El 26 de julio se celebra en muchos países el Día de los Abuelos. Originalmente se eligió esta fecha coincidiendo con la festividad de san Joaquín y Santa Ana, que según la biblia fueron los padres de la Virgen María, y los abuelos de Jesús.
Los abuelos de hoy son la primera generación que de manera masiva está alcanzando una longevidad muy activa. Por ello, algunos afortunados todavía pueden contar con sus abuelos para cubrir muchas tareas: la protección, los traslados, la alimentación, el descanso y hasta las consultas médicas.
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Estos privilegiados chicos tienen padres de padres, y lo celebran eligiendo todos los apelativos posibles: abu, abula/o nona/o, bobe, zeide, tata, yaya/o, opi, oma, baba, abue, lala, babi… O por su nombre, cuando la coquetería exige.
Hoy, muchos no podemos estar cerca por la pandemia de coronavirus, y por eso los extrañamos más que nunca. Que el llamado de este día sea muy especial.
Los abuelos no sólo cuidan y entretienen; son el tronco de la familia extendida, la que aporta algo que los padres no necesariamente vislumbran: pertenencia e identidad. Factores indispensables en los nuevos brotes.
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Como dice Enrique Orschanski “Son personas expertas en disolver angustias cuando, por una discusión de los padres, el niño siente que el mundo se derrumba. La comida que ellos sirven es la más rica; incluso la comprada.
Los abuelos huelen siempre a abuelo. No es por el perfume que usan, ellos son así. ¿O no recordamos su aroma para siempre?”
“Los nietos son como herencias: tú los recibes sin merecer. Sin haber hecho nada para eso, de repente caen del cielo…
Sin tener que pasar por las penas de amor, sin los compromisos del matrimonio, sin los dolores de la maternidad.
Un nieto es realmente, sangre de tu sangre.
Con la edad llega la nostalgia de alguna cosa que tenías y que se fue sutilmente junto con la juventud.
Mi Dios, ¿para dónde se fueron los chicos? Se transformaron en aquellos adultos llenos de problemas que hoy son los hijos, que tienen suegro y suegra, cónyuge, empleo, apartamento y obligaciones, tú no reconoces de modo alguno a tus niños perdidos. Son hombres y mujeres – No son más aquellos que tú recuerdas.
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Y entonces, un lindo día, sin que te impongan ninguna de las agonías de la gestación o del parto, el doctor te coloca en los brazos un bebé. Completamente gratis.
Sin dolores, sin llantos, aquel niñito por el cual morías de nostalgia, símbolo de tu juventud, lejos de ser un extraño, es uno de tus hijos que te devuelven. Y lo raro es que todos te reconocen el derecho de amarlo con extravagancia.
Tengo la seguridad de que la vida nos da nietos para compensarnos de todas las pérdidas que acompañan a la vejez. Son amores nuevos, profundos y felices, que vienen a ocupar aquel lugar vacío, nostálgico, dejado por los arrebatos juveniles.
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