Boca y River, River y Boca, la final soñada por millones de hinchas. Pasión, ansiedad, adrenalina, mil y una emociones que fatalmente terminarán con festejos y lamentos porque, esta vez, no hay empate posible. Alguien tiene que ganar y alguien tiene que perder.
Los (muchos) fanáticos ya están sufriendo. El intervalo entre los dos partidos decisivos será interminable y los que amamos el fútbol tenemos poca capacidad de pensar en otra cosa durante horas
El país entero no podrá escapar al acontecimiento. Se suspenderán reuniones y eventos fijados para las fechas de la final, los futboleros de todo el planeta estarán pendientes y hasta algún presidente extranjero planea anticipar en varios días su visita con motivo del G-20 para poder ver el último encuentro.
¿Absurdo? ¿Desmesurado? ¿Irracional? Decenas de adjetivos serán invocados por quienes no comparten la pasión por un deporte universal, atrapante, único en diversos sentidos. Lo que moviliza el fútbol es difícil de describir y de poner en palabras. Por eso es atendible los que les resulta indiferente, les parece irrelevante o lo consideran como la reedición en tiempo presente del pan y circo romano. Y por eso mismo, también, no lo es: no tienen razón porque sería demasiado simplista para explicar un fenómeno de masas complejo. Porque escasean las explicaciones sezudas: se trata del corazón. Es un debate tan antiguo como interesante que difícilmente se salde algún día.
Pero, más allá de rivalidades históricas y de las legítimas y saludables diferencias de opinión, hoy podríamos tener una oportunidad de dar un paso adelante como sociedad
El fútbol expresa hace años una violencia que poca relación tiene con lo deportivo y mucha con problemas sociales, políticos y económicos de enorme complejidad. Los grupos violentos son marginales pero están estrechamente vinculados a buena parte de la dirigencia, no sólo de los clubes sino de distintos factores de poder. Por eso han logrado mucho más que sobrevivir; se han afirmado como “dueños” del espectáculo deportivo, de negocios conexos y como herramienta de acción de variadas actividades ilícitas.
Tan brutal y persistente ha sido la violencia que, en uno de los países más futboleros del mundo, llevamos años prohibiendo la asistencia a los estadios de quienes simpatizan por el equipo “visitante” y aún así los episodios criminales se repiten
En paralelo, el clima de agresión hacia el rival -incrementado hasta extremos dramáticos cuando se trata del rival “clásico”- convierte lo que es un juego en una grotesca cuestión de “vida o muerte”. Con el agravante de que demasiadas veces no fue metófora ni exageración: varias vidas se perdieron en este delirio que hemos naturalizado.
Parece demasiado absurdo como para ser real porque entran en conflicto personas que distan de ser extraños; se conocen, conviven, muchas veces tienen entre sí vínculos de familia o amistad. Sin embargo, la irracionalidad es, definitivamente, una característica muy humana que sería suicida desconocer.
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Ahora bien, esta característica es universal pero en casi todos los países las hinchadas rivales pueden compartir el espectáculo. Equipos de fuerte e histórica rivalidad como los dos grandes clubes de Madrid han disputado finales de importancia similar -si no mayor- a la que aquí se jugará en pocos días con total normalidad y respeto por la convivencia y las leyes.
¿Seremos capaces de desdramatizar e impedir que nos dañe lo que, en definitiva y más allá de su indudable trascendencia emocional para millones de personas, no es más que un espectáculo deportivo?
Quizás la primera respuesta para aplaudir e imitar la hayan dado dos muy buenos jugadores argentinos, formados uno en River y el otro en Boca, declarados hinchas de sus clubes que comparten hace varios años el plantel de equipo ruso. A Sebastián Driussi y Leandro Paredes les bastó una foto y un renglón para resumir lo obvio: “Somos rivales no enemigos, disfrutemos de esta histórica final sin violencia”.
La foto que encabeza esta nota reunió cerca de 150.000 adhesiones en Instagram en apenas tres horas. Multiplicar sus efectos depende de cada uno de nosotros. Estás invitado. Si ganamos lo que queremos paz, habremos triunfado todos.
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