¡Y de la nada cayó el agua! Cayó, esa es la palabra, no llovió. Cayó con la fuerza del viento al que estamos acostumbrados, ese que en otros lados es huracán y en estos lados no arranca ni un estoico arbolito. Cayó con furia esa agua que estamos acostumbrados a cuidar, porque nacemos con esa consigna grabada en nuestro ADN: somos desierto, el agua es vida y no la tenemos. Cayó adelantándose a los pronósticos y quebrando el suelo virgen a tanta cantidad de líquido… No podía ser de otro modo: la tierra arcillosa se rindió ante lo desconocido. Se hundió.
La primera reacción fue ponerse a salvo y poner a salvo a los nuestros: el hijo que volvía del colegio, el marido del trabajo, la hermana que está en la ruta, los amigos, los vecinos. Explotaron los teléfonos, los grupos de whatsapp se convirtieron en los primeros testigos de la inundación… “No vayan por acá, no pasen por ahí”. La gente en las redes trataba de documentar lo impensado, los cráteres, los caminos rotos, los autos tapados por el barro. El dolor. Y pronto pensamos que había pasado todo, pero no.
Ajena, indiferente, el agua no para. Cae, castiga, y los milímetros que se acumulan se traducen en gente y más gente que va a parar a los centros de refugiados y que empiezan a perder todo. No el auto, no la heladera, no el sillón… TODO. El barro se lleva lo que te costó años de trabajo. Arrastra tu orgullo, tu seguridad, tu abrigo, tus recuerdos de papel, tus libros preferidos, tus fotos, tu pequeño mundo… Todo se pierde y no es recuperable.
Nada, ni el juguete preferido de tu hijo, ni su mantita de cuando era bebe, ni la seguridad de tus hijos. Nada se salva. Todo se derrumba a la par que caen las paredes de la casa
El desconsuelo estalla en las redes sociales. Se acumulan las tragedias en los celulares, se multiplican los pedidos de ayuda. Duele, desespera… Pero algo alivia: las manos que que se ponen en marcha, que se activan para ayudar. Las mismas manos que salvaron gente de caer en los remolinos de agua, las que abrigaron, las que abrazaron y consolaron se ponen a palear, a cocinar, a comprar para donar. Todo sirve.
Los que estamos mejor sacamos de los placares ropa, abrigo, zapatillas, mantas. Todas esas prendas que esperaban que adelgacemos o que el hermanito crezca se van embolsadas a los centros de acopio para devolverle algo de calor al que no lo tiene. Y así, con los placares aliviados y el corazón más tibio, se preparan viandas, se lleva café, se hacen tortas, se da y se recibe con profundo amor, con rotunda urgencia.
Se teje, se cosen mantas, se arman camas, se hacen conciertos, se donan horas de atención medica, pediátrica, psicológica. Algún genio creó una app para resumir los pedidos y otro se las arregló para censar las necesidades… Se junta acá y allá y el país reacciona y manda lo necesario.
Emociona ver los camiones saliendo repletos de donaciones. Cada uno trae amor y consuelo, y la sola idea de no estar solo, hace que se vislumbre un poco de luz entre los nubarrones
Claro que somos humanos y hay de todo. La solidaridad se publicita, hay que mostrarse siendo bueno y solidario, hay que agarrar la pala o el cucharón y sacarse la foto para el face y hacerlo contagioso. Nos sorprendemos aplaudiéndonos a nosotros mismos por ser generosos.
Y también aparecen las ratas, aprovechan a saquear la casa abandonada, o acopiar la donación para la próxima elección. Unos cuantos aumentan los precios y el periodista aprovecha para volver el gesto una noticia política. Se escracha, se usa el dolor para sacar ventaja, y así seguimos, todos embarrados.
Y mientras tratamos de arrancar otra vez el agua vuelve y se ensaña, porque ahora ya es saña. Y lo que nadie quería y todos temíamos -la victima fatal, con nombre y apellido- golpeó: se hizo piel la fatalidad porque podés perderlo todo pero morir ahogado en barro es catástrofe. Ese hombre respirando barro somos todos y la tristeza se hace infinita.
En algún momento buscaremos culpables, izaremos deditos acusadores y nos quejaremos de la obra pública que no alcanza, del cambio climático, de si yo no lo vote. En algún momento tendremos que racionalizarlo pero no ahora, ahora hay que poner el lomo con o sin fotos, en silencio o desde lo publico, desde donde uno pueda.
Por mi lado, desde el lugar que elijo para educar a mis hijos, prefiero recalcar(les) que si cedió la infraestructura, si la naturaleza nos devolvió con creces lo que le damos, celebremos al menos lo que salió a flote: aplaudamos ante todo y ante muchos el costado solidario, el único que nos va a sacar adelante. La ciudad está devastada pero el espíritu es indomable, el patagónico es fuerte y solo queda crecer como ciudad, como ciudadano, como vecino, como persona.
Orgullosamente Comodorense.
Virginia
Comodoro está necesitando:
AGUA POTABLE.
Alimentos y leche para bebés.
Pañales para bebés y adultos.
Artículos de limpieza e higiene.
Velas, linternas y pilas.
Medicamentos.
Ropa de cama, ropa interior y toallas.
Guardapolvos niños y niñas.
Productos de desinfección.
Colchones.
Abrigo.
Calzado.
Puntos de donaciones:
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