Viaje de locura y de pasión: carta de un padre de Independiente a su hijo después del Maracaná

Entro al departamento, eran pasadas las diez de la noche del jueves. Enciendo la luz y, con la mochila al hombro todavía, prendo la tele. Pensaba: “En que canal lo habré dejado cuando me fui?”. ¿Estaría en América grabándose Intratables, con todo el quilombo que había pasado en el centro durante el día? Esos hechos que hicieron, de Buenos Aires, un infierno. Minutos antes, cruzaba caminando la Plaza de Mayo y veía montones de policías sacando vallas de las calles. Yo caminaba mirando todo y cantando bajito “porque tenemo’ aguante…aguante de verdá…vamos a dar la vuelta…en el Maracaná”.

La tele tarda en encenderse…y aparece ESPN. La imagen: los jugadores con la copa arriba de un micro descapotable. El zócalo: INDEPENDIENTE CAMPEON DE LA COPA SUDAMERICANA. ¡Con escudito y todo! Era la bienvenida que me daba mi casa al volver. Era el momento que imaginaba cuando salí del departamento dos días atrás. ¿Cómo sería mi regreso? ¿Con que ánimo y en que estado? ¿Habremos tenido que correr por ataques de brasileros…o de la misma policía?  Porque soy de preocuparme por lo que va a ocurrir. De preocuparme demasiado, a veces. Me cuesta dejar que el destino me lleve a donde quiera. Tengo que tener todo estudiado. Con plan A, B, C…y Z. Será porque soy un estructurado contador o porque ya estoy grande o porque no tengo 23 años….

Apenas se supo que el rival era el Flamengo, ya Maxi me había dicho “¡Imaginate dar la vuelta en el Maracaná!!

Todo esto había comenzado una semana atrás…o quizás dos. Apenas se supo que el rival era el Flamengo, ya Maxi me había dicho “¡Imaginate dar la vuelta en el Maracaná!!” No sé qué tendría él en la cabeza, en ese momento. Si ya pensaba en viajar, e iba testeando mi reacción. En los siguientes días hubo comentarios del tipo “si sacamos una buena diferencia en Avellaneda, vamos” o “¿como no vamos a ir a ver un partido en el Maracaná?, ¡si fuimos a Wembley!” o “quiero conocer el Maracaná y, jugando Independiente, ¡sería increíble!”. ¿Cuándo va a volver a pasar? No importa el resultado” (ponele). Mis repuestas siempre fueron contrarias a ir. De visitante y en el extranjero. Generalmente las policías de otros países están mas dispuestas a reprimir a los extranjeros que a cuidarlos. Mi preocupación se centraba allí. Lo podíamos ver por televisión y después salir a festejar, si salíamos campeones. Y que, seguramente, iba a haber un festejo en la cancha…o pantalla gigante durante el partido…o bla, bla, bla.

Pasaban los días y la presión por ir a Brasil se hacía insostenible. Yo pensaba en todo lo malo que podía pasar si íbamos y Maxi solo pensaba en cómo conseguir entradas. Buscando precios de vuelos. Con escala en Alaska, si se pudiera, para que saliera más barato. Las redes eran un infierno también. Noticias cambiantes: “salen a la venta entradas” “no salen a la venta, solo por chárter” “desde el lunes se venden en el estadio” “solo se venderán por internet a socios”. Un caos. Vimos en Twitter que Soulmax era la agencia oficial del club. La conocía de los viajes de egresados de los chicos, con lo cual me generó confianza.

Lo veía tan entusiasmado con el tema de ir al Maracaná que yo era como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde: trataba de ver que había que hacer para conseguir el paquete chárter con entrada, ¿y después pensaba “Que carajo hago haciendo esto? No tenemos que ir”. Max reservó los paquetes y mandó un letal: YO TE INVITO. Había llamado a la agencia y, mail mediante, quedó anotado en una lista de espera. No se sabía cuando se iba a salir ni a llegar. Mucho menos el costo. Lo bueno fue que confirmaron los lugares y el valor el mismo día de la final en el Libertadores de América.

El plazo de 24 hs para pagar salteaba el partido, con lo cual ya se sabría el resultado de local. Bueno…hasta allí yo ya estaba preocupado por el posible viaje. ¿Qué opción me quedaba? Que Independiente no sacara un resultado positivo. ¡Pero ese límite no se pasa! Me acuerdo que una vez, no se en que año ni tengo ganas de googlear, Gimnasia tenía que ganarle a Independiente para salir campeón, sino el campeonato era para San Lorenzo (si ganaba su partido). Todos querían que Sanloré no fuera campeón, incluido yo. Pero es IMPOSIBLE querer que tu equipo pierda (salvo que seas de Rasin….que “entregaste los colores, cuando fuiste para atrás”, como dice la canción). Síntesis: el Rojo ganó con gol de Mazoni en La Plata y el futuro Santo Padre seguramente festejó.

“Si sacamos una buena diferencia en Avellaneda, vamos”

La primera final, en Avellaneda, había sido un anticipo de lo que se iba a venir. No lo digo por empezar perdiendo o por el sufrimiento eterno que es ver un partido del Rojo (casi nunca se pueden ver 90 minutos relajados). Fue por la previa. Pura adrenalina. Era un caos la Capital. Yendo a la cancha en tres autos. Uno para Av. Mitre, otro hacia El Pato, y el tercero al playón. Entradas bien repartidas, pero yo no tuve en cuenta el pase al estacionamiento del estadio.  Coco tenía que meter su auto allí y no llegaba. Monitoreando por teléfono, estaban avanzando tres cuadras cada 15’. Santa Fe, Córdoba, el Colon, el Obelisco. Faltaba un montón de tiempo, y también un montón de cuadras. Corrida mediante (aprox. 10 cuadras), lo espero en el acceso. Llegamos a estacionar 20:40. Ultimo auto en entrar. Cierran el portón. Faltaban 5’. Los fuegos artificiales ya se escuchaban.

Subimos las escaleras corriendo. Golpeamos la puerta y nadie nos escuchaba. Voy a buscar al encargado que tiene el manojo de llaves de todos los palcos. Lo espero porque le estaba abriendo uno a Sampaoli. El DT de la selección me saluda y me da la mano…¿o fue al revés? A los fines de este relato, es lo de menos. Síntesis: entramos antes del silbato inicial con 30 segundos de margen.

Fue un típico partido de final. Hermoso y vibrante. Lo disfruté muchísimo por poder compartirlo con mis dos soles, y porque pude hacer que mi “sobrino” Coco lo pueda vivir con su viejo.

Me acuerdo que cuando le pregunté si quería venir con su papá, me contestó el whatsapp con un entrañable: “Estaría buenísimo. ¿Me dejás?”. Como no podía ser de otra menera, estaba Tincho, al que siento como un hijo postizo, por conocerlo desde tan chiquito, como a todos los chicos del WS. Nunca me olvido que Juan, su papá, me acompañó al viejo estadio de la Doble Visera, después que pasaran muchos años, para mí, sin ir a ver a Independiente. Fue la primera vez que llevé a Maxi a la cancha. ¡Tenía 8 años…cómo pasa el tiempo…pensar que ahora me está pagando el viaje! También estaban Mariano y Sebas, dos tecnológicos barrabravas, capaces de hacer promesas incumplibles para personas cuerdas; y por eso mismo, las cumplen rápidamente.

Siempre es lindo estar en un evento histórico. Todos vamos a decir que presenciamos esa final. Se va compartir por siempre. En reuniones familiares, en el laburo o en mesas de bar. Chapeando “yo estuve ahí”, “yo lo vi con mi viejo”, “con tu abuelo”, “con mi amigo”, “fue una fiesta”. El resultado tuvo gusto a poco. Un gol de diferencia era mejor que nada.

¿Pero…era esa una BUENA DIFERENCIA, como se pregonaba para emprender la odisea a Brasil? Quien no quisiera un 3 a 0, o un 4 a 1. Pero era lo que había.

Al día siguiente, comenzó la tortura de asegurarnos los paquetes del viaje. Penando en llamar a Soulmax y que te atendieran. Te metían en un contestador automático con cuenta regresiva de personas en la cola telefónica virtual. Y cuando llegaba el bendito “Ud es el próximo a ser atendido”, venía el escalofriante sonido de teléfono ocupado. Pero finalmente llegó el éxito y Maxi fue a garpar al Banelco. Listo. Ya no había vuelta atrás.

“Como no vamos a ir al Maracana, si fuimos a Wembley”

Tuvimos que esperar hasta el lunes a la noche para tener todo confirmado, dos días antes del partido. Por la noche, recibimos el programa del paquete: martes 12 a las 16hs en Ezeiza, viaje directo a Río, transfer del aeropuerto a la zona de Copacabana, traslados Copacabana-Maracaná-Copacabana el miércoles 13, transfer al aeropuerto el jueves 14 al mediodía, viaje directo Rio-Aeroparque. Medio enquilombado porque salíamos por Ezeiza y llegábamos por Aeroparque. Además, teníamos que pasar dos noches en Río.

No conocíamos a donde parar. Busqué un hotel sobre Copacabana, lo mas centrado posible en la zona porque no sabía donde nos dejaba el transfer, así no quedamos muy lejos. Elegí el Hotel Arena. Lindas fotos y 95% de comentarios positivos en Booking.

Lo pagué en 12 cuotas, cosa que Maxi criticó diciendo: “imagínate si perdemos…lo vas a ver en el resumen todo el año que viene y te lo va a recordar”. Algo de razón tenía.

Al día siguiente, nos encontramos en el Starbucks de Defensores de Belgrano a las 15hs. Gastón nos pasó a buscar por allí y nos llevó para EZE. Terminal A. Mostrador de Andes Líneas Aéreas. Había un montón de gente haciendo una cola en forma de S. Ya estarían tres cuartos de los pasajeros, todos del Rojo obviamente. Chicos de la agencia ponían dos pulseras a todos: una por el chárter (roja, como no podía ser de otra manera) y otra con el número de micro que nos iba a hacer todos los traslados (dorada, Bus 5).

La cola empezó a avanzar. En el mostrador te daban un boarding pass muy especial. Era un papel simple en el cual, en forma manuscrita, te ponían la puerta y el horario para abordar. No tenía ninguna medida de seguridad, cosa que quedó en evidencia cuando pasabas a la zona de preembarque. La mostramos y pasamos como si nada. Y, minutos después, se mandó un hombre a los gritos, sorteando la “seguridad” de la entrada. Habíamos visto personal armado en los sectores públicos del aeropuerto, seguramente por la reunión de la OMC que transcurría en la Capital, pero allí, en donde debería estar mas seguro, no había nadie. Solo una mujer que atendía la maquina de rayos X para el equipaje, atinó a pararse y decirle “Alto. Quédese quieto y deje la mochila en el piso. Explíqueme que le pasa”.El hombre balbuceó algo sobre que su mujer y su hija tenían que embarcar y no las dejaban.

Tipo de suerte fue. En otro país, como mínimo, se le tiraban encima e iba en cana directo, antes de emitir una palabra.

Una vez terminados los trámites, nos fuimos para uno de esos salones VIP. Fue casi nuestra apeticena. La entrada estaba pegada a la puerta 1, de donde salía el vuelo. Así que, al terminar de comer y llevarnos un par de bebidas para después, salimos y nos topamos con la fila que esperaba entrar al avión. Fue muy raro escuchar canciones de cancha frente al freeshop de Ezeiza. Al rato, embarcamos rumbo…al Maracaná.

El vuelo fue como estar en la tribuna. Continuamente cantando y algunos barras arengando para no callarse. Bastante hinchapelotas. Yo pensaba “Si esto es la ida, no me quiero imaginar la vuelta si somos campeones”. Apenas despegamos, pasó el coordinador para entregarnos las entradas. Fin de la incertidumbre porque no teníamos idea de cuando nos las iban a dar…y si existían.

A las tres horas, llegamos a tierra carioca. Era pasada la medianoche, cuando subimos a los micros que nos estaban esperando. El aeropuerto está bastante alejado de la zona de Copacabana. El coordinador nos decía que estaba todo tranquilo, que la gente era macanuda, que había mucha gente del Fla pero que no pasaba nada. El tema fue que, antes de doblar en la avenida de la costa, empezó a cambiar de speech. Dijo que nos sacáramos la ropa de Independiente (no era nuestro problema porque estábamos de “civil”) y que había grupitos que buscaban a hinchas del rojo para sacarle las cosas.

Los micros llegaron a la avenida y pararon. Nos hicieron bajar rápido y escuchamos “Váyanse ya a sus hoteles. Tómense un taxi si es medio lejos”.

Situación complicada porque no sabíamos para que lado estaba nuestro hotel y a que distancia. Fue todo muy raro. Como que nos entregaron a las fieras. Le preguntamos a una persona de seguridad privada para que lado teníamos que ir, mostrándole el voucher de la reserva. Nos indicó para que lado era y, por la numeración de la calle, quedaría a tres cuadras. Hasta ese momento, el grupo de hinchas era numeroso, pero se iba empezando a desarmar. Las opciones eran: tomarse un taxi o caminar. Optamos valientemente por la segunda. Caminando rapidito. A mi se me cruzaban las palabras de Maxi “SI FUIMOS A WEMBLEY…”. ¡En Wembley no nos preocupábamos por si nos iban a cazar! Tenía en mente la imagen de las dos hinchadas de alemanes que venían mezcladas y, en un sector, se dividían: los de amarillo para la izquierda, los de rojo (finalmente los campeones…todo un metamensaje) para la derecha. Pero finalmente llegamos al lobby. Fueron tres cuadras eternas. Quizás ese fue el momento de mayor inseguridad. Aunque todavía quedaba la ida y vuelta a la cancha.

“Quiero conocer el Maracana y, jugando Independiente, sería increíble”

El hotel estaba muy bueno. Nos acostamos como a las 4 AM, viendo Twitter y enterándonos del quilombo que había en Río por el partido. El despertador lo pusimos temprano para aprovechar el desayuno incluido. Apenas terminamos de comer, nos fuimos para el hotel en donde paraba Tincho. Quedaba como a unas 6 o 7 cuadras. Nos habíamos vestido sin ropa del club porque no sabíamos si el ambiente seguía hostil. Nada que ver. Todo tranquilo. Con muchos hinchas del Rojo por la calle pero sin conflictos. Maxi y Tincho se fueron para Ipanema. Yo recorrí la zona y me volví al hotel. Había que concentrarse para el evento de la noche.

A las 17 hs teníamos que estar delante del hotel Copacabana Palace, el lugar en donde nos habían dejado los micros la noche anterior. Ese pasó a ser el punto de encuentro de todos los movimientos. Nos quedaba bien. Esas tres cuadras eternas, de día, se habían convertido en una caminata de 2 minutos.

Estuvimos puntuales y con “ropa de gala”. El problema fue que tardaron los micros en partir. Y, lo que hubiera sido llegar a la cancha en una horita, se transformó en casi tres horas de viaje a paso de hombre. Anocheció en el trayecto y el paisaje iba cambiando a medida que nos acercábamos al estadio. La gente del micro comenzó cantando, impulsados por algunos barras a bordo. Pero ellos, acostumbrados que la policía argentina le abre paso por las calles, se encontraron con que no era lo mismo allá. Y se fueron poniendo incómodos, gritándole al chofer para que se apurara.

Fue muy gracioso cuando el chofer apagó las luces internas del micro y el coordinador nos recomendó silencio porque era una zona repleta de hinchas del Flamengo. Los bravos se quedaron mudos. Las veredas estaban llenas de gente del Fla que nos hacía cualquier gesto ofensivo imaginable.  Alguno de los barras estaba medio cagado porque lo escuché decir: “El chofer nos esta vendiendo. Vamos por el medio de la ciudad”. En un punto del camino, vi que la caravana de los micros que nos llevaban, empezaba a doblar en una calle. Era el acceso para el publico visitante.

Ahí el chofer encendió nuevamente las luces, y los barras empezaron a cantar de nuevo. Porongas pero no boludos resultaron.

Finalmente estábamos ante el mítico Maracaná. El playón donde estacionaron los micros estaba a metros de nuestro acceso. Agarramos fuerte las entradas porque había gente que no tenía y buscaba manotear alguna. Entramos cantando fuerte. Fue un momento hermoso. Estábamos conociendo el Maracaná y si…iba a ser increíble ver jugar a Independiente allí. Jamás pensé que iba a hacerlo. Nunca me imaginé estar en otro país viendo al Rojo jugar.

“Imaginate dar la vuelta en el Maracana”

No vale la pena hablar del partido. De lo ensordecedor del estadio. De la entrada copera al campo. De las dudas que surgieron después del gol de ellos. De la doble angustia del penal: una hasta que lo confirmara el VAR, otra hasta que la pelota tocara la red. Del toque barcelonense del segundo tiempo. Del enganche de Campaña, que nos dejó los huevos de moño. Del gol de Gigliotti que no fue. De la pelota por arriba de nuestro travesaño en el minuto 92, que arrancó el grito “¡¡Lo erró!! ¡¡Lo erró!!”

Si quiero hablar del final. No solo del momento del pitido del árbitro y del abrazo con cualquier vecino de tribuna, que uno hace como que nos conociéramos de toda la vida. Es que, todos los que estábamos allí tendríamos nuestra historia con nuestros colores. Cada uno a su manera. Todo eso quedará de manera borrosa en mi mente.

Lo que siempre quedará nítido es el abrazo, con llanto y ojos rojos, con Maxi. Ese momento único, irrepetible, invaluable. Ese momento que, confieso, fue soñado desde que se confirmó que íbamos. Que cada vez que se me venía a la cabeza, ¡seguido con un “¡Qué lindo sería!”, me lo sacaba enseguida como para no mufarlo, para no anticiparlo y no disfrutarlo si se daba. Eso es lo que me quedará para el resto de mi vida. Porque es irremplazable. Aunque haya otros, quizás mejores. Podrá sumarse a un listado de alegrías, pero nunca olvidarse. Al rato, en medio de los festejos, ya con voz ronca de tanto gritar y cantar, veo que Maxi está llorando nuevamente mirando al cielo. No se si fue solo casualidad. Porque él me dice que no cree en Dios. Quizás estaba pensando en alguien que ya no está. Pero, bueno, por ahí solo era un gesto. Un gesto generado por una alegría enorme después de tantos momentos deportivos ingratos que tuvo que sufrir desde la otra Sudamericana. Y no solo deportivos.

Lo que siempre quedará nítido es el abrazo, con llanto y ojos rojos, con Maxi. Ese momento único, irrepetible, invaluable. Ese momento que, confieso, fue soñado

Pero estábamos allí los dos, abrazados, saltando, tomados de los hombros gritando “El Rey de Copas, ¡la putá que los parió!!”. ¿Habré pagado una pequeña cuota de mi deuda por haberlo hecho hincha de Independiente con ese momentito de gloria? No lo se. Solo sé que estábamos en el Maracaná. Gritamos un gol en el Maracaná. Dimos la vuelta en el Maracaná. Lloramos de alegría en el Maracaná.

Cuando terminaron los festejos en la cancha, salimos de la tribuna. Tomamos un par de Cocas y cantábamos con la hinchada. Éramos un par de barras más. Esperábamos que abrieran las puertas del estadio. ¡Cuanta razón tenía Sacheri! En el final de “Papeles en el viento”, dijo:

“Viste ese momento en la cancha cuando terminó el partido, y ganaste….cuando la gente se queda hablando del partido…cae el ultimo sol…los chicos empiezan a patear los vasitos de plástico…viste los papeles que la gente tira al principio?…es como que viene el viento y los vuelve a levantar en un remolino…y empiezan a caer como suspendidos en el aire….y vos estas ahí…esperando que abran las puertas….pero en realidad vos te podrías quedar a vivir allí….en la cancha”

Era tal cual. Estábamos esperando que abrieran las puertas…pero podríamos quedarnos a vivir allí. Congelados en ese momento de la vida. Solo un hincha de Independiente podría haberlo escrito.

Al día siguiente, volvíamos para Baires. La noche había sido corta porque dormimos poco. Quisimos ver todo mensaje en Twitter que se refiriera al partido. Eran interminables. Mientras, los dos sentíamos y repetíamos lo mismo: “¡No se puede creer!”. Antes de partir, nos juntamos con Tincho para compartir las vivencias del partido y para comprar un recuerdo de “la presa cazada”, una camiseta del Fla, con el 17 y el texto “SUDAMERICANA”, resultado de un amplio debate sobre que corno ponerle. Ya en el avión, aprovechamos a dormir unas horitas. Todo el pasaje estaba como nosotros, filtradísimos por la adrenalina del evento. Luego de una catarata de cargadas a Rasin, a Boca y a la azafata, tocamos tierra porteña. Después de abrazarnos en la esquina de Luis Maria Campos, nos despedimos sabiendo que no nos íbamos a olvidar de esa experiencia vivida, que culminaba en forma perfecta.

Me fui caminando para la boca del subte que me llevaría para Plaza de Mayo. Cientos imágenes, de esas últimas 48 horas, se venían a la mente. ¿Y si todo era un sueño? ¿Si en algún momento sonaba el despertador y todo se desvanecía? Pero no. Todo era real. No había sido un sueño, solo había que dejarse llevar por alguien de 23 años para poder volver a soñar.