Lo digo a menudo, lo repito hoy, soy un afortunado… Mi trabajo me permite armar redes y construir vínculos maravillosos, conocer lugares, gente, horizontes mucho más lejanos de lo que hubiera soñado jamás. Y, también, recibir regalos inesperados, como este que comparto con ustedes.
Ayer en el FB de Generación NINI encuentro el siguiente mensaje.
“Hola Ale, porque te quiero y te respeto mucho, porque te sigo y tu opinión me interesa, me tomo el atrevimiento de mandarte estas líneas y pedirte que cuando puedas las leas y, si querés y podes, me las respondas de modo público o privado. En cuestiones de la vida cotidiana a cada rato nos preguntamos con mi marido “¿Qué diría Schujman de esto?” Gracias. Abrazo grande.”
Quien escribe, (la llamare Sofía) es una de las tantas personas con las que pude interactuar a partir de mi trabajo fuera del consultorio, una joven madre, inquieta y partidaria de vivir, que me obsequia este texto.
“Composición. Tema: El poncho
Como le gusta lo que tejo, y sabe cuánto amor pongo en cada cosa, mi hijo me pidió que le tejiera un poncho. Me pide uno de cada cosa que hago y, como siempre se ponía el mío, le hice un poncho para él. Fue como cuando nos conocimos él y yo: amor a primera vista. No se lo saca para nada. En la calle, en la escuela, en casa, en el club. En la casa de la abuela. La abuela que dijo “llegó con tu poncho”. No mamá, llegó con SU poncho. “Pero es de nena”. Mi tendencia fue pensar que lo decía porque tiene 70 años, pero lo sometí a consulta y la mayoría dijo… “el poncho es de nena”, “el crochet es de nena”, “que no lo use más”, “los niños son crueles”… Los niños son crueles dijeron los adultos responsables. Y yo dudé. Dudé si estaba bien dejarlo usar el poncho, mirar Frozen, pintar mandalas. Dudé si debía incentivar lo que lleva años rechazando, que le gusten los autos y los superhéroes. “Es de otro planeta”, mi hijo, porque no le gustan los superhéroes. Mi hijo es, como el hijo@ de cada una de nosotras, especial. Es especial porque es sensible. Es especial porque es pensante. Es especial porque cuestiona. Porque desafía. Porque desafía mis límites, y los límites de la sociedad y de la moda, que le dicen qué puede usar y qué no. Estoy criando un “niño raro”. Rarito. ¿Que lo deje ponerse poncho y cantar “libre soy” hará que mañana elija pollera? ¿Y si sí? ¿Y si no? ¿Y si le hago la gran naranja mecánica con Cars y Advengers e igual se pone rouge? Lo voy a amar. Lo voy a amar por hacer lo que lo haga feliz. Y ya veré yo si me hace feliz a mí su elección. ¿Todas mis elecciones hicieron feliz a mi familia? ¿Todas mis elecciones me hicieron feliz a mí? A mi hijo lo hace feliz su poncho. A mí me hace feliz verlo feliz. A mí me hace feliz ver feliz a la gente que usa prendas que yo hice. Con amor. Por amor. Vengan de a uno. Hay ponchos para todos. Y todas.”
Le contesto, inmediatamente, emocionado y con ojos empañados, que me pareció hermoso lo que escribió, y le pido permiso para compartirlo y me contesta, generosa:
“Publicalo donde gustes, si crees que va a ayudar a alguien a sentirse abrazabrigado (je, lo acabo de inventar)”
Y así lo hago, y claro que creo que esto que escribiste va a ayudar a unos cuantos a sentirse “abrazabrigado”. Y te digo, como te dije en mi respuesta, el poncho no es de nena o de nene, es para abrigar y hacer feliz a quien quiera vestirlo.
Los objetos están ahí, a la espera de que nuestros hijos, reyes Midas de la vida, los descubran y conviertan en canales para su ser. Y que sean ellos, lo que sea, pero que sean felices, que a eso vinimos.
Gracias Sofía. Gracias de veras…
Por Alejandro Schujman, psicólogo especialista en adolescentes. Autor del libro Generación Ni Ni y coautor del libro Herramientas para padres. Autor del espacio Escuela para Padres en Buena Vibra. Su sitio.
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