Sólo un ejercicio constante de la memoria nos puede ayudar a no volver a padecer los inmensos horrores que estuvo a nuestro alcance evitar.
Parece una obviedad pero la historia humana, esa interminable sucesión de violencia, guerras y abusos de poder cuya expresión más siniestra son los genocidios, demuestra que no lo hemos asumido.
El riesgo de dejar pasar los síntomas que anticipan un nuevo horror es demasiado grave
Hace pocos días algunos adolescentes, alumnos del Colegio Alemán de Lanús, se disfrazaron de nazis y agredieron –de palabra y de hecho- a otros, alumnos de la Escuela Ort, muy vinculada a la comunidad judeo argentina, más allá de que quienes allí asisten no sean exclusivamente judíos. La violencia estuvo signada por actitudes racistas de fuerte tono antisemita.
Al día siguiente, a pesar de la reacción social generalizada de repudio que incluyó a las propias autoridades del Colegio al cual concurren los agresores, ex alumnos del mismo establecimiento enviaron decenas de mensajes de contenido similar por twitter.
Entre otras expresiones nefastas se pudo leer “también discriminamos a paraguayos en el alemán jajaja no doy más”. Otro mensaje aludía a la “previa en la habitación” agregando fotos de un campo de concentración nazi. Un tercero titulado “con los pibes en el cerro catedral” incorporaba una foto de niños, supuestamente judíos, en otro campo de exterminio.
Desde ya esos actos constituyen delitos penados por la ley argentina que deben ser juzgados. Sin embargo es preciso analizar y debatir la cuestión desde un punto de vista más amplio.
Debemos preguntarnos porqué jóvenes que terminan la escuela secundaria pueden reivindicar a criminales que asesinaron a millones de personas por el sólo hecho de creerlos distintos a ellos y fueron principales responsables de la muerte de decenas de millones de seres, en su gran mayoría civiles, en el marco de la peor guerra de todos los tiempos.
Cómo es posible que esos chicos no conozcan la siniestra esencia de un régimen político basado en el más brutal autoritatismo, el desprecio absoluto por los derechos humanos elementales y la patética invocación de la “superioridad racial” como argumentos para intentar imponer, a sangre y fuego, su dominio sobre todo el planeta.
Naturalmente las preguntas deben hacérselas, en primer lugar, las familias de esos adolescentes y el Colegio en el cual estudiaron pero darle respuesta es tarea de toda la sociedad.
Sería un gravísimo error minimizar la trascendencia de estos hechos que comprenden los penosos sucesos de Bariloche pero también incluyen los tweets posteriores de otros jóvenes, quizás aún más preocupantes.
La reacción de la dirigencia argentina ha sido claramente insuficiente. No ha habido una condena conjunta, seria y enérgica, que asuma el problema como común y genere medidas para enfrentarlo.
No bastan un par de visitas al Museo del Holocausto o la realización de actividades conjuntas de las dos escuelas
Más allá de que eso sea valorable y elogiable, hace falta mucho más para establecer límites claros ante la discriminación, el racismo y la violencia. Para reafirmar una y otra vez que esas conductas repugnan al Estado de Derecho democrático y que ante ellas todos debemos reaccionar unidos, dejando de lado cualquier otra legítima diferencia.
Como hicieran este año decenas de artistas de los más diversos orígenes para homenajear a las víctimas de la AMIA, cantemos juntos esa canción conmovedora que nos recuerda la imperiosa necesidad de mantener viva la memoria.
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