Desde que el gobierno implementó la cuarentena, hace más de 100 días, las vidas de las personas sufrieron transformaciones arbitrarias. La de los adultos, por no poder volver a trabajar en sus lugares habituales y en sus formatos usuales, entre otras cosas. La de los niños y adolescentes, por el enorme impacto en su principal tarea cotidiana: “estudiar”. Desde marzo, no concurren a la escuela y la forma de estudiar es a distancia, con la implementación de diversos formatos analógicos y digitales.
En ambos casos, la incertidumbre es el factor determinante, ya que no se sabe cuándo llegará a su fin este ciclo. No es menor: la falta de anclaje que genera este “no saber” atraviesa hoy la vida cotidiana de cada uno de los sujetos. No tener claro hasta cuándo “se debe” hacer el esfuerzo de vivir con estos cambios, genera una angustia desbordante que incomoda las actividades vitales.
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La escuela no quedó por fuera de ésto: por el contrario, fue impactada de lleno por esta situación. ¿Cómo aprenden los chicos hoy? ¿Por qué se los observa tan desganados y aburridos? Parecen desafectivizados, sin motivaciones… ¿Qué es lo que fundamentalmente queda por fuera? El afecto. El afecto que quien educa genera y entabla como vínculo con su alumno y que es el soporte para que, sobre él, se monte el vínculo del aprendizaje.
El vínculo afectivo es capaz de sostener en cada experiencia las frustraciones que los alumnos van experimentado. Pero lo más valioso que circula por dicho soporte, es el deseo por aprender que cada niño dispone potencialmente
Esa potencialidad se descubre y despliega en los guiños que el vínculo maestro y alumno entablan y en cómo aloja de manera singular ese maestro a cada alumno. De ahí esos recuerdos indelebles de la infancia que cada uno como adulto atesora del pasaje por la escuela. Esos recuerdos que marcaron para siempre nuestra identidad.
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Recordemos que parte de la transformación que atravesamos fue que los hogares
dejaron de ser exclusivamente un ámbito de relajación y esparcimiento para
transformarse en un espacio de trabajo y educación. Y la privacidad que los niños tenían con sus docentes en la escuela se perdió.
Se hizo necesario conversar con los niños y transmitirles un nuevo contexto, con pautas y rutinas: tiempos de estudio, tiempos de trabajo, tiempos recreativos en los que haya no sólo dispositivos electrónicos sino, también, tiempos de colaboración en las tareas del hogar. Son herramientas necesarias y que deben estar ejercitadas para cuando sea momento de volver a la escuela presencial.
El afecto difícilmente funcione como soporte por Internet como sucede en el aula para que el deseo se despliegue y el alumno aprenda
¿Cómo pueden acompañar los padres en este proceso? El lugar de los padres debe ser claro: no pueden reemplazar a los maestros. Pero sí pueden acompañar parcialmente a los niños y favorecer la autonomía e independencia en la resolución y compresión de las tareas, como así también proponer, cuando sea oportuna, la comunicación directa con los docentes. Los padres deben hacer lugar para que eso fluya, ya que será muy útil al volver a clases presenciales.
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Por eso los docentes redoblan sus esfuerzos y los alumnos también, ya que este trabajo digital y asimétrico que ambos actores del sistema educativo hacen, expone la dificultades y límites.
Los testimonios de los docentes nos relatan que es muy complejo enseñar a través de lo digital, mantener despierta y atenta a la clase. Se observan imágenes de zoom con niños en pijamas, acostados en sus camas, con sus celulares con pantallas pequeñas sin poder ver a sus compañeros, comiendo, mientras la docente batalla para convocarlos.
Al finalizar las conexiones semanales, los docentes y alumnos registran un enorme cansancio, incomparable al que tenían cuando asistían a la escuela presencial
Como dije anteriormente: es condición para que el aprendizaje funcione que se apoye en el soporte afectivo que se genera entre ambos actores del vínculo asimétrico. Es lo que debemos buscar, porque difícilmente funcione el eje del aprendizaje si no está constituido el soporte afectivo entre el docente y el alumno.
- Fuente: Lic. Federico Musicmann, psicólogo, consultor y capacitador de equipos escolares.
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