Los populismos, comunismos y estatismos varios han utilizado la metáfora del Estado como “padre”, con una visión patriarcal y mesiánica que simbólicamente busca reemplazar al Dios Padre de las tres religiones monoteístas. “El Estado será Dios”, sostuvo Lenin, y de ahí la confrontación del materialismo ateo con el cristianismo. También nosotros hablamos de San Martín como “padre de la patria”; Sarmiento, “padre del aula”, y Alfonsín, “padre de la democracia”.
Más recientemente, con la llegada de la pandemia, el presidente Alberto Fernández se arrogó el lugar de padre y jefe del Estado que “te cuida”. Hace poco dijo: “Soy como el papá que le dice al nene ‘no te asomes por la ventana’ y el nene no entiende por qué no lo dejan”, infantilizando a toda la sociedad.
La Argentina tiene hoy más de 112.000 muertos por el Covid, por una pésima gestión sanitaria que ideologizó la compra de vacunas (rechazando las de Pfizer), priorizó vacunar a la militancia joven por encima de los abuelos, instaló vacunatorios vip para los amigos mientras sometía a la ciudadanía a una férrea cuarentena durante meses. Se suspendieron derechos constitucionales mientras en Olivos se celebraban fiestas con los amigos del poder.
Pero eso no fue todo. Nuestro papá Estado redujo las jubilaciones a la vez que aumentaba los sueldos de los políticos y nombraba amigos en cargos públicos; emitió pesos sin control, llevando la inflación al 50%, y subió la presión impositiva con la excusa de mejorar el sistema sanitario, aunque luego los funcionarios K que contrajeron el virus se atendieron en los centros privados de salud. Hoy el 50% del país es pobre y hay 20 millones de argentinos que cobran alguna asignación todos los meses, lo que confirma el éxito del plan populista.
El listado de las empresas multinacionales que se fueron del país es largo, pero lo más grave ha sido el cierre de unas 20.000 pymes, que dejaron miles de desocupados. Luego de más de un año con las escuelas cerradas, un millón de jóvenes se cayeron del sistema educativo y hoy las universidades siguen cerradas. Según una encuesta de Giacobbe & Asociados, el 66% de los jóvenes menores de 35 años se irían del país si pudieran, y crecen las colas en los consulados.
La reciente Marcha de las Piedras fue un velorio colectivo, y Ezeiza es un valle de lágrimas por las despedidas familiares. Papá Estado no cuidó ni la salud, ni el trabajo, ni la educación, ni el valor de la moneda
Como corresponde al paradigma del patriarcado, la figura del padre encarna el poder absoluto que se impone “por las buenas o por las malas”, mientras la figura de la mujer madre es denostada y/o invisibilizada. Adivinen quién paga las fiestas, los gastos, subsidios y planes sociales de papá Estado. Adivinaron. Por eso sugiero completar la metáfora y agregar a la “mamá empresa” –entendida como el símbolo de todas las actividades de los privados– para revelar el vínculo tóxico que desde hace décadas padece con los gobiernos populistas.
En la Argentina peronista que combate el capital (salvo el de los empresarios amigos y testaferros, claro), la actividad privada está mal vista. Papá Estado, con la inestimable ayuda de los tíos sindicatos y los primos movimientos sociales, se siente autorizado a descalificar y despojar una y otra vez a mamá empresa, o sea a aquellos que generan riqueza.
Es obvio que el autoproclamado papá Estado, lejos de cuidarnos y darnos los servicios básicos mínimos para lo que le pagamos (salud, educación, seguridad y justicia), nos tiene cautivos como esclavos
El cuarto gobierno kirchnerista ha perfeccionado el populismo peronista y, siguiendo la metáfora, es un cafisho maltratador que vive del trabajo de su mujer, mamá empresa, a quien extorsiona y asfixia con regulaciones arbitrarias, desorbitantes impuestos, trabas operativas, cierres de mercados, brecha cambiaria y controles de precios. Y a quien, además, estafa con una corrupción sistémica. Como a un adicto, nunca le alcanza lo que ella produce, y siempre encuentra una forma de hacerla responsable de los problemas.
Mamá empresa, perseguida por la culpa inculcada por ser exitosa y ganar dinero, muchas veces sostiene a sus parientes pobres, las sobrinas ONG, para que puedan hacer el trabajo que no hace papá Estado. De locos.
“Del maltrato se emigra”, les decimos a las mujeres que sufren la violencia de sus parejas, porque de esa relación tóxica y patológica no se sale dialogando, negociando, perdonando o probando un tiempo más.
El psicópata estafa y miente compulsivamente y no tiene capacidad alguna de arrepentimiento. Manipula a la víctima y cuando siente que su presa se le escapa, aumenta la coerción y la violencia
Emigrar literalmente es lo que están haciendo empresas, empresarios y profesionales que pueden irse: se cansaron del maltrato de la Argentina y se van. Nuestros jóvenes más preparados mandan su CV al mundo y hacen las valijas.
Pero irse no es la única opción. Salir de una relación psicopática y tóxica es posible. Lo primero es ver el error. El kirchnerismo es patriarcal, narcisista y corrupto, y su proyecto de poder absoluto se cae a pedazos. No sobrevive sin los empresarios y los cuentapropistas y con una sociedad alerta y movilizada en las redes sociales y en las calles.
Como la mujer golpeada, los argentinos necesitamos levantar la autoestima y empoderarnos para liberarnos de ese vínculo tóxico. Valorar nuestro aporte a la sociedad y exigir otro trato de parte del Estado, con una premisa liberadora: siempre hay “otros”.
Salvo Dios, que es único, hay otros de todo. Hay otros presidentes, otros legisladores, otros políticos, como hay otros novios o maridos, otros padres, otros vínculos más sanos, de respeto y cooperación, y no de dominio y extorsión. Hay otros modelos de Estado, austero y equilibrado, con instituciones políticas y marcos jurídicos confiables, que respetan y colaboran con los privados porque saben que con ellos todo el país crece. Otro paradigma: la integración.
Votar en las próximas elecciones por otros legisladores es la forma de ponerle límites a este papá Estado enfermo que busca degradarnos con su autoritarismo. Hay que dejarlo solo: la Justicia se encargará del resto. Mamá empresa dice basta.
- Cristina Miguens es ingeniera industrial y empresaria. Más allá de su carrera profesional, ha dedicado su vida a colaborar con fundaciones y ONG que apoyan la salud y la educación de mujeres y niños, y del desarrollo de comunidades aborígenes. Ha hecho estudios de teología, psicología y mitología. Preside la Fundación Alumbrar y es miembro asesor de la UTDT. Por esas vueltas de la vida, es la editora responsable de Sophia.
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