Actualización 10/12/2020
El 10 de diciembre, una fecha especial para el mundo entero, lo es por partida doble para la Argentina.
Hace 72 años, en ese día del año 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos
Este hito fundamental, alcanzado tras el horror de la segunda guerra mundial, fue la base de los posteriores Tratados Internacionales que instituyen los derechos y garantías de las personas en el plano global y regional y, en el caso de la Argentina, son parte expresa de su ordenamiento constitucional.
Los postulados de aquella Declaración de 1948 siguen tan vigentes como, en buena medida, pendientes de concreción.
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Basta recordar para ratificar esa conclusión que, según su artículo primero, “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” y que, conforme a su artículo segundo, “Toda persona tiene todos los derechos y libertades… sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
La ONU convoca a celebrar el Día de los Derechos Humanos como “una llamada a todos para defender los derechos del otro”.
Señalando que incumbe a cada persona defender los derechos humanos, nos convoca a tomar una posición “y defender los derechos de un refugiado o migrante, una persona con discapacidad, una persona LGBT, una mujer, un indígena, un niño, un afrodescendiente, o cualquier otra persona en riesgo de ser discriminada o sufrir algún acto violento”.
Al mismo tiempo se cumplen hoy 37 años de la recuperación efectiva de la democracia en la Argentina.
El 10 de diciembre de 1983 Raúl Alfonsín asumía como Presidente electo luego del más nefasto período autoritario y de violación sistemática de los derechos humanos que haya padecido el país.
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Las asignaturas pendientes de nuestra democracia son evidentes e indiscutibles. Hay numerosas y vitales necesidades insatisfechas en muy amplios sectores de la población. A una escasa valoración social de la dirigencia y los sectores de poder político y económico se añade la magnitud de la corrupción evidenciada en numerosos casos de público conocimiento.
Es una ecuación compleja y peligrosa que no se limita a la Argentina. El bajo concepto sobre sus dirigentes es un fenómeno extendido por el globo y ha motivado decisiones electorales sorpresivas y de efectos imprevisibles a lo largo y a lo ancho del planeta. El Brexit británico, la elección de Trump en los Estados Unidos, la prolongada inestabilidad política española o la reciente caída del gobierno italiano son algunas de las muestras conocidas.
Todo indica que las formas democráticas poco garantizan y que los derechos deben poder ejercerse en la práctica, asegurando a cada persona el piso de vida digna que prometen la letra y el espíritu de la Declaración Universal y de las normas que fueron construyéndose a partir de ella.
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Sin embargo sería un gravísimo error olvidar las lecciones de la historia, las guerras, genocidios y brutales violaciones de los derechos humanos, el inmenso precio de tragedia y dolor que la humanidad pagó -y por desgracia, sigue pagando- como contrapartida de los avances logrados.
Sin derechos humanos, sin democracia, las chances de “estar mejor” son meros espejismos que sólo pueden llevarnos de regreso a tiempos nefastos, incomparablemente peores que los actuales.
Por eso y porque estamos aún muy lejos de los objetivos de 1948 y 1983, el 10 de diciembre es una fecha de celebración, de memoria y de lucha por hacerlos realidad.
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