Me di cuenta de que cuando uno hace un retrato de alguien, uno ve una imagen de ese alguien, pero la foto no termina de mostrarnos qué siente esa persona, qué piensa, cuál es su realidad, cuáles son sus sueños.
Los retrálogos surgen en noviembre de 2015, y creo que surgieron como una expresión natural de una búsqueda interna, muy propia, que estaba muy ligada a dos ingredientes: la profundización de lo que es mi propia misión en la vida, cuya esencia es contar historias, y un reencuentro con mi país y más específicamente con mi barrio y las personas que lo habitan, después de haber estado casi cuatro años viviendo con mi esposa y mi hijo en Brasil.
Cada uno tiene su propio karma, cada uno tiene su propio rol
En este primer retrálogo quiero mostrarles a Raúl Memed, “el seguridad”. Después de la charla informativa del jardín de mi hijo, me llamó la atención este señor al que todos saludaban amablemente.
– ¿Hace cuánto que trabaja en el colegio?
– Hace más de 10 años, pero ya trabajaba como seguridad en esta empresa, antes estaba en Obras Sanitarias y en la media 8 de Pacheco.
– ¿Y te gusta?
– Sí, me gusta trabajar con los chicos.
– Y veo que todos te saludan, te dan la mano o un beso, todo el mundo…
– Ah sí, es que ya me conocen todos, me quieren mucho acá…
– ¿Y cuál es tu función acá en el colegio?
– Yo cuido que no se escape ningún chico. Les pregunto quién los viene a buscar, ya me conozco por el nombre a todos.
(Pasa una mamá, le da un beso y le dice “Chau Raúl nos vemos el lunes).
– Y cómo ves conozco también a los padres… A veces los padres hasta tienen mi celular y cuando piensan que hay marea ya me llaman para ver si hay clases o no.
– ¿Y qué es lo que menos te gusta de tu trabajo Raúl?
– Y, lo que no me gusta es estar parado. Son muchas horas y tengo várices… Pero el resto me gusta, poder cuidar que los chicos estén bien es lo importante…
– Bueno Raúl nos veremos el lunes entonces, va a empezar mi hijo en el jardín.
– Ah perfecto ya lo voy a ver entonces hasta el lunes.
En el 2012 mi profesión de publicista me llevó a vivir a San Pablo. Eso es lo que yo pensaba, en realidad me llevaron varias cosas más: la muerte de mi viejo y el nacimiento casi simultáneo de mi hijo, que me plantearon como una necesidad inconsciente de tomar cierta distancia.
Y Brasil para mí siempre fue como la casa de un gran amigo que siempre te recibe con buenas vibras. Porque realmente tengo grandes amigos brasileños desde hace años en ese país que son para mí como una familia política (cuando los visitaba les decía que iba por una “dosis” de Brasil), y porque así te recibe ese país como sociedad, con alegría.
Lo que no sabía es que en realidad detrás de un trabajo de director creativo en una muy buena agencia que estaba empezando se estaba gestando en mí una búsqueda interna mucho más profunda.
Desde los 20 años practico el budismo de Nichiren Daishonin, y siempre me llamó la atención el hecho de que, en sánscrito, la palabra karma signifique misión. El karma no es más que el cúmulo de pensamientos, palabras y acciones que generamos a cada instante, lo cual significa que estamos donde estamos porque nosotros nos hemos puesto ahí, y sólo nosotros somos capaces de ponernos en otro lugar.
Transformar el karma en misión (el karma puede ser positivo o negativo), no es más que encausar el propio potencial al servicio del rol que naturalmente poseemos dentro del universo
Cada uno tiene su propio karma, cada uno tiene su propio rol. Yo venía reencausando eso en mi vida, si bien contaba historias haciendo guiones para marcas en agencias de publicidad me había entusiasmado con la idea de empezar a filmarlos, del lado de las productoras. Y eso implicó salir de una relación de dependencia laboral de casi 20 años con la comodidad económica y con lo que hoy se suele llamar “éxito”, a una forma de trabajo independiente, nueva, sin ninguna seguridad más que mis propias ganas y con un hijo que mantener. Por eso la decisión de volver a Argentina.
Teníamos nuestra casa, no teníamos que pagar un alquiler y tenía unos ahorros en reales que por suerte me daban una cierta tranquilidad para empezar. Claro que al dar este tipo de paso uno siente mucho miedo, pero como dice mi maestro, Daisaku Ikeda: “El miedo es ignorancia. Cuando uno deja de ignorar, deja de tener miedo”.
Así que a fines del 2015 decidí irme de la agencia en la que estaba en Brasil y de repente me encontraba caminando por San Fernando otra vez, como en mi adolescencia, un martes a las 4 de la tarde, o un jueves a las 11 de la mañana, algo inconcebible en mi cabeza de oficinista que trabajaba hasta fines de semana para terminar una campaña para una marca x. Hacía años que no veía salir a los chicos de un colegio por ejemplo. Y eso me reconectó muchísimo con mi barrio, con épocas del secundario, en la que mi vida se trataba de salir del Don Orione de Victoria para después ir a remar al club San Fernando con amigos y luego volver a casa en bici.
En los retrálogos está presente un poco de todo eso. Por eso me enfoqué en los trabajos o actividades de la gente común, de barrio. Me encanta que un carpintero me diga que estudia la alquimia del medioevo, o que un guardavida me diga que si bien su trabajo es por tres meses las vidas que salva quedan en el recuerdo para toda la vida.
Creo que subestimamos demasiado a las personas, categorizamos todo por trabajos y hasta creemos que unos son más importantes que otros, sin ver que detrás de cada uno de esos roles, detrás del que te carga nafta o te arregla el auto hay un ser humano, que siente, que piensa, y que está cumpliendo un rol en la naturaleza, tan importante y único como el tuyo.
Yo no entiendo cómo un urólogo puede tener la vocación que tiene, pero cuando le hice un retrálogo al mío me di cuenta de que era super valorado entre su familia, amigos y pacientes. O que el seguridad del colegio de mi hijo, que ni siquiera tiene Facebook, se emocione al ver los mensajes de afecto que le dejaron los padres de los chicos que cuidaba, y que gracias a que en el retrálogo dice que tiene várices le hayan dado una silla.
Pareciera que la sociedad nos inculcó que las celebridades tienen trabajos más importantes, pero para que el mundo funcione bien se necesita del trabajo de las personas comunes y corrientes que desde mi punto de vista nunca son comunes y corrientes, son más bien, únicos e irrepetibles.
Por eso hago los retrálogos, para visibilizar el maravilloso trabajo de la gente común, para aprender algo de cada entrevista, para entender el profundo significado de esa palabrita en sánscrito: karma. En definitiva, a través de los retrálogos yo termino desarrollando mi propia misión en la vida, que no es más que contar esas historias de la gente que está ahí todos los días.
Es muy simple: el que hace lo que le gusta, el que desarrolla plenamente su misión en la vida es, sin dudas, mucho más feliz que el que hace algo por obligación, o porque no le queda otra. Darme cuenta de eso cada vez que hago un retrálogo es lo que me mueve a seguir haciendo lo que realmente me gusta.
Siento que después de años pude, de alguna manera, emanciparme laboralmente, elegir lo que hago, disfrutando cada proyecto y sin correr detrás de un éxito que sea para los demás y no para mí. Ese es mi verdadero éxito hoy, poder hacer lo que me gusta pudiendo buscar a mi hijo en el cole a las 16:30 hs de un martes.
Esa es otra de las cosas que en los retrálogos la gente valora, a veces prefieren ganar menos a tener un jefe o estar encerrado en un horario fijo. Hoy después de tres años de vuelta en Argentina trabajo como director en Winona, la productora de Ariel Winograd, uno de los mejores directores del país, y me representan varias productoras en latinoamérica y Europa.
En mis viajes para filmar aprovecho para seguir haciendo retrálogos, porque esa es mi misión en la vida, contar historias.
Acá podés ver los retrálogos de Jorge Ponce Betti y acá su trabajo como director
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