Estamos viviendo en realidad dos epidemias. La epidemia del coronavirus es una, pero también tenemos una epidemia de miedo basada en una narrativa que no necesariamente se mantiene alineada con la realidad científica.
La narrativa del coronavirus tiene un fundamento real: en ningún país del mundo la capacidad del sistema hospitalario fue diseñada para el pico de infectados que tiene este nuevo virus. El sistema colapsa indefectiblemente porque no tiene ni los recursos operativos ni los recursos humanos suficientes para satisfacer adecuadamente la alta demanda concentrada en tan poco tiempo. No fue pensado para estas epidemias masivas. Apenas puede atender a la cantidad promedio de enfermos proyectada hace unos cuantos años atrás y aumentar la capacidad
requiere de una planificación de mediano y largo plazo, imposible de resolver en 2 escasos meses. En el límite un médico tiene que decidir a quién se salva y a quién no.
La percepción pública de riesgo dispara comportamientos emocionales que nos provocan hacer cosas que no hubiésemos hecho hasta hace un solo mes. Salimos corriendo a acopiar barbijos, alcohol en gel y alimentos no perecederos “por las dudas”. Y termina siendo ni más ni menos que una profecía autocumplida
El bombardeo de información y las imágenes aterradoras de ciudades vacías y supermercados desabastecidos nos hacen imaginar un mundo futuro que no es
una réplica precisa de la realidad; nuestras expectativas sobre la frecuencia de los
acontecimientos están determinados por la prevalencia y la intensidad emocional de los mensajes que nos llegan por todas partes.
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La cobertura de las noticias siempre tiene un sesgo hacia la novedad y el dramatismo. Cuando muestran imágenes de cruceros en cuarentena, por ejemplo, nuestra mente forma opiniones y hace elecciones. Ese comportamiento expresa directamente nuestros sentimientos y su tendencia básica a evitar algo sin entender racionalmente mucho lo que hacemos. Y nuestra mente no tiene la suficiente capacidad para sopesar la información de prevención de fuentes médicas confiables.
Pero las consecuencias económicas de la narrativa del miedo son tan preocupantes como la crisis sanitaria en sí misma. Está provocando un shock económico mundial que tomó por sorpresa a los mercados financieros, pero también a los gobiernos y a las empresas.
Y este shock es de demanda y oferta al mismo tiempo. Las medidas restrictivas para contener y mitigar el contagio produjeron importantes paradas en la producción de bienes y servicios. Eso condujo primero al desplome de la actividad industrial y de servicios en China y ahora está complicando los negocios en Italia y potencialmente en la Unión Europea y Estados Unidos.
Esto también origina un efecto multiplicador por dos vías; la primera es que está cambiando el comportamiento de los consumidores pero también de las empresas y los gobiernos. La segunda es que como consecuencia de la caída de la producción china se están estresando las cadenas de suministros internacionales y estresando la capacidad de producción de USA y Europa.
A modo de ejemplo se puede mencionar a la súper exitosa Apple. Esta empresa está siendo afectada en el lado de la demanda porque tiene 400 tiendas en China que estuvieron cerradas muchos días y se perdieron ventas millonarias. Por el lado de la oferta, los exitosos iPhones, Ipads e iMacs se diseñan en California, pero se producen en China. Y las paradas de las plantas de producción atrasaron indefectiblemente los embarques de esos productos a todas partes del mundo. Las consecuencias no son sólo mayores costos para los productores chinos, sino también millones de dólares en ventas perdidas en las tiendas Apple por falta de stocks.
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Ni hablar del shock de demanda que sufren hoteles y resorts, líneas aéreas, cruceros, turismo, ferias, eventos deportivos, y restaurantes. Toda esta “industria de la hospitalidad” tiene un panorama desolador al menos por los próximos meses.
Si a todo ésto le sumamos la nueva guerra de precios del petróleo entre Arabia Saudita y Rusia, se puede decir que se formó un “combo” propicio para que se desplomen los mercados financieros mundiales.
La salud y la economía están estrechamente vinculadas. La correlación entre el PBI per cápita y la salud (esperanza de vida) es esencialmente perfecta. Si el Covid-19 conduce a un colapso de la economía global, se perderán muchas más vidas que las causadas por este nuevo virus. No existe la posibilidad de elegir entre gestionar la pandemia o proteger la economía.
Así como se derrumban las exportaciones industriales chinas, las importaciones también. O sea que las exportaciones de materias primas latinoamericanas hacia China van a sufrir por dos efectos. Por el efecto precio, las materias primas están bajando pero también por efecto cantidad va a reflejar la caída del ingreso de divisas tan necesarias para nuestros países.
No es muy difícil imaginar devaluaciones competitivas para compensar estos efectos. Pero en Argentina sabemos que la devaluación tiene efectos inflacionarios casi inmediatos. Entonces, si no devaluamos para contener la inflación, nuestras exportaciones van a perder competitividad frente a “nuestros vecinos”. Una coyuntura difícil de resolver con un timing muy malo para un gobierno que corre tras una renegociación de la deuda externa que destrabaría la potencial
recuperación económica prometida.
Todavía no se vislumbra el final de esta tormenta. Para que las variables se estabilicen y baje la aversión al riesgo que prima en los mercados, se requieren dos condiciones.
Primero es una señal fuerte de que lo peor ya pasó: evidencia clara de que la tasa de
recuperación sea mayor que la tasa de contagio. En segundo lugar, que el precio de los activos de riesgo, como las acciones y los bonos corporativos, debe ser lo suficientemente barato como para atraer a los inversores que buscan comprar “en el fondo del mar”.
Por ahora no están dadas las condiciones para que cambie la situación. En realidad nadie lo sabe porque éste es un evento desconocido y no tenemos comparaciones útiles para hacer ninguna previsión con algún grado de probabilidad. Pero, no obstante, de esta crisis pueden surgir nuevos hábitos y comportamientos que ayuden a mejorar nuestra calidad de vida, nuestras familias y amigos.
¡Animo! Ningún mar en calma hizo experto a un marinero.
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