En 1935, cuando contaba con 67 años, el ya prestigioso arquitecto Frank Lloyd Wright inició la construcción de lo que más tarde ha sido considerada como la casa “más hermosa” de EE.UU. en el siglo XX por la revista Time, y que el American Institute of Architects ha juzgado como “la mejor obra de la arquitectura estadounidense de la historia”.
Cuenta una de esas leyendas que acompañan a los grandes, que luego de recibir el encargo para hacer la obra, el célebre arquitecto no se zambulló inmediatamente a resolver el proyecto sino que prefirió esperar y dejar decantar las ideas. Tanto las dejó fermentar a esas ideas, que el tiempo fue pasando y la fecha de la reunión con el cliente finalmente llegó sin una sola línea trazada por Lloyd Wright. Cuentan quienes trabajaron con él, que el día establecido para mostrar el proyecto, sonó el teléfono en la oficina del arquitecto y cuando atendió se encontró con la noticia de que quien le había encargado la casa estaría en dos horas en su estudio. Recién ahí, el arquitecto se puso a proyectar y finalmente dibujó los planos en apenas dos horas.
Claro que esta es una pintoresca historia, pero la realidad como suele ser habitual, la ha desmentido: hay quienes cuentan que le llevó algo más de tiempo.
Haya sido de un modo o de otro, lo cierto es que escondida en los bosques del suroeste de Pensilvania en un diminuto enclave llamado Mill Run y emplazada sobre un pequeño salto de un arroyo se construyó una de las obras maestras de la arquitectura contemporánea, la Casa de la Cascada (Fallingwater House) de Frank Lloyd Wright.
“La Fallingwater House es una de las grandes bendiciones que pueden ser disfrutadas aquí en la Tierra, y creo que nada hasta ahora ha igualado la coordinación, la sincera expresión del gran principio de reposo donde bosque y arroyo y piedra y todos los elementos de la estructura están combinados de manera tan calmada que realmente no escuchas ningún ruido en absoluto aunque la música del arroyo está allí”, dijo Frank Lloyd Wright en 1955.
Los Kauffman, la familia de magnates de Pittsburgh que encargó la residencia de descanso, solían organizar suntuosas fiestas en las grandes terrazas voladizas sobe el arroyo como escenarios principales y disfrutaron durante más de dos décadas de su imponente y, a la vez, discreta presencia, apenas a cien kilómetros de la gran ciudad, por aquel entonces corazón siderúrgico de EE.UU.
Pero los Kauffman no se convencieron tan rápido de hacer semejante obra. Otra de las leyendas alrededor de esta casa dice que cuando el arquitecto les entregó los planos del anteproyecto, el desconfiado comerciante lo sometió, secretamente, a la opinión de una oficina asesora de ingeniería. El veredicto fue tajante: bajo ningún respecto debía autorizarse la construcción de obra tan riesgosa. Enterado Kaufmann, sometió la opinión a la consideración de Lloyd Wright. Parece ser que éste se enfureció de tal manera y su ira fue tan grande que la única forma que encontró la familia Kaufmann para apaciguarlo fue tapiando el informe en el interior de una de las paredes del estar. Y dice la leyenda que allí está todavía.
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