10 cosas que puedes hacer por tu hijo si te preocupa su desarrollo

En vez de buscar un diagnóstico de TEA o TDAH, los expertos recomiendan interactuar más, comprometerse y acompañar sus tiempos de maduración. El sobrediagnóstico es cada vez más alarmante.

Detrás de un diagnóstico o sospecha de autismo (TEA) o hiperactividad (TDAH) en niños de 2 y 3 años, se encuentra la mayoría de las veces un niño inmaduro o con un desarrollo madurativo lento. Las causas de esta inmadurez pueden ser muy variadas, desde las estrictamente genéticas y hormonales, como unos altos niveles de testosterona prenatal (que retrasan el desarrollo del lenguaje y las habilidades sociales), hasta las más subjetivas, como ser de los más pequeños de la clase. En estos casos, lo único que necesitan nuestros hijos es tiempo.

Eso sí, tampoco pretendamos ponerlos delante de la tele y echarnos a dormir mientras ellos maduran solos. Aquí tenemos 10 cosas que puedes hacer como padre o madre para favorecer el desarrollo de tu hijo y desterrar la alargada sombra del TEA y TDAH para siempre de vuestras vidas:

1. No interrumpas la lactancia materna. Quizá lleguemos tarde para poder aplicarlo, pero si aún no se ha producido el destete, merece la pena prolongar la lactancia materna lo máximo posible, ya que es lo único que puede prevenir el autismo real. Según científicos alemanes, la lactancia materna reduce el riesgo de desarrollar autismo en los niños propensos por genética, haciéndoles más sensibles ante las emociones ajenas. Aparte de esto, la lactancia materna promueve un desarrollo cerebral óptimo en el niño, como ha quedado demostrado con imágenes de resonancia magnética.

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2. Dale todo el amor que puedas. Aunque esto puede sonar de perogrullo, es muy importante que no escatimes ni raciones tus manifestaciones de amor, por mucho que te digan que puedes malcriarlo o hacerlo un mimado. Muy al contrario, el vínculo afectivo y un apego seguro con la persona de referencia es la base del desarrollo madurativo. Así lo confirman numerosos investigadores, como la canadiense Pratibha Reebye, al manifestar que «las experiencias en las que el niño se siente cuidado aceleran la actividad neuronal y las conexiones sinápticas. La falta de experiencias en las que el niño se sienta cuidado, como las vividas en situaciones de desatención, provocan el fenómeno de la “poda sináptica”, en el que aparece la muerte celular programada». En esto insisten también investigadores de la Universidad de Harvard, cuando afirman que «el conjunto del bienestar emocional, la competencia social y las capacidades cognitivas son los ladrillos y el cemento que forman los cimientos del desarrollo humano». También existen resonancias que muestran el impacto de la desatención sobre el desarrollo cerebral.

3. Que moleste. Los niños, para desarrollarse, tienen que «molestar» a sus adultos de referencia, ya que la interacción con ellos es su principal fuente de estimulación. Intenta echar mano lo menos posible de «soluciones fáciles» para que el niño «no moleste», como los dispositivos electrónicos o los chupetes: los primeros porque, como ya se comentó ampliamente, reducen el tiempo de interacción humana (que es la que los niños más pequeños necesitan para desarrollarse); y los segundos porque, aparte de los problemas dentales que pueden conllevar, pueden también lastrar el desarrollo del lenguaje, con un riesgo 3 veces mayor de que el niño sufra un trastorno del lenguaje si se usan más allá de los 3 años. Cuanto más nos «moleste» el niño, y más interactuemos con él, más contribuiremos a su desarrollo.

4. Y si no molesta… ¡moléstalo tú! Si ves que lleva mucho tiempo viendo la tele, o se queda parado en el parque, o se mantiene en silencio al salir del cole… Toma tú la iniciativa. Proponle alguna actividad, entabla una conversación o inicia alguna forma de interacción. Es decir, sigue las mismas reglas sociales que seguirías si se tratara de un adulto (un amigo con el que has quedado, una pareja con la que convives y está todo el rato «repantingada» delante de la tele o la consola…). A fin de cuentas, aunque pequeñas, no dejan de ser personas.

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5. Llévalo contigo. Al súper, al banco, a hacer recados… Da igual que el plan no sea específicamente infantil. Quizá resulte más incómodo (y lento), pero para el niño supone una inmensa fuente de estimulación: conoce muchos lugares y la dinámica que se sigue en cada uno de ellos, además de entablar relación con terceras personas (si son lugares recurrentes). Lo mismo sirve para actividades domésticas: cocinar, poner la lavadora o hacer la cama pueden ser actividades de las que tu hijo aprenda muchas cosas interesantes.

6. Parque, parque, parque. Si hay un lugar ideal para que tu hijo se ejercite físicamente y se inicie en la interacción con otros niños en compañía de sus adultos de referencia, ése es el parque. No en vano lo recomienda la Asociación Española de Pediatría. A través de situaciones concretas, puedes ayudarle a aprender los principios básicos de las relaciones sociales (respetar al otro, no pegar, esperar el turno…), asistirle cuando necesite ayuda en la interacción social o ser el «lugar seguro» donde volver cuando le abrumen los estímulos externos. En ningún otro lugar van a seguir sus movimientos en exclusiva, ni ninguna otra persona lo va a conocer mejor que su papá o su mamá.

7. Identifica sus preocupaciones. Si tu hijo atraviesa o ha atravesado alguna situación que percibe de forma especialmente negativa (una separación, la entrada al colegio, la llegada de un hermanito…), puede afectar a su desarrollo, causando un «parón» y retrasando la adquisición de ciertos hitos madurativos. Siempre que podamos, debemos contribuir a que la situación objeto de conflicto le produzca el mínimo impacto negativo posible, acompañándolo emocionalmente para superarla. La Universidad de Harvard destaca el papel de los adultos en estos casos, dado que «ayudan y protegen al niño reduciendo la experiencia que causa el sufrimiento, y dando, por tanto, al cerebro la oportunidad de recuperarse de los efectos potencialmente dañinos del exceso de actividad del sistema de gestión del estrés».

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8. Los juguetes, cuanto menos sofisticados, mejor. El juego y los juguetes son esenciales para potenciar el desarrollo cognitivo y lingüístico de los niños. En este contexto, la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (SEPEAP) apuesta por que «revaloricemos los juguetes tradicionales, artesanales, que fomentan la creatividad». Según la Asociación de Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap), «es preferible un muñeco sin pilas para que todos los efectos los invente el propio niño». Los mismos expertos afirman que, entre los 2 y 5 años son muy recomendables los juguetes sencillos que fomentan el juego simulado, como cocinitas, supermercados y garajes; además del juego con puzzles, plastilina y pinturas.

9. Háblale de temas que le interesen. Si te preocupa que tu hijo hable poco, que no te cuente lo que ha hecho en el cole o que no te responda cuando le preguntas por lo que tú quieres saber, es el momento de cambiar de estrategia. Percátate de lo que le llama la atención y entabla una conversación que sea de su interés, o continúa la conversación si la inicia él, por banal que te parezca. Aunque no te proporcione la información que deseas, sí conseguirás fomentar su expresión oral. En mi caso, la vuelta del cole cambió de forma exponencial cuando, en lugar de insistir tanto en que me contara qué había hecho en clase, empezamos a hablar de coches, contenedores, perros y bichitos.

10. Ejerce de «abogado defensor» de tu hijo. Ponte de su parte y confía en él, tu actitud puede cambiar el curso de la historia. En el colegio, Thomas Alva Edison fue considerado como «retrasado» por sus maestros. La única que creyó en él fue su madre, quien lo sacó del centro y se ocupó personalmente de su educación. Tanto si fue realmente un gran inventor como si se aprovechó de las invenciones de su ayudante Tesla, es algo que en ninguno de los dos casos podría haber hecho una persona con escasa inteligencia o con un trastorno discapacitante. Y, desde luego, no habríamos llegado a conocerlo hoy día si no hubiera sido por su madre. Los progenitores tenemos el deber de poner en tela de juicio lo que nos digan de nuestro hijo, basándonos en lo que conocemos de él, y también de defenderlo, puesto que él solo no puede hacerlo. Luchemos por garantizarle el tiempo que necesita para madurar, para que no lo traten de forma discriminatoria y para que sea él -y no una etiqueta prematura e injusta, a través de una «profecía autocumplida»– quien decida su destino.

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En definitiva, se trata de una enumeración de cosas sencillas que no salen de nuestra rutina diaria. Realmente, no tenemos que hacer nada específico, ni preparar manualidades, ni actividades elaboradas, ni hacer grandes esfuerzos; simplemente, se trata de interactuar con nuestros hijos y de no impedir que se beneficien de la «estimulación del mundo real». Y es que ya lo dijo la pedagoga Judit Falk, continuadora de la Dra. Emmi Pikler: «en vez de estimulaciones e intervenciones directas, el soporte más eficaz que se puede ofrecer a los niños con un desarrollo más lento que la media no difiere del que favorece el desarrollo y crecimiento de los otros niños: seguridad afectiva, una cálida relación con la persona adulta, basada en el profundo interés de que son objeto, y una actitud de paciencia».

Hasta incluso si aceptamos un diagnóstico, los últimos estudios apuntan que la implicación de los padres está ligada a mejoría de los síntomas de autismo o de comportamientos disruptivos. Un reciente estudio, publicado en 2015 y realizado con niños en edad preescolar afirma haber identificado «la implicación de los padres como la principal variable que influye en el resultado positivo de niños en tratamiento; en el extremo contrario, la falta de implicación de los padres es el principal factor que predice resultados negativos.

Este estudio (y los que le preceden en la misma línea) viene a refrendar la idea de que la mayoría de diagnósticos de TEA en edad preescolar son realmente casos de inmadurez. Y el factor que más potencia el desarrollo infantil es la interacción con los adultos de referencia. Así pues, no es de extrañar que los mayores avances se observen en los niños con padres más implicados. Es decir, el futuro de nuestros hijos está en nuestras manos.

Fuente: Déjalos crecer

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