Escribo a corazón abierto… Harto de lidiar con padres facilitadores de lo difícil. Cansado de dimensionar las esquirlas que las “no intervenciones” de los adultos dejan en nuestros chicos.
Hablo una vez más de esta generación de padres amorosamente tibios que, por miedo a que sus hijos sufran, por temor al enojo de los mismos, por no contradecirlos (porque ya tendrán tiempo de sufrir) habilitan lo inhabilitable, negocian lo innegociable.
Comienzan las clases en distintos establecimientos del país y una madre me cuenta horrorizada que los compañeros de su hijo de séptimo grado han organizado su UPD. El UPD es el “último primer día de clases” que hasta ahora era prebenda absurda y signo de nuestros tiempos de los estudiantes del último año del colegio secundario. Pero ahora los pequeños niños imberbes, aún, se lo han adjudicado. Han organizado en este colegio -cuyo nombre preservo por discreción- un “festejo” digno de una película de Almodóvar. A sabiendas y a expensas de los padres, han hecho pintadas en el patio del colegio, han
asustado a los niños más pequeños del mismo, han roto un vidrio en una especie de guerra símil paintball en el salón del establecimiento. Las autoridades, frente al requerimiento de esta madre, decían: “Es un festejo inocente”.
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Mi capacidad de asombro lamentablemente se extiende cada vez más y quisiera que la perplejidad se active por las cosas bellas de la vida y no por el horror de la inacción de los padres.
En el mismo día una madre relata una costumbre alemana: el Schultüte. En Alemania, cuando los niños empiezan el primer día del colegio primario, los padres les preparan un cono de golosinas y sorpresas para que los chicos liguen este comienzo (que asusta inevitablemente) con un hecho agradable, con un mimo, mimo de madre, mimo de padre, confites, dulces, el azúcar del amor.
Entran los chicos al colegio con su Schultüte y lo abren. Tienen que esperar a que termine la jornada y desarman el cono al finalizar el día. Van transitando el camino del crecer no desde el el “valetodo” sino desde la bienvenida amorosa de sus mayores
Me pregunto, sencillamente: ¿Podremos los adultos, en vez de ser cómplices de la anestesia de nuestros hijos, habilitar, proponer, intervenir desde el endulzar el crecimiento y no desde el allanarles el sufrimiento?
Podemos acercar -y ésto es válido- un mimo, un abrazo, un cono de golosinas para que nuestros niños y nuestros jóvenes transiten las dificultades de ir pasando etapas más acolchonadamente.
No podemos, no debemos (aunque como cuerpo social lo estemos generando) interceder en el camino natural y saludable del crecer, que es enfrentarse a las dificultades, maniobrar con los conflictos, sufrir por el no poder evitar la tristeza y el temor de ir avanzando y así pasar a la siguiente etapa.
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Harto de padres condescendientes. Harto de padres que miran sin ver, propongo Schultütes para nuestros niños. Propongo que repensemos adónde nos estamos
parando, porque quienes sufren, quienes reciben el impacto, el eco de nuestra inacción, son los mismos a quienes queremos cuidar.
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