El domingo , después del “NO River Boca “ leí en las redes sociales: “Teníamos la posibilidad de mostrarle al mundo lo que somos, y nos salió perfecto”.
Desde el sábado a las 17 hs hasta las 14 hs del domingo, cuando la CONMEBOL finalmente dijo que el partido se suspendía, me invadió una rara sensación de angustia y malestar que no terminaba de entender.
Haciendo un poquito de introspección y en pleno ejercicio de asociación libre
me vinieron recuerdos de imágenes del “Felices Pascuas” de Alfonsín. Corrían los días de abril del 87, los Carapintadas ponían en jaque a la sociedad civil. Yo esperaba en la Plaza de Mayo y el presidente auguraba “Felices Pascuas”. Son otros tiempos, claro está. Pero algunas cosas no han cambiado: otra vez un país en vilo. El deporte y la democracia no son equiparables ni la amenaza de aquellos militares puede asemejarse a los barras. Pero la angustia me lleva hasta allí porque hay elementos que se repiten: la violencia, la barbarie y una recurrente sensación de orfandad frente al vale todo.
Desde siempre, las situaciones de violencia me generan una sensación espantosa en lo corporal. Me siento realmente mal y sé que esto tiene que ver con mi historia dentro de la historia del país. Era muy chico cuando la guerra de Malvinas y era muy niño también cuando la dictadura militar. Era lo suficientemente chico para que mi ingenuidad me gobernara, pero lo suficientemente grande para entender y recordar… Y hoy duele confirmar, otra vez, que no aprendemos más…
En la película “Dónde está el piloto”, de los hermanos Zucker, una azafata
trataba de calmar a una pasajera en shock. No logra hacerlo y entra ella en estado de nervios, la golpea y los demás pasajeros, alterados todos, forman fila para castigarla con diferentes objetos contundentes. Algo así pasa en este dominó de disparates tan frecuente en Argentina.
Otra vez, los argentinos angustiados y el mundo entero como privilegiado espectador de nuestra impericia y de la anomia reinante
En tanto, los dirigentes de la CONMEBOL se reúnen con los de los clubes para definir dónde se juega, cómo y cuándo, pero poco importa: ya está, ya perdimos todos, una vez más.
Podés leer: River-Boca: vergüenza, bronca y la oportunidad de terminar con las mafias del fútbol
No hay normas, no hay reglas, nadie manda. Otra vez, como me pasó en el 87, el desamparo, la sensación de estar a la deriva o, peor aún, la certeza de que ésto es así. Sin ideas, sin decisiones, sin firmeza, sin un cuerpo colectivo que tome la
sensatez como credo.
Hoy me contaban un “chiste”: “Trump pidió que el G20 se haga en un lugar más seguro: propone la franja de Gaza”. Me río por no llorar
¿Alguna vez aprenderemos que lo que hacemos tiene consecuencias? ¿Será posible? ¿Podré verlo alguna vez? De repente cierro los ojos e imagino un disparate, y sé que no va a pasar. Imagino que los jugadores de Boca y River digan: “Señores, entendimos todo, así no vamos a ningún lado. En el 2015 fue Boca, ahora es River. Hagamos algo distinto para que algo cambie. Damos la vuelta olímpica los dos en el Obelisco con una copa de cartón y que el futbol sea futbol.” No va a pasar, claro que no, es solo una utopía. Pero me aferro a la ilusión: si nadie gana, a lo mejor ganamos todos alguna vez.
Podés leer: Facundo Manes: no hay bien común si ganan la grieta, el miedo y la mezquindad
Si no entendemos de una buena vez que a este maravilloso país lo levantamos
o lo terminamos de hundir entre todos, estamos perdidos. Las camisetas no importan: somos un solo equipo, se llama Argentina, y tengo la esperanza que alguna vez pueda ver algo parecido al país que soñaron mis abuelos primero y mi querido viejo después. Me decía “ésto va a cambiar” y no pudo verlo, porque nada cambio y ya no está.
Utilizamos cookies de terceros para mostrar publicidad relacionada con tus preferencias. Si continúas navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Puede obtener más información en:
Politica de Privacidad