Hace unos días, algunos diarios de distintas partes del mundo y las redes sociales publicaron una canción colectiva que decía en una de sus estrofas:
Por los que nunca miran el reloj mientras curan
Por los que hacen suyas las heridas de los demás
Por los que merecen los abrazos prohibidos
Y se meten contigo en la boca del lobo sin mirar atrás.
Sin dudas, fue este contexto extraordinario lo que empujó esta canción. La salud es uno de los pilares del desarrollo humano, que, a su vez, representa la base del crecimiento sostenible de una sociedad. Es que las mejoras en la salud pública traccionan el crecimiento económico y están ligadas a un incremento en el nivel de ingreso y ahorro de sus habitantes.
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Por supuesto, sabemos también que los beneficios de una buena salud exceden lo estrictamente monetario, tanto a nivel individual como colectivo. Históricamente, el progreso científico, médico y las mejoras en los sistemas de salud a nivel global contribuyeron a aumentar la esperanza de vida y promover el bienestar durante todas las etapas de la vida.
Hoy el COVID -19 ha generado una emergencia sanitaria a nivel mundial. En nuestro país, se han evidenciado las falencias que tenía un sistema de salud que se encontraba pobremente equipado para dar respuesta a los problemas persistentes. A la falta de suficientes recursos esenciales, como respiradores o protección adecuada para entrar en contacto con portadores del virus, se suma la escasez de recursos humanos.
En este contexto dramático, el personal de la salud exige al máximo su capacidad física y mental para cuidarnos y curarnos a todos. Representan uno de los grupos más vulnerables a esta pandemia, porque su rol esencial hace que no solo estén expuestos a los patógenos que enferman, sino también a niveles de estrés e incertidumbre que pueden ser intolerables en el mediano plazo.
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Es común que ante estas situaciones de enorme responsabilidad y extremo agotamiento, el personal sanitario reporte síntomas como fatiga, ansiedad, depresión, abuso de sustancias, ideación suicida, sensación de falta de control, sentimiento de culpa, daño moral, entre otros.
En algunos casos se llega a renuncias inesperadas y a pedidos de jubilaciones tempranas. Encuestas realizadas en Wuhan reportaron una incidencia de depresión y ansiedad cercana al 50% entre estos trabajadores. Muchos de estos sentimientos se originan en la falta de equipos de protección, de protocolos que preserven su salud, de preparación específica para lidiar con una pandemia, de apoyo emocional y de una buena comunicación por parte de las autoridades y entre colegas.
Tenemos una enorme deuda de gratitud y admiración para con todos ellos: médicos, enfermeros, camilleros, personal de limpieza y mantenimiento, cocineros de los hospitales, farmacéuticos, administrativos. Ahora bien, este reconocimiento simbólico es importante pero, de ninguna manera, suficiente. No hay que olvidar que detrás de las estadísticas hay personas reales, con historias particulares y seres queridos que los esperan sanos y salvos al final de todo esto.
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Es fundamental que las autoridades ejecuten una estrategia integral que preserve las vidas y la salud mental de los trabajadores y trabajadoras del sistema sanitario. Para ello, es necesario observar y mejorar las condiciones de trabajo, el salario, comunicar claramente y monitorear las medidas de acción y seguridad, y restringir la carga excesiva de trabajo.
Se debe evitar que lleguen a vivir sentimientos insoportables de desesperación y soledad. Cuidar su salud requiere también que se implementen protocolos para hacer eficiente la telemedicina, incorporar personal sanitario médico y no médico y asegurar que los residentes y estudiantes necesarios puedan integrarse de la mejor manera para ellos y para las instituciones.
El cuidado de la salud física y mental de un trabajador es un derecho incuestionable; además, en este caso particular, debe ser la base de una estrategia sanitaria integral. La ecuación es muy simple: sin personal de salud en las mejores condiciones posibles no hay manera de hacer frente a una problemática de salud pública de estas dimensiones.
Las próximas semanas pueden ser algunas de las más difíciles que hemos enfrentado acá en la Argentina. Si quienes trabajan en salud colapsan, no habrá quien pueda atender, curar y cuidar
Por nuestra parte, las acciones particulares tienen un efecto en el cuidado social. Es que de todos tenemos que actuar con responsabilidad para salir adelante de esta situación de la mejor manera posible.
Un eslogan que circula en las redes sociales de trabajadores de la salud de Estados Unidos pide: “Quedate en casa por nosotros, mientras nosotros vamos a trabajar por vos”.
Consideremos también el altruismo que mueve a tantos médicos, enfermeros y personal de la salud a trabajar en la investigación y el tratamiento de estas enfermedades. Esta pandemia es un recordatorio del poder de la solidaridad basada en la ciencia, la educación, la medicina y el conocimiento.
Hoy, en un nuevo contexto de emergencia, se hace imprescindible repensar la capacidad del sistema de salud pública, de la economía, y de las instituciones en general, siempre recordando a las personas que están en cada teoría, en cada decisión y en cada estadística representadas.
El COVID-19 debe marcarnos a fuego lo que ya sabíamos, ahora como una lección vital: la salud es un bien público, sin ella no hay desarrollo posible; y, sobre sus protagonistas, como dice el final de la canción en su homenaje, ponderarlos todos los días de todos los modos posibles, ya que ellos y ellas hacen de sol a sol lo que queremos hacer con el aplauso de cada noche: callar al silencio un día más.
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- Facundo Manes es Doctor en Ciencias de la Universidad de Cambridge. Neurólogo, neurocientífico, presidente honorario de la Fundación Ineco e investigador del Conicet.
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