“9 meses de agotamiento por el Covid-19, durmiendo como puedo, sin ver a mis viejos, hisopándome cada 10 días, cortando clavos, un estrés que jamás tuve… ¡Para que estos pibes salgan a hacer descontrol en las playas! ¿Me podés decir dónde están los padres de todos estos chicos? Tristeza profunda y mucha bronca, que país, tengo un nudo en el pecho. ¿Nadie les pone el límite?”
Catarsis de una querida médica amiga, que me pregunta si puedo escribir algo sobre el tema. Puedo escribir, quiero escribir, y siento que debo escribir. Es mi granito de arena.
Cientos de jóvenes disfrutando la playa, armando fiestas electrónicas clandestinas, las motos de la policía dispersando las multitudes. Miro y no puedo creer; en realidad, creo y no me sorprende. Y eso me enoja.
No entendimos nada, no aprendimos nada. Todos estos meses de pandemia de coronavirus, todo este sufrimiento
No pude abrazar a mi amigo Fede cuando enviudó a comienzos del 2020. Mi querida Carmencita murió sola en un hospital de Neuquén, sólo sus hijos pudieron darle un último abrazo, no hubo despedida ni velorio, son tiempos de pandemia. Y todos tenemos alguien cercano, esta lluvia nos moja a todos.
Entonces, es una burla inaceptable. Dolorosas y crueles estas imágenes. Es una falta de respeto, es un disparate, otro más.
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Triste postal de estos tiempos, y como decía el querido doctor Donato hace 32 años atrás: “Estamos como estamos porque somos como somos”.
“Los chicos solo quieren divertirse” y lo hacen en la cara de los trabajadores de salud, en la de los familiares de los muertos de la pandemia que no pudieron despedirse por protocolos, en la de los comerciantes que tuvieron que bajar persianas durante meses y algunos para siempre. En la de los desempleados, de los docentes que hicieron malabares para gestionar plataforma virtual para la que no estaban preparados.
“In your face”, parecen decir estos adolescentes que transgreden a espaldas de una realidad que nos duele y limita a todos, pero así son las cosas
Padres que miran desconcertados e imagino el discurso: “¿Qué querés que haga? ¿Quién los frena a los chicos ahora después de todos estos meses de encierro? Todos están descontrolados, hasta acá pudimos, ya no podemos limitarlos. ¿Qué hago, lo ato?”
Una vez más, mal de estos tiempos, padres y madres amorosamente tibios, y esta vez el riesgo no es para los adolescentes (salvo algún coma alcohólico, alguna sobredosis, o cuestiones como esa) sino para toda la población, los abuelos y abuelas, los demás grupos vulnerables en esta pandemia, los que tendrán que pagar por la inacción de un cuerpo social que mira como si nada pudiera hacer.
Imagino dos grupos de padres y madres. Aquellos entrampados sin saber qué hacer, pero preocupados por la situación; y un segundo grupo de familias alineados con los hijos en una suerte de rebelión absurda e irresponsable contra la pandemia.
A ese segundo grupo no va dirigida esta nota, a ellos poco que decirles más que lamentar su posición pero forma parte del disparate de este mundo y frente a eso no soy particularmente optimista.
La necedad y la soberbia no suelen corregirse con reflexiones y escuela para padres
Pero creo que es urgente dar recomendaciones a los padres que encogen hombros resignados y que quisieran hacer otra cosa pero no saben cuál. Y supongo (y quiero creer) que ese grupo es la mayoría.
El ser humano se debate siempre entre principio de placer y principio de realidad. Esto es, entre lo que deseamos y lo que tenemos que hacer.
En algunos casos estos dos planos coinciden, en muchos otros no, y este 2020 que se fue, junto a el 2021 que comienza son quizás los años en los que más brecha existe entre ambos.
Las cosas no son como queremos. Y la adultez es parte de eso. Tenemos que elegir si seguimos funcionando como una sociedad infantil o damos el paso y crecemos.
Digo si la conciencia moral y el deber ser de los adolescentes no es suficiente entonces ahí debemos estar los padres para regular
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Lo que viene sucediendo, en estas tristes imágenes del verano del 21 es que nada de esto ocurre, no hay autorregulación, entonces cuando el Estado interviene aparecen comentarios argumentando: “Con el velorio de Maradona no hicieron nada y convocaron ellos, ahora que no se metan”, lo cual es un argumento poco menos que infantil:
-Matías andá a ordenar tus juguetes, si no te los pongo en una bolsa y no los usás hasta el viernes.
-¿Y mi hermana? ¡Ella tampoco ordenó su pieza!
Diálogo entre madre e hijo de 5 años. Ese es el nivel del debate.
Claro que fue muy poca afortunada la convocatoria impulsada por el Gobierno en medio de la pandemia a ir a despedir a Diego en la Casa Rosada, fue un error, a mi criterio, garrafal. Pero eso no autoriza de ninguna forma a seguir en la línea del disparate, un error no legitima otro, ni avala la incoherencia.
Mientras escribo estas líneas el Gobierno anuncia la restricción de la circulación nocturna. El Estado poniendo los límites que nosotros no hemos logrado. Profunda tristeza. Precisamos grandeza, y no la estamos teniendo.
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Entonces, basta de vueltas, ¿que pueden y que deben hacer los padres frente a este escenario? Muy sencillo: poner límites.
“Mi amor si vos te vas con 20 amigos a una fiesta clandestina en la playa yo no te voy a atar, pero pensá adónde dormís las próximas dos semanas porque a casa no volvés.” Así de sencillo, así de complejo.
Y puedo asegurar que si cada uno de los padres y madres se planta firme y dice “Vos no vas y, si lo hacés, atenete a las consecuencias”, esta historia de adolescentes (y no tanto) desenfrenados se acaba.
Vuelvo a decir una vez más, el trabajo de los adultos es poner límites, el de los hijos es intentar quebrarlos
He visto en estos días un spot en el que un adolescente de fiesta con sus amigos recibe la noticia de que su abuela está muy grave, con covid positivo.
“Pero si yo la vi ayer, y estaba bien”, dice el joven.
Su madre responde: “No sé dónde se contagió, no creen los médicos que pase de esta noche. ¿Tú no habrás ido de fiesta no? Cuídate, te quiero.” La cara de congoja del nieto, y las estadísticas suman una víctima más.
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Los adolescentes suelen activar la empatía cuando se trata de sus abuelos. Como argumento previo al límite rotundo sugiero a padres y madres explicar, por sino quedó claro aún, que la irresponsabilidad pone en riesgo directo no sólo a ellos y muchas personas, sino también a sus seres queridos.
A esta altura, luego de 10 meses de pandemia, este punto debiera estar más que claro, pero nunca está de más reforzarlo.
Se trata en definitiva de salir de la mirada cómplice, y entender que es absoluta responsabilidad de la familia (además de la que les cabe a los hijos por supuesto) las consecuencias de romper todos los protocolos vigentes.
Los padres y madres precisan armar redes, salir de la perplejidad y tomar riendas amorosamente firmes en estos tiempos
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Y esa trampa se rompe desde la:
Basta de criar una casta de inimputables, basta ya. Es ahora.
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