En el último tiempo la confrontación se exacerbó a raíz del debate de ciertos temas que provocan respuestas emocionales. No se trata de una tendencia local sino de un fenómeno global que cada vez parece extenderse más.
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Vivimos en un mundo que fomenta las polarizaciones, los enfrentamientos y considera la discusión como un duelo en el que solo uno puede ser el vencedor. Sin embargo, frente a esta realidad existe otra alternativa para lograr un mundo más amable.
Es importante reclamar el debate como parte fundamental de la vida republicana y volver a considerarlo un intercambio enriquecedor para ambas partes en lugar de un combate del tipo lejano oeste en el que debemos “matar o morir” si no queremos terminar por matar la democracia.
Uno de los primeros puntos que debemos tener en cuenta es que lo que se pone en juego en una discusión es una idea no nuestra valía como personas. Por lo tanto, lo que el otro está diciendo no hace referencia a nuestra persona sino a la idea que estamos exponiendo.
Por ejemplo, si el otro dice “eso es es una estupidez” -frase para nada recomendable de usar si vamos a discutir- no nos está diciendo que nosotros somos unos estúpidos, sino lo que dijimos. Parece una obviedad pero cuando las discusiones se tornan personales corremos el riesgo de acabar peleando.
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Pero esta moneda tiene dos caras. Así como no debemos tomar como ataque directo lo que nos dicen, tampoco tenemos que atacar al otro de manera personal. Se trata de un debate de ideas no de personas y por lo tanto, está de más llamar al otro “incrédulo”, “ignorante”, “inocente”, “manipulable” y demás calificativos que apelan a las capacidades del otro.
Lo mismo ocurre con los insultos: no suman a la discusión y recalientan el tono del debate de forma innecesaria (no, nunca es una buena idea decirle al otro que lo que dijo es una estupidez si no queremos verlo enojar).
Esto tiene un punto muy sólido y es que no vale la pena discutir si pensamos todo eso de nuestra contraparte. Y, si realmente no lo pensamos: ¿por qué lo estamos diciendo? Solo vamos a convertir un sano debate democrático en una riña escolar y pueril.
Por otra parte, es fundamental no considerar que existe un “ganador” y un “perdedor” en una discusión. No se trata de aplastar al otro, sino de enriquecernos mutuamente con nuestras ideas y disentir respetuosamente cuando no llegamos a un acuerdo.
La democracia fue diseñada para albergar múltiples ideologías e integrarlas en convivencia pacífica a través del voto y la representación. No hay motivo por el cual dos personas que disienten política o religiosamente no puedan ser amigas o colegas.
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Si pusiste todo de tu parte pero la otra persona te agrede y se violenta, nunca es tarde para abandonar la discusión. Pero para eso necesitamos mantener el autocontrol, es decir, darnos cuenta que el otro nos está provocando y decir basta.
“No voy a seguir discutiendo en estos términos”, puede ser una salida elegante a un embrollo y evitar perder una amistad por un tema emocional o controversial.
Cuando gana la polarización pierden las ideas. Lo mejor es mantener la calma y aprender a discutir con el otro recordando que su opinión vale tanto como la tuya y nadie es el dueño de la verdad.
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