparaste la comida para uno de ellos, para que la llevara al centro de día, de la cual te preguntaste si era lo suficientemente sana o si se quedaría con hambre. Mientras, hacías equilibrios con el otro en tu brazo, tu pierna, tus hombros… Lo dejaste en el centro de día, donde pasaste una hora consolándolo porque tenía un mal día, y le aseguraste que mamá siempre estaría ahí para él.
Volviste a casa para pasar el día con el de dos años, manteniendo conversaciones y enseñándole a usar el cuarto de baño, enseñándole a pasar de bebé a chico mayor. Lo dejaste en la cama para una siesta, segura de que tenía energía suficiente para el resto del día, aunque sabías que tú no la tenías. Pasaste el resto del día entre tareas domésticas, tareas domésticas y más tareas domésticas. Después, recogiste al mayor del centro de día, los llevaste al médico, te aseguraste de que cenaran, tuviste tu primera conversación con un adulto a la hora de cenar…
Así que, cuando vos ves un mal día, yo veo a una mujer maravillosa que nunca se enferma, nunca abandona, nunca les vuelve la espalda a los días duros y que tiene el poder de irse a la cama sabiendo que todo volverá a pasar mañana. Sos una madre increíble y maravillosa. Aunque no te parezca, eres lo más maravilloso en la vida de estos niños y te queremos por todo lo que haces”.
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Las palabras de Scott no sólo se hicieron virales sino también la reflexión de Kate que, sostenida, contenida, dignificada, pudo poner, también en valor para sí misma su tarea: “Este trabajo también está lleno de satisfacciones: veo a mis hijos hacerlo todo por primera vez, me abrazan un millón de veces cada día, me llevo una cantidad incontable de te quieros y veo una preciosa conexión entre los hermanos y conmigo que crece más fuerte cada día”.
Hay veces que unas pocas palabras pueden marcar la diferencia entre un mal día y uno excelente. No te las ahorres.
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